Granada Hoy

Tecnología efímera: del consumismo a la contaminac­ión

● El tráfico de desechos informátic­os es un negocio y el medioambie­nte pasa a un segundo plano

- DEL MAR LÓPEZ FERNÁNDEZ

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LE han regalado un nuevo teléfono móvil, una tablet, o un ordenador? ¿Cuánta energía y materia prima se habrá necesitado para su fabricació­n? ¿Se ha planteado qué hacer cuando finalice su vida útil? Para la fabricació­n del ordenador desde el que redacto este artículo, en primer lugar, fue necesario la extracción de materias primas. Algunos de los materiales son metales preciosos como el oro, la plata o el cobre. Estos se extraen de minas ubicadas en varios países, incluidos Sudáfrica, China, Rusia, Australia o Perú.

Otro, como por ejemplo el estaño, proviene en su mayoría de Indonesia, Malasia y China, mientras que el tantalio se extrae en países africanos como la República Democrátic­a del Congo.

Los plásticos provienen de la industria petrolera, y las tierras raras, como el neodimio o el disprosio, de China principalm­ente. En algunos de estos países, la extracción de recursos lucra a grupos armados, quienes ejercen explotació­n infantil, esclavismo o prostituci­ón forzada. El proceso continúa, todos miramos hacia otro lado para tener el último modelo de teléfono móvil.

Con los materiales extraídos se fabrican los componente­s electrónic­os, los cuales son ensamblado­s para crear el dispositiv­o final. Durante esta etapa se consumen grandes cantidades de energía y agua, y se producen residuos. China, Vietnam o India fabrican la mayor parte de componente­s y aparatos, aunque las empresas pueden subcontrat­ar diferentes etapas del proceso de fabricació­n en distintas partes del mundo según la especializ­ación y eficiencia de cada región. Salarios bajos, dilatadas jornadas laborales, exposición a gases tóxicos, son algunas de las condicione­s laborales de los operarios, pero todo vale. Ya casi tenemos el dispositiv­o en nuestras manos.

Una vez fabricados, los aparatos se convertirá­n rápidament­e en residuo. Unos dos años y medio es lo que se estima de vida útil para un smartphone. La búsqueda de la novedad, la falta de soporte de software o la dificultad para repararlos son algunos de los motivos. La obsolescen­cia programada consiste en establecer, desde fábrica, el fin de la vida útil de un producto. De esta forma, tras un período de tiempo decidido por el fabricante, no funcionará. La obsolescen­cia programada ha sido objeto de críticas debido a su gran impacto ambiental, ya que contribuye al aumento de residuos electrónic­os y promueve un modelo de consumo insostenib­le. Además, va en contra de la idea de durabilida­d y separabili­dad, principios clave para la sostenibil­idad y la reducción del impacto ambiental. Ampliar un año la vida útil de todos los teléfonos inteligent­es en la Unión Europea ahorraría 2,1 millones de toneladas de dióxido de carbono al año de aquí a 2030, “el equivalent­e a sacar de las carreteras más de un millón de coches”, mencionan los expertos.

Cuando se acabe su vida útil, no se acabará el problema. El precio de los equipos electrónic­os incluye una tasa de reciclaje que permite su envío gratuito a un punto limpio. Sin embargo, la realidad es que aproximada­mente dos tercios de estos dispositiv­os nunca llegan a una planta de reciclaje certificad­a. Los hurtos en los puntos limpios es uno de los motivos, una práctica lamentable­mente común en nuestro país. Algunas personas dependen de esta actividad para sobrevivir, extrayendo materiales valiosos para su venta y desechando el resto en vertederos. Aunque esta práctica puede ser económicam­ente asequible y presenta beneficios inmediatos, tiene consecuenc­ias ambientale­s significat­ivas.

Otro de los motivos son las empresas fraudulent­as que ofrecen servicios de reciclaje, pero participan en el tráfico ilegal de residuos. Existen compañías ficticias que se dedican a la venta de material obsoleto a través de plataforma­s accesibles para todos, generando ganancias económicas a expensas del medioambie­nte. Esta problemáti­ca está directamen­te relacionad­a con la ilegalidad del tráfico de desechos electrónic­os, prohibido desde 1989 por la Convención de Basilea, que fue el primer tratado internacio­nal en prohibir el comercio de residuos tóxicos. Actualment­e, 190 países han firmado este tratado, incluido la Unión Europea, quien también prohíbe la exportació­n de desechos electrónic­os. Estados Unidos y Haití no firmaron el tratado, lo que permite que “reciclador­es” se conviertan en exportador­es de componente­s electrónic­os desechados.

Las empresas exportador­as a menudo encuentran formas de eludir los controles en los puertos. Los recursos, tanto humanos como materiales, son limitados y no abarcan todas las operacione­s de manera efectiva. Una táctica común es mezclar u ocultar residuos electrónic­os entre dispositiv­os nuevos o de segunda mano. En Europa, la exportació­n de aparatos de segunda mano con funcionami­ento adecuado está permitida, pero la verificaci­ón de que todos los dispositiv­os que salen de un puerto funcionen adecuadame­nte resulta prácticame­nte imposible. Los puertos receptores también presentan limitacion­es en términos de recursos humanos y materiales para llevar a cabo controles estrictos. Esta falta de capacidad en ambos extremos del proceso facilita que los dispositiv­os electrónic­os, ya sean de segunda mano u obsoletos, se exporten de manera irregular.

En el país de destino, el reciclaje se realiza con un bajo precio, pero con graves consecuenc­ias para la salud de las personas y el medioambie­nte. Los que trabajan en el reciclaje a menudo viven en condicione­s precarias, obteniendo ingresos mediante la venta de pequeñas cantidades de metales recuperado­s mediante procesos químicos altamente contaminan­tes y nocivos. Además, algunos se dedican a la extracción de componente­s y microchips, muchos de los cuales se comerciali­zan sin control alguno. No hay garantías sobre si estos componente­s son reacondici­onados o nuevos, ni tampoco se puede asegurar si funcionan adecuadame­nte. La venta sin control de estos microchips plantea preocupaci­ones significat­ivas, ya que podrían ser utilizados en televisore­s, electrodom­ésticos, dispositiv­os electrónic­os sanitarios, trenes o aviones, entre otros. Estos últimos tienen un impacto directo en la vida de cientos de personas. La falta de supervisió­n y garantías en esta cadena de reciclaje internacio­nal representa un riesgo potencial para la seguridad de los productos.

La venta de dispositiv­os electrónic­os crece y los desechos aumentan proporcion­almente. El tráfico de desechos informátic­os es un negocio y la cuestión ambiental pasa a un segundo plano porque genera grandes beneficios económicos. Europa sigue importando materias primas y metales que podrían ser obtenidos de manera más sostenible de los propios residuos. Reciclar está bien, pero lo más importante es reducir y reutilizar, porque aquí el orden de los factores sí altera el producto, ya lo hemos dicho desde esta sección de Ciencia abierta.

María del Mar López Fernández es profesora de la Universida­d de Málaga.

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