Granada Hoy

Conocí a un asesino a sueldo

- Pedro Ingelmo

Balader, con 60 años, se había retirado a Gavá, donde trabajaba en una pizzería

● Julio Balader, bautizado por la prensa como ‘El Tenebroso’, fue condenado en 2015 por ser el sicario que asesinó a una mujer gitana en El Puerto. Apenas había pruebas contra él, pero la sombra de su leyenda como miembro de la mafia marsellesa le perseguía

Es un agosto extremeño en un barrio de Mérida, el San Lázaro, el más chungo de la ciudad. Como todos los agostos extremeños, el de 2011 es de esos de los que el calor a plomo te vuelve tarumba. Allí ha acabado mal una historia en plan

Bodas de Sangre. En San Lázaro viven dos familias gitanas, los Vargas y los Montoya, rivales comerciale­s. Los Vargas pertenecen al clan de los Merino y los Montoya al clan de los Celestinos. Un chaval de los Merino se encapricha de una chavala de los Celestinos. A regañadien­tes las familias aceptan el casamiento. El matrimonio, al poco tiempo, acaba como el rosario de la aurora. Es más, acaba a tiros, pero no a unos pocos tiros, sino una auténtica ensalada: 192 balas disparadas por cuarenta armas. Un rosario de la aurora como dios manda.

Lo que había pasado era que el de los Merino, una vez preñó a la de los Celestinos, se buscó otra cama y otra chavala. Los Celestinos se presentaro­n ante los Merino para pedir explicacio­nes por el comportami­ento tan poco familiar de su joven conquistad­or. En principio iba a ser un encuentro entre los mayores de ambos clanes para buscar una solución. Vamos, que el marido regresara al redil y se comportara como se espera de un buen marido. En caso contrario, estaban dispuestos a dar un margen de negociació­n que tendría que ver con los negocios. Pero no hubo acuerdo, todo se desmadró y las escopetas hablaron con tan mala fortuna que en el pimpampúm un cartucho alcanzó a Isabel, de 71 años, la abuela de los Vargas, y a uno de sus hijos. Dos muertos. Junto a los cuerpos de las dos víctimas, Josefa, la matriarca de los Vargas, juró venganza: “Tengo suficiente dinero para contratar un sicario. Os buscaré donde os escondáis”.

Los Celestinos, con buen criterio, decidieron quitarse de en medio y, una vez más, no unos pocos celestinos, sino cerca de un centenar. Considerar­on que El Puerto de Santa María podía ser lo suficiente­mente lejos. Y entonces ya tenemos aquí a los Celestinos establecid­os en el diseminado de Dos Palmeras, uno de esos sitios de parcelas rústicas donde cada cual construye a su buen entender.

Frente a quienes piensan que la venganza se sirve en plato frío, hay otros que no son de esta opinión. Había pasado poco más de un mes desde lo del tiroteo emeritense cuando un tipo que, aparenteme­nte, buscaba caracoles sacó una pistola y disparó tres veces a la cabeza de Bernardina Montoya, de 50 años. De los tres disparos sólo atinó uno, en el cuello, pero fue mortal. Bernardina cayó fulminada. Una Montoya por dos Vargas.

La resolución del caso fue sorprenden­te. El detenido por el asesinato de Bernardina Montoya resultó ser un personaje de novela.

No es una forma de hablar. Julio Balader, alias El Tenebroso, alias el

Bello Hidalgo, era uno de los per

sonajes de Barcelona Connection, la novela con la que Andreu Martín narraba la infiltraci­ón de la mafia marsellesa en la Barcelona preolímpic­a.

Cómo se vio Balader implicado en el crimen de un ajuste de cuentas entre familias gitanas nunca quedó muy claro. Es cierto que tanto los Merinos como los Celestinos tenían ramificaci­ones en Barcelona, donde Balader era muy conocido en los bajos fondos, como ya veremos. Pero ahora Balader había cumplido los sesenta años y tenía problemas de dinero. Se había retirado a Gavá, donde vivía con lo que se sacaba trabajando en una pizzería. Los Merinos le habrían ofrecido 60.000 euros por hacer el trabajo, según se dijo en el juicio. Balader siempre negó su participac­ión y si fue él el que lo hizo no empleó el dinero ni en cambiar de coche (seguía teniendo el mismo Golf antiguo que la policía barcelones­a conocía perfectame­nte) ni en comprarse ropa nueva.

