Granada Hoy

El algoritmo es el algoritmo

- M. J. Lombardo

RALPH ROMPE INTERNET

Si Emoji: la película fracasaba en su intento de seguir la pista de Inside Out a través de los mustios emoticonos de WhatsApp, Ralph rompe Internet aspira a narrar la transición del universo primitivo y acotado de los videojuego­s de monedas hacia las procelosas e infinitas aguas pixeladas de Internet, nuevo océano sin límites para que el grandote y básico Ralph siga persiguien­do su utopía bobalicona de tener una amiga para la eternidad en la pequeña, glitcheada e insolente piloto Vanéllope.

Así, esta segunda entrega de la franquicia Disney se lanza sin tapujos y a muchos gigas de velocidad por un paisaje de marcas corporativ­as franquicia­das que ponen la arquitectu­ra laberíntic­a y el generoso pantone a una aventura de búsqueda, obstáculos y redención que se antoja perfecta para el despliegue del product placement más descarado de la historia del cine entre espectacul­ares carreras de coches, lecciones didácticas sobre la piratería y el correcto uso de las barras de búsqueda o los anti-virus y algunos logrados apuntes cómicos a costa de personajes- spam y princesas empoderada­s que, en todo caso, no alcanzan la categoría suficiente como para leer la película en una clave algo más satírica a propósito de las adicciones, el narcisismo y demás peajes para el usuario estándar del circuito digital y sus redes sociales. Semana Santa de 2015: seis ancianos con una edad media de 65 años asaltan por el método del butrón la caja fuerte de una j oyería de Hatton Gardens, Londres, llevándose un botín valorado en 18 millones de libras. La prensa no tarda en hablar del robo más importante de la historia de Gran Bretaña, después de aquel famoso asalto al Tren de Glasgow de 1963.

Materia prima ideal para un nuevo heist f ilm, caramelito para reunir a un br itish veteran all-stars en torno al gran Michael Caine (aquí un Alf ie con plan de pensiones) que incluye al free Tom

Juntos planean el golpe, gruñen, bromean a costa de los achaques de la edad y, cómo no, se traicionan entre pintas de cerveza en este filme de desenlace conocido que sólo tiene interés cuando los vemos a todos reunidos lanzándose sus pequeñas puyas y haciendo parejitas dentro del grupo.

Lo demás no pasa de la rutina aseada y poco excitante del asalto y el robo o de la no menos aburrida espera a que los innumerabl­es cabos sueltos hagan que la policía dé con ellos en pleno reparto del botín. Muy poquita cosa ser vida con escaso brío por el impersonal James Marsh ( La teoría del todo, Un océano entre nosotros) y a la que un yayo-doblaje infame termina de aplanar aún más los matices interpreta­tivos y el aroma british como únicos matices y reclamos.

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