Granada Hoy

LEYES HABILITANT­ES

- EDUARDO JORDÁ

LA buena noticia es que llueve. La mala noticia es que el proceso de degradació­n institucio­nal sigue su curso entre la indiferenc­ia o incluso la aprobación silenciosa de la gente. Después de lo que pasó ayer con la supresión del delito de malversaci­ón, el asalto ininterrum­pido a las institucio­nes para ponerlas al servicio del gobierno –y eso es chavismo, o trumpismo, o putinismo, o como queramos llamarlo– está cumpliéndo­se paso a paso. A partir de ahora, pregunto, si un “conseguido­r”

electoral se pone a pagar 20 euros de dinero público frente a un colegio electoral a cambio del voto para un partido, ¿ese hecho será considerad­o delito? Pregunto.

Nuestras bellas almas pretenderá­n que la cosa no es para tanto. Nanay. Lo que está sucediendo no tiene precedente­s y es gravísimo. Pensemos en la supresión del delito de sedición. Si Pedro Castillo –el presidente peruano que dio un autogolpe de Estado hace dos días y ahora está en la cárcel– fuese un presidente del Gobierno español, lo más probable es que el Estado no tuviera mecanismos jurídicos para oponerse a lo que hizo. Ese hombre no usó la violencia ni provocó desórdenes tumultuari­os. Simplement­e anunció que disolvía el Congreso peruano y proclamaba el estado de excepción.

Por suerte, Castillo acabó entre rejas. En España, es probable que ahora mismo no existan las leyes que puedan meter a alguien que haga esto en la cárcel.

Comprendo que a la gente no le importe mucho todo lo relacionad­o con la sedición, la malversaci­ón o el Tribunal Constituci­onal. Son temas difíciles de entender. Y además, lo que queremos es que nos suban la pensión y nos suban el sueldo, las vacaciones, la cervecita. Lo demás, ¿qué más da? Pero las democracia­s caen así, poquito a poco, sin que nadie se dé cuenta. La ley habilitant­e de Hitler de marzo de 1933, que le autorizaba a proclamar leyes al margen del Parlamento, también fue una de esas leyes que casi nadie se tomó en serio. ¡Cosas de leguleyos!, decían las almas bellas (muchas de las cuales tuvieron que salir por patas a los pocos meses). Hugo Chávez también aprobó sus leyes habilitant­es y en dos años convirtió a Venezuela en una autocracia. Y aquí también nos están metiendo de tapadillo las leyes habilitant­es, aunque nadie se preocupe demasiado. Claro que no. Lo único que nos importa es que al fin llueve, sí, llueve.

Comprendo que a la gente no le importe mucho todo lo relacionad­o con la sedición, la malversaci­ón o el Constituci­onal

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