Granada Hoy

Los viejos también lloran

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Que soy un llorón, un sensiblero y de lágrima fácil es algo que tengo asumido desde hace muchos años, pero de un tiempo a esta parte, es que se me caen las lágrimas. Los niños y los viejos son más propensos a llorar que los de mediana edad, pero por diversas razones. Los viejos lloran a menudo de afecto y de alegría, pues estas dos pasiones unidas hacen que el sentimient­o siempre esté a f lor de piel, yo diría que mis poros casi siempre están abiertos y dispuestos a una caricia, una ternura o una palabra. Y si tantos ancianos lloran también muy fácilmente por enojo, lo que les dispone a ello es, más que el temperamen­to de su cuerpo, el de su espíritu; y esto ocurre únicamente a los que son tan débiles que se dejan dominar enterament­e por pequeños motivos de dolor, de temor o de piedad. Antes lloraba muy de tarde en tarde, pues casi siempre venía ocasionado el llanto, por la zapatilla de mi madre, que era más veloz que Johnny ‘el rápido’. Posteriorm­ente, he de reconocer que durante la adolescenc­ia no tuve grandes llantos ni lloros, pero al llegar a los 20 surgió la hecatombe. La muerte de mi padre y la posterior de mi madre me sumió en un mar de lágrimas hasta el punto que creía haber gastado todas las reservas. Siempre me ha dado rabia eso de que los hombres no puedan llorar. No sólo por la injusticia de que la naturaleza les haya bendecido con menos cambios hormonales que a las mujeres. ¿Es que nosotros no sentimos ni padecemos’ Pues sí, los tipos duros también tienen su corazoncit­o, acumulan estrés, presiones y muchos sinsabores, pero la diferencia es que cuando ese cóctel les explota en las entrañas para mí no pierden puntos, sino que suman. Posteriorm­ente la vida, me volvió a golpear duro con mi grave enfermedad, que vino acompañada con la pérdida de mi hermana. En ese momento crítico de mi vida supe que mi mujer, mis hijas y un buen puñado de amigos siempre estarían conmigo a mi lado. Algo tuvieron que ponerme en los sueros durante mi larga estancia en el hospital, que al salir de allí, lloraba por el vuelo de una mosca. No había palabras, sonidos, gestos, abrazos, que no desembocar­an en un gran llanto de emoción desbordada. He llegado a la conclusión, que junto con los años, la jubilación y esta vejez que todos llevamos dentro, las fibras sensibles están más desarrolla­das y raro es el día que no suelto unas lagrimilla­s. De rabia, de impotencia y por supuesto de felicidad, de mucha felicidad. Decía Ovidio: “El alma descansa cuando echa sus lágrimas; y el dolor se satisface con su llanto”. Creo tenía mucha razón. Antonio Luis Gallardo Medina

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