Después del vendaval
● Ignacio Romero de Solís publica la última entrega de la trilogía ‘Palmagallarda’, culminación de un ciclo ineludible que señala una cumbre de la narrativa vinculada a la materia de Andalucía
PALMAGALLARDA, III. RECUERDA
Ignacio Romero de Solís. Renacimiento. Sevilla, 2021. 536 páginas. 26 euros
Seis años después de la aparición de Rosas, calas y magnolias, deslumbrante primera entrega del ciclo Palmagallarda, Ignacio Romero de Solís ha culminado la serie que prosiguió en La Vapora y alcanza ahora en Recuerda, nombre del ficticio pueblo sevillano al que se vincula la familia protagonista, un final acorde a su ambición panorámica. Las brutales consecuencias de la Guerra Civil, que se ha cobrado un alto coste en vidas y ruina económica, dejan paso a una decadencia que muestra el ocaso de la nobleza terrateniente bajoandaluza, desplazada en un mundo, el de la burguesía que prospera al amparo de los vencedores, donde ya no rigen los códigos del linaje ni las refinadas maneras de la aristocracia cosmopolita, a la vez muy ligada a la vieja cultura agraria. En el preciso retrato de esa clase, pero también de los tipos humanos que la servían o rodeaban, reside uno de los aciertos mayores de la trilogía con la que Romero de Solís, combinando su conocimiento desde dentro y la familiaridad con la tradición de las grandes sagas narrativas, ha dejado un testimonio impagable de aquel universo desaparecido.
Todo en el tercer volumen transmite melancolía, sensación de acabamiento. Traumatizado por el conflicto, el brillante Jerónimo, joven conde de Palmagallarda, desatiende sus obligaciones y se entrega a la disipación, encaprichado de una hermosa gitanilla –La Parpuja, a la que vemos en el poderoso retrato de Gustavo Bacarisas que ilustra la cubierta– que no evita que ande como “sonado”, tanto más perdido cuando desaparece la acaso única mujer de su vida. Sus dos hermanos siguen en Inglaterra, de donde apenas llegan noticias, de modo que la abuela devenida en matriarca –la marquesa viuda de Monsalves de Tous, uno de los personajes más atractivos de la trilogía– se duele por el egoísmo y la indolencia de su nieto a la vez que teme por la continuidad de la estirpe. Y al tiempo que mengua el prestigio de
la casa, se apaga la vida de uno de sus amigos más cercanos, el arqueólogo Gordon, figura inspirada en Jorge Bonsor que como el modelo real habita en un castillo rehabilitado, repleto de antigüe
dades. O muere el “santo” arcipreste de Recuerda, clérigo honesto, escandalizado por la hipocresía de las autoridades eclesiásticas, que no puede evitar que estas le rindan póstumo homenaje.
Si de la mano de La Parpuja algo se nos dice de la “gente del bronce”, tampoco se oculta, aunque no ocupe el primer plano, la pobreza extrema de unas clases populares castigadas por la hambruna, la tuberculosis o el piojo verde. El bien ganado ascenso del doctor Valverde, hombre íntegro de impecable profesionalidad y nobles inclinaciones humanitarias, preocupado por la miseria y la insalubridad de los corrales, se opone a los turbios manejos de los contertulios de El Rinconcillo, amigos y socios de Jerónimo –en la finca y almazara de La Vapora, de la que tomaba su título la entrega anterior– que aprovechan las restricciones del racionamiento para lucrarse con el mercado negro: viejos conocidos como el falangista Cala, antiguo mozo de comedor de los Monsalves; el comisario Méndez, elevado a gobernador civil; el sinuoso e intrigante anticuario Paneque o el rehabilitado doctor Mariani. A través de ellos, que no son personajes planos sino complejos, perfectamente caracterizados, ejemplifica Romero de Solís la mezcla de pragmatismo, codicia e inmoralidad de l as nuevas fuerzas vivas.
Pautando el tiempo de la narración, el curso de la Segunda Guerra Mundial se manifiesta a través de diálogos en los que interlocutores de parecidas o diferentes afinidades comentan sus evoluciones, cada vez más desfavorables para Alemania. La campaña de Rusia, en particular la participación de los aviadores españoles de la llamada Escuadrilla Azul, desempeña un papel relevante en la trama, por la que de nuevo asoman personajes históricos como el periodista Víctor de la Serna, Serrano Suñer y su círculo germanófilo o el cineasta Orson Welles –a quien se debe, como ha contado Romero de Solís, la idea seminal del ciclo– y su entonces mujer Rita Hayworth, de visita en España. “El vendaval de la guerra destruyó y derribó vidas y haciendas, pero también fomentó la aparición, al principio lenta y contradictoria, de nuevos valores y asimismo de personas”, constata el doctor Valverde. Entre los damnificados, pese a su elevada posición, se cuentan los Palmagallarda, heridos también por tragedias íntimas que tal vez deriven, como sugieren sus propios amigos, de la incapacidad de amar. Aunque el linaje no se pierde, queda claro que los herederos, después del vendaval, vivirán una realidad muy distinta.
