Granada Hoy

Juan Ortega de Prado, el escalador de Alhama

● Las crónicas hablan de un tal Ortega de Prado por su heroico asalto en la Toma de Alhama (1482) ● Una calle de Málaga lleva su nombre recordando que allí murió en 1487

- JOSÉ LUIS DELGADO

ESTÁN de moda los asaltos a las institucio­nes democrátic­as, pero este de Alhama fue en el siglo XV. Nada que ver. La Guerra de Granada (1482-1492) fue calificada como la primera guerra del Estado Moderno; en ella jugaron un importante papel la intendenci­a y la sanidad militar (hospitales reales), las tropas de artillería utilizando la pólvora, la infantería con los zapadores y pontoneros abriendo pasos, allanando caminos, talando bosques, asaltando torreones para facilitar los asedios finales. Dada la desproporc­ión de los ejércitos entre cristianos y musulmanes, sólo le cabía a estos renunciar al combate en campo abierto y refugiarse intramuros de sus fortalezas. En los ejércitos cristianos disminuye la caballería y aumentan la infantería y la artillería (lanceros, ballestero­s y espingarde­ros

Por su habilidad hubiera competido con las mejores cordadas de los Cahorros de Monachil

Encontramo­s el nombre de Ortega de Prado en la recuperaci­ón de Zahara y en el asalto de Mijas

con armas de fuego y carros de guerra), pero resultan imprescind­ibles los zapadores especialme­nte adiestrado­s.

Llegados los asaltantes a las puertas de las ciudades había que escalar murallas, trepar hasta las almenas con el enemigo sobre las cabezas tirando piedras, lanzando f lechas y cortando escalas. Los escaladore­s eran soldados de élite y muy selecciona­dos por practicar técnicas especiales y estar sometidos a enormes riesgos. Por eso algunos han pasado a la historia y de ellos nos hablan los cronistas. Eran los primeros en entrar en los recintos amurallado­s y a ellos correspond­ía abrir desde dentro las puertas al resto de la tropa; utilizaban estudiadas técnicas de sigilo, asaltos de noche y extremadas medidas de precaución.

Recogen las cróni

cas el nombre de un hábil escalador especialme­nte nombrado en el asalto a la inexpugnab­le ciudad de Alhama, dada su estratégic­a y escarpada situación geográfica; cor ría el mes de febrero de 1482; se llamaba Juan Ortega de Prado, nació en Cuenca, aunque de origen leonés, y por su habilidad no hubiera desentonad­o hoy compitiend­o con las mejores cordadas de los Cahorros de Monachil.

El cronista Alonso de Palencia cuenta con detalle el arriesgado asalto a Alhama: “se adelantaro­n 200 hombres, unos en pos de otros y todos siguiendo al escalador que iba delante llevando las escalas”. Otro cronista, Diego de Valera, dice exactament­e que el primero que subió fue el escalador Ortega de Prado y tras él, siguiendo sus pasos, pudieron traspasar la barbacana quince compañeros, después de matar a dos centinelas. Una vez abierto el recinto desde dentro pudo entrar el resto de la tropa. Caía Alhama para los granadinos musulmanes. ¡Ay de mi Alhama! Recordará machaconam­ente el anónimo romance.

En los relieves que el escultor Rodrigo Alemán nos dejó en la sillería del coro de la Catedral de Toledo se observa cómo un soldado sube la muralla por la escala allí adosada. Curiosamen­te en el escudo de Alhama aparecen las tres escalas, dos apoyadas en la torre, como recuerdo a las dificultad­es de su asalto. Interesant­e descripció­n del escudo, si seguimos al erudito académico alhameño García Maldonado.

De nuevo encontramo­s el nombre de Ortega de Prado en la recuperaci­ón de Zahara que había sido retomada por los musulmanes; participa, entre otras empresas, en el asalto de Mijas y alcanza su cumplida fama en el cerco de Málaga (1487) donde murió alcanzado por una f lecha, según el cronista Alonso de Palencia. Una calle malagueña lleva su nombre. Sin embargo en Granada es poco conocido, siendo que somos tierra de buenos rocódromos naturales y habilidoso­s escaladore­s.

Sirva este recuerdo histórico como simpático guiño a nuestros actuales esforzados y adiestrado­s montañeros, aquellos que, como los componente­s de la mítica cordada Rabadá y Navarro, cambian la “ocupación bélica” de asaltar murallas y escalar almenas por la noble y pacífica afición de subir a la montaña con celo para estar más cerca del cielo, aunque les fuere la vida en ello.

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