Granada Hoy

DE PEDRO A BEGOÑA, SU GRAN AMOR

- PABLO ALCÁZAR

NO es la primera vez, ya Eduardo VIII de Inglaterra abdicó para casarse con una divorciada americana. Si Sánchez dimite hoy, su renuncia será mayestátic­a. Sánchez no es mi tipo; de político, claro. No suelo creerlo, pero no dudo de que ame profundame­nte a Begoña Gómez, como ha confesado. En su ‘Carta’, se refiere a ella –repetidame­nte– como “mi mujer” (tres veces); cinco como “mi esposa” y 11,

Pedro y Begoña no son ni Romeo ni Julieta. Pero su amor, si hoy dimite, será legendario

con el confianzud­o “Begoña”, como si la conociéram­os de toda la vida. No soy experto en amores, pero sí he dedicado algún tiempo a estudiar el amor a lo largo de la historia. Casi tanto como a poner en práctica las recetas de la Thermomix y, últimament­e, las de la airfryer. Y cuando aparece un caso como el presente, intento averiguar de qué tipo de amor se trata. Caballeres­co, desde luego, ha estado el presidente en la defensa de su dama. No ha llegado a retar a singular combate a los que han ensuciado su buen nombre, ni ha designado padrinos ni ha elegido armas, que no sean las palabras, para defender el honor de su señora. El último duelo por cuestión de amor entre gente importante, que yo recuerde, lo protagoniz­ó el padre de la sociología, Marx Weber, que retó a batirse en duelo – ¡en el año 1910!– a un joven profesor que escribió un panfleto difamatori­o contra el grupo de mujeres feministas que presidía su esposa Marianne, en el que se decía que el movimiento estaba integrado “solo por mujeres solteras, viudas, judías, estériles y mujeres que no son madres o no quieren cumplir los deberes de una madre”. El amor conyugal, como el que af lora en la carta, ha tenido siempre sus rapsodas. El inigualabl­e Tolstói, por ejemplo, en su novela La felicidad conyugal nos habla del amor y del matrimonio a través de la historia de Masha y Serguéi. De su enamoramie­nto, del candor de los primeros momentos, de la dicha de la intimidad compartida, así como las tempranas decepcione­s que dan paso al verdadero amor. Pedro y Begoña, no son ni Romeo ni Julieta, aquellos que murieron por su amor, ni Calixto y Melibea. Ni la adúltera Ginebra y su Lancelot. Si lo fueran, se sabría: una panda de zurupetos los habrían denunciado. Ellos disfrutan, pienso, de una maritallis afectio, de un amor conyugal. De una rara liaison que puede pasar a la historia como una de las grandes renuncias: “Mi reino por Begoña”. ¡Folletines­co!

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