PALABRAS DE SALDO
LAS palabras, a veces, no sirven: son palabras. Y eso es lo único que puedo ofreceros hoy: palabras que acaso no valgan ni para hacer preguntas: “Muriéndose de sed, un prisionero en un campo de exterminio nazi”, lo cuenta G. Steiner,
“miraba cómo su torturador derramaba lentamente en el suelo un vaso de agua fresca. “¿Por qué haces eso?”. El verdugo replicó: “Aquí no existen los porqués”. Respuesta que, con una concisión y lucidez diabólicas, expresa el divorcio entre la humanidad y el lenguaje, entre la razón y la sintaxis, entre el diálogo y la esperanza. Hablar y escribir llegó a ser, entonces, una expresión del absurdo y del desastre. No quedó, str icto sensu, nada que decir”. Y sin embargo, nunca como ahora, circulan tanto las palabras. Encerrados en nuestras prisiones par ticulares, adosadas, exentas, subvencionadas; pisos, chabolas, cajeros, a la intemperie, o en los palacios de oriente, nos hemos convertido en surtidores de palabras, lanzadas en los medios de comunicación, que están sir viendo de válvula de escape de los buenos sentimientos, de los reconocimientos, del cariño, del dolor, de la soledad, del miedo, del odio, de las llamadas, no siempre atendidas, de socorro. A la cárcel solían ir algunos delincuentes. Incluso, algunos poderosos que salían pronto de ella, aunque sus crímenes hubieran arruinado al Estado y al sistema democrático. Pero ahora todos estamos en la cárcel: el mundo al revés. Las circunstancias son tan novedosas que pocas de las herramientas que ideamos para explicarnos el mundo, y explicárselo a los demás, funcionan. Incluso, las palabras que podemos ofrecer los palabreros, como este columnista, tomadas de los libros, de poetas y escritores, tienen poca eficacia. Es como si hubiéramos agotado el lenguaje que inventamos hace miles de años para cotorrear, para comerciar, para transmitir conocimientos a los más jóvenes. Habría que nombrar de nuevo las cosas para que, al salir de la prisión, las viejas palabras no siguieran encubriendo nuestros vicios. Esta tarde, en la que escribo este articulillo, sólo puedo manifestar mi estupor, mi asombro, mi impotencia para consolaros o consolarme. El poeta León Felipe, tras el Holocausto, lo dejó dicho: “Hoy, cualquier habitante de la tierra sabe mucho más del infierno que todos los poetas juntos”. Y que cualquier columnista.
La novedad de la situación es tan extraordinaria que, como dijo Alberti, las palabras a veces no sirven: son palabras