LA GRAN CONSPIRACIÓN DEL 5G
El pasado mes de mayo, cerca de 80 antenas telefónicas ardieron en Reino Unido en lo que pareció un ataque coordinado. Dos semanas antes, un técnico de una operadora fue apuñalado cuando trabajaba en un poste. ¿El propósito de estas acciones? Frenar el despliegue de la red 5G. ¿El motivo? Una teoría demencial: el 5G es el responsable de la propagación del covid-19.
Esta creencia ha evolucionado con el paso de los meses y ahora está en un punto incluso más delirante. El coronavirus es un invento de fuerzas oscuras comandadas por Bill Gates para ejercer un control sobre las masas mediante chips implantados en la tan deseada vacuna, que serán monitorizados a través de la red 5G. ¿El objetivo final? El control mental masivo. Una chaladura de proporciones bíblicas que se apoya en un miedo atávico, el que hace temer a muchas personas de cualquier avance tecnológico.
Aunque las teorías de la conspiración sobre la telefonía móvil han estado circulando desde 1990, su origen tiene raíces históricas. Los médicos hablaron por primera vez de "radiofobia" ya en 1903. Siguiendo los temores sobre las líneas eléctricas y las microondas en la década de 1970, los oponentes de la tecnología 2G en la década de los 90 sugirieron que la radiación de los teléfonos móviles podría causar cáncer y que esta información estaba siendo encubierta por las autoridades.
Las teorías tecnológicas de la conspiración ni se crean ni se destruyen, sólo se transforman. La mayoría de ellas son mutaciones o recombinaciones de temas existentes. Los teóricos de la conspiración tienen una visión del mundo sesgada e inamovible, y a través de ella interpretan nueva información para ajustarse a su teoría de referencia. Una de las características definitorias del pensamiento conspirativo es que es autosellante, infalsificable y resistente a todo desafío. Irónicamente, la ausencia de evidencias a menudo se interpreta como una prueba de un encubrimiento masivo.
La historia del 5G comparte similitudes con los rumores que se remontan a la década de 1990 sobre HAARP (el Programa de Investigación de Auroras Activas de Alta Frecuencia del ejército de EE UU). HAARP era un gran conjunto de transmisores de radio ubicado en Alaska y financiado por el Departamento de Defensa de EE UU, junto con varias universidades. El programa realizó experimentos en la ionosfera (la capa superior de la atmósfera) por medio de ondas de radio y se cerró en 2014. Sin embargo, los teóricos de la conspiración afirmaron que en realidad estaba desarrollando un arma para el control del clima y el control mental. Del mismo modo, se han expresado preocupaciones sobre el hecho de que el 5G podría ser, de hecho, un arma de alta tecnología cuyo uso representa una "amenaza para la Humanidad".
Las teorías de la conspiración populistas a menudo funcionan dividiendo el mundo en Nosotros contra Ellos, con el objetivo de convertir a personas e instituciones en chivos expiatorios y proporcionar explicaciones simples para fenómenos complejos. Las teorías de la conspiración sobre el coronavirus y el 5G son particularmente desafiantes, porque reúnen a personas de muy diferentes partes del espectro político. ¿Qué es lo mejor que se puede hacer con ellas? La única respuesta posible es ignorarlas. Por mucho ruido que hagan.
La lista de conspiraciones tecnológicas es rica, variada y sobre todo, delirante. Algunas de ellas hablan de la existencia de coches que funcionan a base de agua y que han sido destruidos por la industria petrolífera para que no se les acabe el monopolio (curioso que hayan podido ocultar ese avance y no el coche eléctrico). Otro de los grandes mitos es el de la bombilla que nunca se apaga, otro avance fantástico que nadie quiere comercializar porque se le acabaría el chollo al poderoso lobby de las bombillas (¡¿?!).
Casa, bici, coche. La santísima trinidad del padre del siglo XXI. Un patrimonio que funciona como bálsamo para tus oídos (y tu orgullo) cuando un desconocido te llama "señor", porque, efectivamente, eres un señor con una mochila que te impide dar marcha atrás y te empuja colina abajo hacia la edad madura. Casa, bici, coche, las tres palabras con las que empezarían las Catilinarias de haberse pronunciado en 2020.
Ninguna universidad de ésas que hace estudios cachondos ha podido de inir qué viene primero, si la casa, la bici o el coche. Lo único que está claro es que el origen de todo esto es el mismo: los hijos.
Los tres elementos coexisten en una relación de dependencia y complementariedad absoluta: necesitas el coche para llegar a tu nueva casa; necesitas la casa para guardar la bici; necesitas la bici para mantenerte en forma, porque ahora te mueves en coche. Ordénalos como quieras, complica la sintaxis con in inidad de variables, pero casa, coche y bici son tres satélites simbióticos que orbitan alrededor de tu condición de padre.
Que sí, que la progenie altera tus prioridades y saca aspectos de ti que desconocías, pero el cambio real de tener hijos se resume en casa, bici y coche. O, dicho de otra forma, un nuevo estilo de vida y una nueva red de relaciones sociales.
Lo de empezar a mirar casas en Idealista viene motivado por tres premisas: espacio, precio y servicios. El día que la cocinita de Smoby se convierte en un mueble más del salón sabes que necesitas más metros cuadrados para mantener la armonía familiar. Y los metros cuadrados en el centro son muy caros, así que miras en las afueras donde, por precios similares, puedes acceder a más super icie y mejores prestaciones: garaje, trastero, piscina, zonas verdes. Movidas que te daban igual hace cinco minutos, se convierten de pronto en iltros innegociables del buscador. "Ése no, cariño, que no tiene sala común para celebrar cumpleaños".
Existen, por supuesto, las versiones premium del factor casa (vivienda unifamiliar, segunda residencia), pero todo conduce a lo mismo: necesitas un coche. Y no un coche cualquiera, necesitas un coche grande. Como tu casa. Ser padre es como convertirte en Hulk: todo te queda pequeño.
Y es que en tu nuevo coche tienen que caber sillas de seguridad, maletas, carritos de bebé, patinetes, patines, balones, raquetas, niños, pareja, amiguitos de los niños, compras del Mercadona de 200 euros, bicis… ¿Alguien dijo "bicis"?
Por supuesto que alguien dijo bicis, porque no hay ningún padre nacido antes del 85 que no se haya imaginado como María Garralón liderando un pelotón de menores que pedalean alegres por los caminos de Nerja mientras silban pegadizas melodías y reparten sonrisas.
Aunque es verdad que la estampa de la bici ahora es un poco diferente de la nostálgica que nos inculcó Antonio Mercero. La del siglo XXI se parece más al Tron de Steven Lisberger, con cuadros de carbono, cambio Shimano 1x12, horquilla hidráulica y temor a la pregunta de "¿pero a dónde vas con ese hierro?".
El caso es que la bici, al igual que otras a iciones, funciona como un nexo con tus descendientes, una actividad generadora de recuerdos y un hilo de esperanza en que, años más tarde, tu hijo regresará pronto a casa un sábado por la noche porque el domingo madrugáis para hacer una ruta que has encontrado en Strava.
Es, también, la excusa para cultivar nuevas amistades. El amigo con bici e hijos de edades similares se convierte en el mejor aliado para los planes de in de semana: cargáis las bicis en el coche, os dais una vuelta y luego os reunís las dos familias en tu casa para que los niños jueguen en la piscina. Casa, bici, coche. Y un argumento más. Hace poco le dije a un colega: "Lo malo de la bici es que irse de ruta son, por lo menos, cuatro horas fuera de casa". A lo que me respondió: "No, eso es lo bueno".
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