Las tragedias íntimas tal vez deriven, como se sugiere, de la incapacidad de amar
Pilar Fraile, con Días de euforia, es la primera escritora que gana el Premio de la Crítica de Castilla y León. Publicada por Alianza Editorial, en la premiada novela la autora salmantina muestra un futuro marcado por la incorporación definitiva de las nuevas tecnologías a nuestras vidas y la fragilidad de las relaciones personales. Es Días de euforia una obra que navega en la frontera de los géneros: entre la distopía, la radiografía y la ciencia ficción, a través de un grupo de personajes –una experta en big data, un broker y una especialista en reproducción asistida– que pueden entenderse como símbolos de una sociedad marcada por un descontrolado deseo de acaparación, control e información. Personajes en conf licto, con ellos mismos y con su entorno, tanto laboral como personal, cuando asumen que han perdido el mando de sus propias existencias.
–Su novela trata sobre un posible futuro, pero en realidad se parece mucho a este presente. ¿Distopía, realidad?
–La novela se ajusta a lo que los anglosajones denominan near near future narrative, porque el mundo que describe es, como decía Ballard, el de dentro de cinco minutos. Y ocurre es que en los últimos meses se han acelerado tanto los acontecimientos que lo que hace menos de un año parecía distópico, hoy no lo es tanto. La influencia de la tecnología en nuestras vidas se ha disparado y, al ser este uno de los temas principales de la novela, lo que en el libro se plantea como perteneciente a un futuro cercano ya casi es real.
–En su crítica al capitalismo, el deseo se convierte en la puerta que le abrimos a la desmedida fantasía de la posesión...
–El capitalismo hace mucho tiempo que sabe que la mejor manera de hacer que la rueda gire a su favor es convertirnos en una máquina de deseo y adelgazar nuestra parte moral y racional y, una vez conseguido esto, dirigir estos deseos al lugar que beneficie al capital. Los personajes de la novela son víctimas de esta ingeniería del deseo, como nosotros, me temo. –Sus personajes mantienen relaciones personales muy frágiles, que se desmoronan a las primeras de cambio.
–El interior de estos personajes ha sido colonizado de manera salvaje. Así que carecen de los recursos más básicos de autodominio o de reflexión y enseguida necesitan un apoyo externo. Han dejado de ser autónomos en la gestión de su propia sentimentalidad.
–El miedo también está muy presente en la novela como una poderosa arma de control.
–Sí, claro. Esto no es nuevo, lo que sí es novedoso es el contenido de los miedos de estos personajes de nuestro casi presente. Ellos viven en un mundo en el que no se le teme tanto a la muerte o a la enfermedad; se le teme, sobre todo, a la sensación de fracaso. Puede parecer que ese es un miedo menor, pero es terriblemente poderoso, sobre todo si no tienes una identidad fuerte, que es lo que les sucede a estos personajes y a los habitantes de las sociedades liberales de Occidente.
–El poder de la información, la utilización que se hace de ella, es otro elemento que analiza en Días de euforia...
–Es uno de los grandes temas del presente-futuro. Se da la paradoja de que casi todos los personajes creen estar muy bien informados, sobre todo el personaje de María, analista de big data. Los acontecimientos les irán enfrentado con la evidencia de que ni disponen de todos los datos, ni los datos son neutros, ni tampoco son suficientes para dirigir sus vidas.
–¿Qué representan los personajes de su novela, qué ha querido mostrarnos con ellos?
–Los personajes son, por una parte, arquetipos de distintas posiciones ante los males que nos aquejan: el avance de la tecnología, la mercantilización de todos los aspectos de la existencia, la creciente incertidumbre acerca del sistema económico o del hundimiento ecológico. Tenemos desde un personaje que tiende a las teorías de la conspiración a otro que se dedica a la búsqueda del placer inmediato a todo coste. Pero, y esto fue sorprendente para mí, sus voces son también muy singulares. Cuando escribí el libro, eran tan fuertes que me costó mucho mantener la estructura de novela coral, todos querían dominar el discurso sin escuchar demasiado a los demás. En esto también se parecen mucho a nosotros.
–Como en Las ventajas de la vida en el campo,
su anterior obra, el entorno condiciona la historia, y muy especialmente a los personajes...
–Los elementos materiales que nos rodean son esenciales para determinar quiénes somos y cuáles serán nuestras reacciones. Por otro lado, encuentro que la ambientación es esencial para la construcción de la trama. En Las ventajas de la vida en el campo tenía tanto peso que funcionaba casi como un personaje más. Quizá en Días de euforia su papel no es tanto de personaje sino de ancla y guía de la acción.
–Expone en Días de euforia nuestra manifiesta incapacidad para mostrarnos, no querer vernos, y también no querer asumir nuestros errores o carencias. –Cuanto más mostramos en las redes sociales, más ocultamos. Hemos interiorizado la lógica perversa de la publicidad: si tú tienes que vender un producto que es muy sabroso, por ejemplo, pero que aumenta el riesgo de producir diabetes o de empeorar la enfermedades coronarias, lo que vas a mostrar es obviamente su magnífico sabor y vas a ocultar el resto de sus propiedades que quedarán bajo de la alfombra causando problemas de forma soterrada. Creo que eso podría servir de símil de lo que nos pasa, nos esforzamos en mostrar lo que la sociedad considera adecuado, lo positivo, y a ocultar el resto de cosas que nos suceden hasta que son inasumibles. Nos estamos tratando a nosotros mismos como si fuéramos productos.
En los últimos meses se ha acelerado todo y lo que hace menos de un año parecía distópico hoy no lo es tanto”
Vivimos en un mundo en el que no se le teme tanto a la muerte o a la enfermedad como a la sensación de fracaso”