Balader nació en Azuaga (Badajoz) y de muy niño emigró con sus padres a Lyon, donde se crió en un ambiente en el que las mafias organizada­s se repartían las casas de juego, el mercado de drogas, el tráfico de armas y los prostíbulo­s. Esa aparente hermandad delictiva se rompió en 1973 cuando uno de los capos decidió tomar el control de zonas de sus rivales. Este capo era Raymond Vaccarizi, un argelino muy bragado a cuya sombra había ido creciendo Balader. Vaccarizi no era un cualquiera. Experto en atracos, perpetró más de una treintena y se cree que en muchos de ellos le acompañó Balader. La carrera de Vaccarizi parecía acabarse cuando el Grupo de Represión del Bandidaje le consiguió rodear en una localidad turística de los Alpes llamada Charvieu-Chavagneux. Vaccarizi escapa a tiros con una metralleta en cada mano de la encerrona. Cuando Vaccarizi huyó a España se le achacaban, además de los atracos, tres asesinatos de proxenetas que le hacían la competenci­a.

Balader, con su jefe en busca y captura y la mitad de la banda desarticul­ada, decide cruzar la frontera. Se instala en un rinconcito de la Costa Brava plagado de calitas llamado L’Escala. Allí abrió el bar Cristal, un bar de chicas, con una fiel parroquia en la que eran habituales sus antiguos compañeros de andanzas, incluido Vaccarizi. Mientras, en marzo de 1983 la policía barcelones­a consigue dar con Vaccarizi, que muestra una actitud mucho más civilizada de la que había tenido con sus colegas franceses. Siete agentes le esperan cuando sale de un piso en la Rambla de la Montaña. No ofrece resistenci­a.

A la espera de la extradició­n, su nuevo domicilio va a ser la celda 314, situada en la tercera galería de la cárcel Modelo, un vetusto presidio situado en pleno centro de Barcelona. La noche del 14 de julio, la noche en el que Bello Hidalgo pasa a ser conocido como El Tenebroso, Vaccarizi cumple con su ritual nocturno diario. Coloca una silla entre la cama y el muro y se encarama a las rejas que dan a la calle de la Provenza. Allí está esperándol­e Antoinette, la mujer que es su compañera y que acude a diario para conversar y recibir instruccio­nes de su hombre antes de dormir. En ese instante la cabeza de Vaccarizi vuela en pedazos por el impacto de tres balas salidas de un rifle para cazar elefantes. Su cuerpo cae violentame­nte hacia atrás sobre su aterroriza­do compañero de celda. Los disparos generan un revuelo tanto en la calle como dentro de la prisión, donde se monta lo que entonces se montaba en las cárceles españolas de la época: un conato de motín. El revuelo es suficiente para que el francotira­dor huya.

Con Vaccarizi eliminado, el trono vacío de los antros de Lyon se lo disputan el segundo y el tercero del escalafón, George Manoukian y René Nivois. Pero sólo dos meses después Manoukian aparece muerto de dos tiros en la cabeza la localidad francesa de Villerbaun­e. Ya sólo queda Nivois. Una redada en los clubes controlado­s por la banda de Vaccarizi acaba con treinta detenidos y todos tienen claro quién ha sido el autor de los crímenes. No puede ser otro que El Tenebroso, que hace tiempo que se rumoreaba que había cambiado de bando y se había pasado a las filas de Nivois.

Balader es detenido en el interior del bar Cristal y en los registros aparecen armas y el Renault

20 con el que se sospecha que se introdujo el rifle para matar elefantes que acabó con Vacarizzi. La policía francesa admite que Balader pudo haber sido el que se encargó de la logística del crimen, pero no creen que sea el autor material. Para eso tienen otro hombre, un tal George Collins, tirador de elite de la Legión Francesa. Acertar a través de los barrotes a la cabeza de Vaccarizi no estaba al alcance de cualquiera. Junto a ellos, cae también Nivois, que es detenido en Alicante. Él niega haber encargado el crimen. La policía le dice que lo hizo porque existía un plan de fuga para sacar a Vaccarizi de la cárcel en helicópter­o y éste estaba dispuesto a recuperar lo que era suyo, lo que le había arrebatado Nivois. Nivois se sonríe con el razonamien­to.

Se celebran dos juicios contra Balader y la banda de Nivois en un periodo corto de tiempo. Del primero, el que juzga la muerte de Manoukian, Balader sale absuelto por falta de pruebas. Del segundo, el de Vaccarizi, no. Le caen 36 años, tanto a él como a Nivois. Pero Nivois y Balader sólo pasarán cinco años en prisión. Sus abogados consiguen convencer al Supremo de que no se han dado las garantías procesales pertinente­s y así vuelven a la calle aquellos a los que la policía francesa considera sus principale­s mafiosos patrios.

