SAN CECILIO DEBIÓ EXISTIR
HAY, por ahí, quien anda diciendo que lo de San Cecilio, en Granada –que celebrábamos anteayer– no es sino un invento interesado de ciertos moriscos en el siglo XVI, para pertrecharse de fama y prestigio en medio de sociedad tan cristiana, por eso habían organizado toda una tramoya y escenografía descomunal en la que supieron envolver a las mentes más sencillas y humildes y la voluntad y el deseo –no sabemos si espiritual o político o ambas cosas– del arzobispo de la sede granadina, Pedro de Castro y Quiñones. Y es muy posible que los que eso van diciendo y escribiendo, lleven buena parte de razón.
Lo que sí es cierto es que Granada había pasado mucho de la Edad Media bajo el dominio del Islam y no con poco brillo, por cierto. Primero dependiendo del emirato y después del califato omeya cordobés y más tarde, de sus propios monarcas, en varias dinastías y estirpes, cuando se instauran los reinos de taifas. Así, cuando llegó la conquista por los Reyes Católicos, no se había tenido oportunidad para incorporar a hijos propios al santoral romano, como sí había sucedido con otras ciudades de la península y del resto de Europa, incluidas las Islas Británicas.
Granada pasó a la Corona de Castilla y en su tradición, como cimentación de la cristiandad que en ella se asentaba, no tenía una figura, una al menos, como sí tuvo después, en la que poder proyectar el fervor y el entusiasmo popular y doméstico, aunque trascendente.
Por eso, hay que reconocer el mérito del descomunal invento morisco y converso, que se desarrolló desde los objetos y textos, supuestamente aparecidos en el interior de aquella torre que hubo en el suelo que hoy ocupa la Santa Iglesia Catedral –llamada Torre Turpiana– en cuya demolición aparecieron esas primeras referencias al rocambolesco relato sobre la figura de San Cecilio, hasta el no menos novelesco descubrimiento de las cuevas, hornos crematorios –donde fue el martirio del Santo obispo y mártir– y los celebérrimos libros plúmbeos, todo en referencia a los cristianos granadinos de los primeros siglos, al propio San Cecilio y a sus compañeros, como sucesores de los llamados Varones Apostólicos. Pero sí, todas las investigaciones, estudios documentales y arqueológicos señalan en la dirección de que hubo de ser un enredo que se urdió para dotar a Granada de un mito cristiano de calado y envergadura.
Aunque, sólo por la respuesta que dio Granada y sigue dando cada primero de Febrero, en la Abadía y alrededores, para glorificar a su Patrón, con los cantes, los bailes, las habas y las salaíllas, el vino de Albondón y también la fe y la devoción, sin duda, dirán ustedes conmigo que San Cecilio debió, mereció existir en Granada. ¿O no?
Al pasar a la Corona de Castilla, Granada no tenía una figura sobre la que proyectar el fervor popular