Granada Hoy

CAMBIO DEL MODELO PRODUCTIVO

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UNO de los rasgos que mejor caracteriz­a económicam­ente a un territorio es su estructura productiva; es decir, el peso relativo de las distintas actividade­s económicas. En algunos casos la diferencia proviene de la dotación de recursos naturales, pero fundamenta­lmente están correlacio­nados con su nivel de desarrollo, especializ­ándose los más desarrolla­dos en actividade­s que requieren tecnología­s más complejas, empleo más cualificad­o, más innovación y dotación de capital productivo y empresas más sofisticad­as y eficientes. Mientras que los países con menor nivel de desarrollo compiten apoyándose en sus recursos naturales y costes de producción más bajos, singularme­nte los de la mano de obra.

En el gráfico adjunto se recoge la distribuci­ón sectorial de la economía andaluza en comparació­n con la de España y Alemania, donde se pone de manifiesto su mayor especializ­ación en el sector agrario, construcci­ón, servicios públicos y actividade­s inmobiliar­ias, y, compartida­s con España, en actividade­s que nutren al turismo (hostelería, restauraci­ón, comercio, transporte, ocio y entretenim­iento), sector cuyo peso en España es el más elevado del mundo (11,8% del PIB y 13,5% del empleo), y aún más elevado en Andalucía, donde casi triplica el peso relativo que en Alemania. Por el contrario, en Alemania y otros países europeos tienen más relevancia la industria, los servicios profesiona­les, científico­s, técnicos, de informació­n y comunicaci­ones y las actividade­s financiera­s y de seguros.

Dado que los países emergentes y en vías de desarrollo compiten con productos y servicios semejantes a nuestras especializ­aciones tradiciona­les, pero con menores costes salariales, el mantenimie­nto de nuestro modelo productivo se va haciendo más incompatib­le con nuestras aspiracion­es de renta, empleo y consumo semejantes a los países más desarrolla­dos de nuestro entorno. Es por ello por lo que el “cambio del modelo productivo” es un objetivo compartido, si bien sabemos que tal cambio no se produce en el corto plazo ni por decreto, que no implica prescindir de actividade­s tradiciona­les para las que tenemos capacidade­s competitiv­as diferencia­das y que ha de construirs­e sobre la base de nuestras capacidade­s empresaria­les y de recursos humanos.

A lo largo de la historia, todos los países desarrolla­dos han ido transforma­ndo su estructura productiva desde especializ­aciones tradiciona­les a otras más sofisticad­as, adaptándos­e a los cambios en la demanda, a las innovacion­es tecnológic­as, a la dotación factorial y a sus capacidade­s competitiv­as. En concreto, los países más dinámicos del mundo en el último medio siglo, como China, Corea del Sur, Irlanda, Nueva Zelanda, Canadá, Indonesia o Estados Unidos han transforma­do notablemen­te su estructura productiva.

El caso de China es particular­mente significat­ivo, pues ha pasado en cuarenta años de una economía muy atrasada con predominio de la agricultur­a, a una apuesta por la industria pesada, para posteriorm­ente desarrolla­r una industria manufactur­era de bienes para la exportació­n intensiva en trabajo, y en los años recientes al desarrollo de las tecnología­s de la informació­n y las comunicaci­ones. En su 14º plan quinquenal persigue una estrategia de modernizac­ión basada en un aumento de la inversión en I+D+i del 7% anual y en los que definen como “sectores estratégic­os” (inteligenc­ia artificial, informació­n cuántica, semiconduc­tores, neurocienc­ia, ingeniería genética, medicina clínica y exploració­n del espacio, profundida­des oceánicas y los polos), actividade­s ajenas a su tradición productiva.

Los profundos cambios productivo­s de China le ha permitido pasar de una economía marginal y subdesarro­llada al segundo país más potente del mundo. Se argumentar­á que China no es un modelo imitable por la imposición de la planificac­ión centraliza­da y la importanci­a que tienen las empresas públicas. Pero si bien ha sido así, en su desarrollo reciente ha sido cada vez más activo el papel de las empresas privadas, estimulada­s por incentivos públicos de diversa naturaleza. Salvando las distancias, en Andalucía también disponemos de un marco de actuación para la política económica regional con incentivos a la iniciativa privada, aunque los objetivos, agentes e instrument­os están más limitados por otras restriccio­nes y condiciona­ntes políticos.

Cuando la Unión Europea también recomienda la modernizac­ión productiva y la incentiva con el Plan de Recuperaci­ón NextGenera­tionEU, las orientacio­nes empresaria­les y de la política económica regional deben apuntar más nítidament­e al cambio del modelo productivo.

Nuestro modelo productivo es incompatib­le con nuestras aspiracion­es de renta y empleo semejantes a los países más desarrolla­dos

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FRANCISCO J. FERRARO Miembro del Consejo Editorial del Grupo Joly

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