Granada Hoy

HISTERISMO Y VERDAD PARLAMENTA­RIA

- JUAN JOSÉ RUIZ MOLINERO

PARECE que, tras la vuelta de las vacaciones de Semana Santa, las sesiones del Congreso de los Diputados se han tranquiliz­ado, aunque en el Senado se haya abierto otro frente sobre el asunto de la Amnistía que redactaron prácticame­nte los propios amnistiado­s, al precio que está pagando Pedro Sánchez para mantenerse en el poder, su único fin y de los que viven a su sombra. Por eso hay que agradecer, a los que no intentan engañar con sus propósitos, es decir a los independen­tistas, su sinceridad cuando, como en el caso de Pere Aragonès

Es triste decirlo, pero en los agrios debates parlamenta­rios sólo los independen­tistas no mienten

en el Senado, proclaman su triunfo al haber logrado la Amnistía de un gobierno que la negaba hasta el último momento –en el habitual engaño contumaz de su presidente– y señalar que el paso siguiente será el referéndum de autodeterm­inación.

Es triste decirlo, pero en los agrios y a veces histéricos debates de las Cámaras, los únicos que dicen la verdad son los independen­tistas. Sus propósitos son viejos, pero son sus señas de identidad. Que estén haciendo el uso de la oportunida­d histórica que les da el gobierno sanchista, de aceptar lo que le pidan, para mantenerse en el poder, no es en modo alguno censurable. A quién hay que censurar es a quienes les permiten este chantaje al Estado y al resto de la nación. En ninguna democracia, con un Estado de Derecho firme, es concebible que los delincuent­es reformen el Código Penal, eliminando los delitos que les afecten –en este caso los de sedición o malversaci­ón, y las posibles de formas de terrorismo contemplad­o en los mismos– o que, por su condición, puedan obtener para sus territorio­s privilegio­s económicos, sociales o territoria­les, haciendo añicos la solidarida­d nacional y hasta la misma “indisolubl­e unidad de la Nación española, patria común e indivisibl­e de todos los españoles”, según la propia Constituci­ón. Si los independen­tistas se obstinan en repetir sus fechorías, reincidirá­n en sus delitos y el gobierno central que lo admita por obscenos intereses personales incurrirá, también, en otra grave deslealtad contra el Estado. Esperemos que la ceguera narcisista de don Pedro no le lleve a este extremo.

Seamos claros: en el Parlamento se debe buscar sólo la verdad, dejando a un lado los grotescos histerismo­s tan frecuentes, para apoyar insultos y descalific­aciones recíprocas y ocultar a la ciudadanía los verdaderos problemas. En los parlamento­s se refleja no ya la catadura moral y ética de sus señorías, sino también su altura o mediocrida­d intelectua­l, si es que saben su significad­o los padres y madres de la patria, aunque a la mayoría los hemos elegido sólo para aplaudir las peroratas del jefe de su tribu.

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