EL CAPITOLIO VEJADO
EL objetivo del populismo es acabar con la democracia liberal. Derrumbar el edificio de libertades y tolerancia que tiene sus referentes fundacionales en el parlamentarismo británico, la Revolución Inglesa que finiquitó el absolutismo, las Luces y las Revoluciones Americana y Francesa de finales del XVIII. Si alguien no lo sabía, debería bastarle con ver el asalto al Capitolio de Washington. A izquierda y derecha, los líderes de eso que se denomina democracia iliberal y que no es más que la degradación de las instituciones, sólo admiten el juego democrático como la forma de alcanzar el poder. Y, visto lo visto, no parecen dispuestos a renunciar a otras más violentas. Una vez instalados en el gobierno, su guión siempre sigue las mismas pautas, anular al parlamento, atacar e intentar sojuzgar a la judicatura y convertir el proceso democrático en una maquinaria plebiscitaria a su servicio sin admitir discrepancia alguna. No hay matices, ni propuestas, sólo un objetivo; imponer una forma determinada de ser, vivir, pensar y actuar a una sociedad cuya riqueza intelectual y humana sólo nace de la libertad de pensamiento y del sano debate de las ideas.
Pero al populismo, que no tiene pro
Trump y todos sus cómplices deben ser sometidos a un proceso judicial. Tal afrenta no debe quedar impune
grama ni ideas, propias o ajenas, sólo le sirven los procesos electorales si los gana. La ideología del presidente Trump es algo difuso que podemos llamar trumpismo y que se define como la nada intelectual aderezada de mentiras, paparruchas, bravatas, mal gusto, insultos y soberbia infinita. El retrato de cualquier populista. Lo incomprensible es que tantos ciudadanos necesiten seguir a un líder sin razonar sus propuestas. Las tripas no pueden vencer a la razón.
El indignante e indecente espectáculo de una turba asaltando el Capitolio es un baldón que la democracia americana –ejemplo y guía para el mundo entero durante más de dos siglos– debe limpiar a la mayor brevedad. Es, sin duda alguna, lo más parecido a un golpe de estado que ha vivido EE.UU. desde el día en el que el Congreso Continental votó la Declaración de Independencia. El presidente Trump y todos sus cómplices deben ser sometidos a un proceso judicial. Tal afrenta no debe quedar impune. La democracia americana, y así lo ha demostrado históricamente, es fuerte. Los contrapesos constitucionales diseñados por los Padres Fundadores funcionan y el amor a la libertad del pueblo americano no debe consentir estos ataques a su venerable Constitución.