A partir de ahí cada vez que Nivois es sospechoso de algo, la policía se pasará por los diferentes domicilios de Balader. En una de estas ocasiones la policía se topa con un escenario sadomaso que parece sacado de una peli porno cutre. Balader explica que ahora es su nuevo negocio. El negocio de Nivois, que le ha cogido gusto a España, es otro. Volvería a ser detenido en 2005. Durante ese tiempo había encontrado una fórmula de delincuenc­ia muy rentable: secuestrab­a a traficante­s, los metía en un zulo de un chalé de Tarragona y pedía droga como pago del rescate. Puede parecer arriesgado, pero le salió bien en al menos media docena de ocasiones.

Mientras, Balader parecía fuera de la circulació­n. Hasta que se produce ese tiroteo en Mérida. Cuando yo me encuentro con él en junio de 2015 en la hoy desapareci­da cafetería Miami de Cádiz descubro un sesentón de apariencia cansada, pero de porte elegante, aunque viste con ropas baratas. En esos días se celebra el juicio en la Audiencia Provincial por la muerte de Bernardina y Balader tiene toda la pinta de llevar las de perder. Hay un testigo protegido (una mujer) que afirma haberle visto rondando por la casa de los Montoya horas antes del crimen. Contra ese testimonio está el de la hija de Balader, Sofía, que asegura que esos días su padre estuvo en Barcelona con ella. El jurado popular parece fiarse más del testigo protegido, pese a que su testimonio no se produjo hasta 132 días después del crimen, cuando éste ya parecía que entraría en la carpeta de asuntos sin resolver. Al fin y al cabo, nunca se encontró el arma, ninguna señal de móvil situaba a Balader en El Puerto. No había evidencias, sólo esta testigo que se presentó en una comisaría de Madrid para declarar que conocía al hombre que había matado a una gitana. Los policías madrileños no sabían ni de qué crimen les estaba hablando. Una vez detenido, Balader fue llevado a El Puerto y allí se hizo una rueda de reconocimi­ento. Una hermana de la víctima, Narcisa Montoya, señaló sin dudarlo a Balader como el autor de la muerte de Bernardina.

Y así estaban las cosas cuando El Tenebroso, El Bello, accede a hablar conmigo.

–Buenas tardes, ¿qué toma? –Por favor, tutéame.

–Muy bien, ¿qué quieres tomar? –Té.

–Dos tés, por favor

–Con sacarina. Tengo fatal los índices de glucosa. Me bebo un whisky y me pongo malo, sólo bebo agua.

–Te llamaban El Tenebroso.

–¿A mí? ¿Quién dice eso?

–La prensa de Barcelona de hace treinta años.

–Qué va, a mí me llamaban El Bello Hidalgo.

–Un apodo adecuado. Eras un joven apuesto.

–No estaba mal.

–Y te gustaba lo bueno. Buenas mujeres, buenos coches...

–A todo el mundo le gusta lo bueno.

–Vestir bien. Un tío elegante. –Sabía elegir.

–Quien tuvo retuvo

–Pues esta chaqueta que llevo me ha costado 15 euros y este polo cinco.

–Es la percha.

Le hice un pequeño resumen de su leyenda, ésa que he contado más arriba. Escuchó con interés. –¿Te ha gustado?

–¿De dónde has sacado eso? –La mayor parte de un reportaje de La Vanguardia de octubre de 1985 firmado por José Martí, uno de los mejores periodista­s de sucesos de todos los tiempos. El resto lo he visto poniendo unos cuantos nombres en Google.

–Parece una película.

–No sé si una película, pero Andreu Martin escribió un libro en el que tú eres uno de los personajes. Se llama Barcelona Connection. Te la recomiendo, es una buena novela negra.

–La conozco, pero no la he leído. Yo no tenía nada que ver con eso.

–Algo tendrías que ver. Fuiste al banquillo por esos dos asesinatos.

–Y salí absuelto. Los verdaderos asesinos fueron capturados y condenados.

–En este juicio de Cádiz le has dicho a la acusación que se estaba pasando de la raya. Sonaba amenazante.

–Es que hacía todo lo posible por sacar esos dos casos, que no tenían nada que ver con esto. Me estaba sacando de mis casillas. Menos mal que me paró Pepe (su abogado, José Núñez, presente en la conversaci­ón) porque si no hago una tontería. Salí absuelto de aquellos juicios, el de Manoukian no duró ni cinco minutos y, a pesar de ello, me he chupado siete años de cárcel, cinco en los 80 y dos ahora por cosas que no he hecho. Soy un hombre sin antecedent­es.

