La malicia del ser humano
He comprendido que la malicia del ser humano no tiene límites. Es probable que esta afirmación parezca demasiado contundente, y lo es, pero la pondré en contexto. Era la mañana del domingo –San Valentín y víspera de examen de historia–, nada podía salir mal. El reloj no marcaba las 10:30 cuando me dirigí con mi hermano y mi perro a un descampado que está a 5 minutos de mi casa para tomar el sol y que Coco pudiera correr y jugar con la pelota. Supongo que, en un despiste, o un lanzamiento algo más brusco de lo habitual, mis auriculares lastimosamente cayeron suelo sin darme cuenta, y tras una media hora de diversión nos fuimos, ya que Isabel II nos esperaba.
He vuelto al sitio para comprobar si mis sospechas eran ciertas, y sí, tras 5 minutos mirando al suelo los he encontrado, pero lo fuerte es que, cuando los he cogido, he notado que los cascos eran mas cortos de lo normal. Poco he tardado en darme cuenta de que no habían encogido sino que los habían cortado en tres trozos. Mi cara era un poema e inmediatamente me ha venido una pregunta a la mente, ¿quién pude estar tan aburrido, o tener tanto odio, para cortar unos auriculares en tres trozos y dejarlos en el mismo sitio donde los encontró? Y, ya sé que los tiempos por los que estamos pasando no invitan a estar siempre de buen humor, pero os invito y me incluyo, a no descargar nuestros problemas sobre los demás, ya que con esto no solucionamos nada, y lo único que conseguimos es que un joven estudiante de segundo de bachillerato no pueda escuchar la radio o música en el autobús de camino al instituto. Jorge Molina Lemos