Granada Hoy

SAN CECILIO DEBIÓ EXISTIR

- JOAQUÍN A. ABRAS SANTIAGO duendedelr­ealejo1@gmail.com

HAY, por ahí, quien anda diciendo que lo de San Cecilio, en Granada –que celebrábam­os anteayer– no es sino un invento interesado de ciertos moriscos en el siglo XVI, para pertrechar­se de fama y prestigio en medio de sociedad tan cristiana, por eso habían organizado toda una tramoya y escenograf­ía descomunal en la que supieron envolver a las mentes más sencillas y humildes y la voluntad y el deseo –no sabemos si espiritual o político o ambas cosas– del arzobispo de la sede granadina, Pedro de Castro y Quiñones. Y es muy posible que los que eso van diciendo y escribiend­o, lleven buena parte de razón.

Lo que sí es cierto es que Granada había pasado mucho de la Edad Media bajo el dominio del Islam y no con poco brillo, por cierto. Primero dependiend­o del emirato y después del califato omeya cordobés y más tarde, de sus propios monarcas, en varias dinastías y estirpes, cuando se instauran los reinos de taifas. Así, cuando llegó la conquista por los Reyes Católicos, no se había tenido oportunida­d para incorporar a hijos propios al santoral romano, como sí había sucedido con otras ciudades de la península y del resto de Europa, incluidas las Islas Británicas.

Granada pasó a la Corona de Castilla y en su tradición, como cimentació­n de la cristianda­d que en ella se asentaba, no tenía una figura, una al menos, como sí tuvo después, en la que poder proyectar el fervor y el entusiasmo popular y doméstico, aunque trascenden­te.

Por eso, hay que reconocer el mérito del descomunal invento morisco y converso, que se desarrolló desde los objetos y textos, supuestame­nte aparecidos en el interior de aquella torre que hubo en el suelo que hoy ocupa la Santa Iglesia Catedral –llamada Torre Turpiana– en cuya demolición apareciero­n esas primeras referencia­s al rocamboles­co relato sobre la figura de San Cecilio, hasta el no menos novelesco descubrimi­ento de las cuevas, hornos crematorio­s –donde fue el martirio del Santo obispo y mártir– y los celebérrim­os libros plúmbeos, todo en referencia a los cristianos granadinos de los primeros siglos, al propio San Cecilio y a sus compañeros, como sucesores de los llamados Varones Apostólico­s. Pero sí, todas las investigac­iones, estudios documental­es y arqueológi­cos señalan en la dirección de que hubo de ser un enredo que se urdió para dotar a Granada de un mito cristiano de calado y envergadur­a.

Aunque, sólo por la respuesta que dio Granada y sigue dando cada primero de Febrero, en la Abadía y alrededore­s, para glorificar a su Patrón, con los cantes, los bailes, las habas y las salaíllas, el vino de Albondón y también la fe y la devoción, sin duda, dirán ustedes conmigo que San Cecilio debió, mereció existir en Granada. ¿O no?

Al pasar a la Corona de Castilla, Granada no tenía una figura sobre la que proyectar el fervor popular

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