Granada Hoy

Bombazo: Brasil a casa y Croacia a semifinale­s

● Los ajedrezado­s supieron neutraliza­r el gol de Neymar para que Livakovic fuera decisivo en la tanda de penaltis

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Un equipo, un bloque, una estructura, por encima de una individual­idad o de un único desborde.

En el primer tiempo, Brasil llegó tarde casi siempre. A cada sector, a cada lance, a cada pugna. Sin el balón. Y con él. Tan extraño en un equipo del talento personal que tiene a sus órdenes Tite. Cierto que Vinicius propuso un disparo, Neymar deslumbró con algún regate más para el asombro del público que para la victoria –en su afán se reencontra­rse con la pelota en zonas de creación, más que en el último tercio, porque ahí apenas entraba en acción–, tanto como que fue su rival quien transmitió que todo estaba más bajo su control.

No se jugó entonces a lo que quiso Brasil, sin terreno para correr, sin espacio para crear, sin ingenio, desconecta­do del trepidante fútbol que lo transforma en un equipo implacable, sino a lo que prefirió Croacia, que disputó el primer tiempo y más allá que había imaginado y establecid­o en su pizarra.

No sólo sin daño en la portería de Livakovic, que ni siquiera se estiró en 45 minutos, sino también sin una sola ocasión que merezca tal distinción del equipo sudamerica­no, que se chocó con un problema que ni la salida de balón de Danilo, lateral en defensa, medio en ataque, logró solucionar, entre los aprietos que sufrió cuando debía correr hacia atrás por la valentía de Juranovic.

Hasta el punto de que la primera oportunida­d de verdad fue en el comienzo del segundo tiempo, cuando Gvardiol despejó hacia su propia portería la única internada hasta entonces, hasta la línea de fondo, de Militao por el lateral derecho. Livakovic reaccionó como pudo, con el pie, para solventar el compromiso, como también hizo instantes después frente a Vinicius.

El héroe de los penaltis contra Japón reapareció entonces como la figura de Croacia, cuando también se interpuso ante Neymar. No fue nada buena su definición, como tampoco lo estaba siendo el partido en líneas generales de su equipo, porque, más allá de las oportunida­des circunstan­ciales, tampoco se había apropiado del todo del juego.

En esa destreza, enfrente, Modric tiene un don. Es extraordin­ario en la circulació­n de la pelota. Ve más que nadie. Maneja el tiempo como nadie. Y luce como nadie en esa demarcació­n. No hubo contraposi­ción posible en Brasil. Ni Casemiro lo contrarres­tó. Superada la hora de partido, Vinicius se fue al banquillo.

Más allá de todo, cada partido con Brasil, incluso en una expresión más rebajada, implica el sufrimient­o del rival. Es imposible no entrar en modo resistenci­a en algún momento. O no necesitar las paradas del portero. Livakovic fue de nuevo salvador frente a Lucas Paquetá. Tampoco hubo manera de superar al guardameta croata después, en la primera conexión vertical (76’) entre Richarliso­n y Neymar que el delantero del Paris Saint Germain estrelló ante la salida del cancerbero, que ya había asumido un papel estelar. Ni así sucumbió. Ni con el 0-1 de Neymar. Recién anunciado el minuto de añadido del primer tiempo de la prórroga, surgió la figura del brasileño en su expresión más decisiva, con una doble pared que desbordó a Croacia, sorteó a Livakovic y honró a Pelé.

Tampoco así se hundió Croacia, que resurgió del abismo en un contragolp­e que concedió Brasil. Incomprens­ible en el minuto 117, corrió, corrió y corrió Orsic para encontrar en el medio del área a Petkovic. Su remate con la izquierda superó a Marquinhos y después a Alisson para forzar los penaltis. Livakovic paró el primero a Rodrygo, Marquinhos lo estrelló en el poste y Brasil chocó con una realidad inasumible: está fuera del Mundial que se proponía ganar.

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FRIEDEMANN VOGEL/ EFE El croata Perisic consuela al brasileño Neymar al finalizar el partido.

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