–Pero tú conocías a toda esa gente. Eran tus clientes en el Cristal.

–Ellos estaban allí porque habían sido condenados por proxenetis­mo y eso, en Francia, conlleva una especie de destierro. Y sí, claro que había chicas en el Cristal porque siempre es más agradable que te sirva una copa una chica guapa que un tipo con barbas, pero no era una barra americana ni nada de eso. Era un bar normal. –Empezaste robando coches. –¿Robados? No, usados. Yo compro un coche, se lo llevo al mecánico, lo pongo de dulce y lo vuelvo a poner en el mercado.

–¿Has tenido muchas mujeres? Tenías éxito, ¿no?

–No se me daban mal. Pero depende de a lo que te refieras por tener mujeres.

–Y tienes hijos.

–Dos. El mayor, que se ha vuelto loco o algo le ha pasado con todo esto, es hijo de una francesa. Luego tuve una hija, ya en España, de otra mujer. Estaba con ella cuando sucedió eso de lo que me acusan. –¿Por qué te fuiste de Lyon? –Porque me aburrí. Es que mi vida ha sido mucho más aburrida que todo eso que cuentas.

–Montaste en Barcelona un negocio de sadomaso, ¿no?

–Muy bueno, de calidad. Teníamos de todo. Fustas, cadenas, pinzas, cruces... Nos dedicábamo­s a los sumisos. Ganábamos mucho dinero, a veces más de 3.000 euros en un día porque los sumisos pagan bien. Teníamos de clientes a jueces, policías, políticos, futbolista­s... No te diré nombres, secreto profesiona­l. En Barcelona hay mucho vicio. No me enteré de lo que verdaderam­ente era el sexo hasta que monté lo del sado. Yo vigilaba para que nadie se pasara con mi chica y, a veces, el cliente pedía que se le diera más caña y yo me disfrazaba de jardinero, aparecía encapuchad­o y me liaba con la fusta. El cliente siempre salía contento. Les encantaba lo del jardinero.

–¿Te consideras un hombre violento?

–No es que me considere o no, es que no lo soy.

–¿Tienes armas?

–Tengo 64 años y apenas veo. No te acertaría con una pistola ni teniéndote a esta distancia. Y tengo lo de la próstata...

–¿Qué le pasa a tu próstata? –Que no me deja en paz y me estoy meando todo el rato.

–Yo no sé si le pegaste esos tres tiros a esa mujer, pero te acusan de ser un asesino a sueldo.

–Sí, por eso soy millonario. ¿Sabes dónde como en Gavá? En una casa de pensionist­as que me cobran cuatro euros por la comida. Tengo aquí el teléfono, allí me conocen. Llama si quieres.

–Qué desilusión. ¿No eres un asesino a sueldo?

–Ya te digo que no sé ni manejar un arma. No sé nada de eso.

–Pues te sitúan en el lugar del crimen.

–En toda mi vida he estado cuatro horas en Cádiz y fue hace mucho tiempo. Decían que estuve cogiendo caracoles en una época en que no hay caracoles... Hubo una rueda de reconocimi­ento en la que los otros eran más jóvenes que yo. La testigo dijo que el asesino tenía 40 años, yo tenía 60. Me van a volver a meter en la cárcel y en la calle estará el que haya cobrado por ese trabajo. A mí me han sacado de las catacumbas. Con los años que tengo, de qué me están hablando. No sé cómo aguantaré.

Esa misma tarde Balader fue condenado a 18 años de cárcel por cinco votos a dos del jurado popular. Posteriorm­ente, la sentencia fue ratificada por el Supremo.

Balader fue trasladado para cumplir la condena a la Modelo de Barcelona, un presidio obsoleto al que ya le quedaban sólo unos pocos meses en activo. Hasta su traslado a un penal definitivo, en el que a día de hoy sigue cumpliendo su pena, Balader estuvo en la misma galería en la que a Vaccarizi, cuarenta años atrás, le volaron la cabeza con un rifle para elefantes.

Su abogado, Pepe Núñez, a día de hoy, sigue pensando que condenaron a un inocente, que su leyenda le llevó a prisión.

Balader es hoy un reo de 74 años que ha cumplido más de la mitad de su condena y que sufre un avanzado cáncer de próstata. Balader sigue pidiendo que le concedan el tercer grado. Todas las veces que lo ha pedido se lo han denegado. De momento, ha aguantado en la cárcel, pero se le acaba el tiempo.

 ?? M. GUILLÉN ??
M. GUILLÉN
 ?? D. S. ?? Julio Balader, durante su juicio en Cádiz.
D. S. Julio Balader, durante su juicio en Cádiz.

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