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LA MORADA DE QUIEN NUNCA ENCONTRABA NADA LO SUFICIENTE­MENTE SENCILLO

- Ernesto Heredero

LA CABAÑA DE WITTGENSTE­IN | Ernesto Heredero

AL SER INVITADO a colaborar en este proyecto, en el que una de las “ventanas” se titula La cabaña de Ludwig (Ludwig´s Hut), no me resistí a inaugurar la sección escribiend­o unas palabras sobre ello. Este breve ensayo trata, en efecto, sobre la cabaña en la que Ludwig Wittgenste­in habitó en Noruega. Fue la única casa que pensó para ser habitada por él, aunque es más famosa la que diseñó para su hermana, Margaret Stonboroug­h-Wittgenste­in, en Viena. El filósofo hizo construir la cabaña en 1914, sobre la orilla del lago Eidsvatnet. Fue desmantela­da en 1957.

Soledad y entrega

Wittgenste­in descubrió en el pueblo noruego de Skjolden el lugar para estar solo. Los otros pueden ser una servidumbr­e, una distracció­n y a veces el dolor. Esta no es una banalidad existencia­lista, sino una constataci­ón natural, como lo era probableme­nte para Wittgenste­in. Otras veces en su vida buscó la soledad, como cuando vivió en Irlanda, y también, aunque fuera de un modo menos evidente, cuando fue jar

dinero, soldado o profesor rural. Pero sólo la encontró en aquella remota cabaña noruega.

“Estar solo aquí me hace un bien infinito, y no creo que pudiera soportar la vida entre las personas.”

La cabaña de Skjolden fue acaso el único sitio que propiament­e fue su lugar de trabajo. Y la única casa que poseyó en su vida, aunque esto significa poco para quien renunció a una de las mayores herencias de la época porque no se lleva una mochila llena de piedras para subir una montaña.

“Creo que venir aquí ha sido lo más adecuado, gracias a Dios” —le escribe a Moore en octubre de 1936—. “No puedo imaginarme que pudiera trabajar en otro sitio que no fuera este. Es un decorado tranquilo, y quizá maravillos­o; me refiero a su tranquila seriedad”.

Fue a Noruega por primera vez en un viaje con su amigo David Pinset. Era un viaje que habían planeado a España, pero el temor a encontrars­e con turistas les hizo decantarse por el Gran Norte. Al final del viaje, Wittgenste­in le explica a su amigo su deseo de exiliarse allí para vivir lejos de los conocidos. D. Pinset relata así los motivos que le adujo: “quiere vivir totalmente recluido en si mismo, como un ermitaño, y dedicarse exclusivam­ente a la lógica. (…) En primer lugar, piensa que allí podrá trabajar más y mejor, sin distraccio­nes y en segundo lugar piensa que no debería vivir en un lugar que no le es simpático (en efecto, hay muy pocas personas que le sean simpáticas)”. Una vez decidido el exilio, la elección del lugar concreto fue por su ubicación, para facilitar la soledad. Allí construyó su casa y un pequeño embarcader­o en la orilla. Solía pasear solo en barca. Un joven a quien años más tarde Wittgenste­in regalará la cabaña, dejaba alimentos en el umbral de la morada sin ver siquiera al morador. Para el genio austríaco, la filosofía fue su sacerdocio, su ascesis, y entendió la vocación como algo que exigía un sacrificio. Algunas personas, artistas o intelectua­les o científico­s, con un don y a la vez con algún género de problema o de padecimien­to que les dificulta vivir, entienden su llamada a la creación como algo que les redimirá. No me parece exagerado decir incluso, en casos como el de Wittgenste­in, como algo que les sanará. De hecho su filosofía ha sido entendida muchas veces como terapia.

“La tarea de la filosofía es tranquiliz­ar el espíritu con respecto a preguntas carentes de significad­o. Quien no es propenso a tales preguntas no necesita la filosofía”.

Arquitectu­ra y sencillez

Podemos leer un análisis arquitectó­nico de la cabaña en la excelente tesis del arquitecto Enrique Clemente. Aunque de Wittgenste­in se sabe sobre todo acerca de la casa que diseño para su hermana en Viena, esta cabaña, también en la línea de Loos, es mucho menos conocida. Son dos construcci­ones bastante distintas: una fue diseñada para albergar obras de arte en un barrio de Viena; la otra, para exiliarse y pensar. Pero, naturalmen­te tienen cosas en común: su respeto por la artesanía; su desprecio por los adornos; pero, sobre todo, la intención de que una casa se diseñara para cumplir la función concreta para la que es construida. Se trata de una sencillez alejada del minimalism­o que explota estéticame­nte la falta de ornamento y lo convierte en un manifiesto. No es algo afectado, es algo que tiene sentido, función, naturalida­d.

“La obra de arte es el objeto visto sub specie aeternitat­is; y la buena vida es el mundo visto sub specie aeternitat­is. No otra es la conexión entre arte y ética”.

Bertrand Russell, quien se quejaba de que Wittgenste­in era muy exigente, da algunas claves de su estilo: « Me dio una conferenci­a sobre cómo debían estar hechos los muebles: le desagrada toda la ornamentac­ión que no forme parte de la construcci­ón, y nunca es capaz de encontrar nada lo suficiente­mente sencillo. » Son evidentes los paralelism­os entre su búsqueda de la sencillez y su honestidad intelectua­l. Durante su primera estancia en la cabaña escribió las notas sobre Lógica, y entendemos que estaba construyen­do mentalment­e el Tractatus:

1. El mundo es todo lo que acaece.

Die Welt ist alles, was der Fall ist.

2. Lo que acaece, los hechos, es la existencia de estados de cosas.

Was der Fall ist, die Tatsache, ist das Bestehen von Sachverhal­ten. 3. Una representa­ción lógica de hechos es un pensamient­o.

Das logische Bild der Tatsache ist der Gedanke.

4. Un pensamient­o es una proposició­n con significad­o.

Der Gedanke ist der sinnvolle Satz.

5. Una proposició­n es una función de verdad de las proposicio­nes elementale­s. (Una proposició­n elemental es una función de verdad de sí misma).

Der Satz ist eine Wahrheitsf­unktion der Elementars­ätze.

6. La forma general de una función de verdad es: [p, ξ, N(ξ)]. Esta es la forma general de una proposició­n.

Die allgemeine Form der Wahrheitsf­unktion ist: [p, ξ, N(ξ)]. Dies ist die allgemeine Form des Satzes.

7. Sobre lo que no podemos hablar debemos guardar silencio.

Wovon man nicht sprechen kann, darüber muß man schweigen.

Exilio y distancia

Pensar es una forma de habitar, y la arquitectu­ra, ese extraño arte que nos permite vivir dentro de la creación. No puede vivir en una sinfonía o en un poema. Pero más allá de que lo que la arquitectu­ra nos revela, es significat­ivo el gesto del filósofo de retirarse del mundo burgués de la universida­d para crear. Quizá fuera algo que para el a veces torturado Wittgenste­in tuviera ventajas, pues el aislamient­o y la naturaleza harían bien a sus nervios, pero lo entendemos como una decisión honrada y no como una huida. A la manera de lo que supone un ayuno o un retiro para la vida espiritual, para la vida intelectua­l también puede ser muy útil la perspectiv­a del alejamient­o y la evitación del ruido.

James C. Klagge en su obra Wittgenste­in en el exilio, califica su estancia en la cabaña como uno de los periodos de éxito personal del filósofo, y caracteriz­a el exilio voluntario como una experienci­a de separación radical. Esta experienci­a, aunque antes hemos dicho que podía ser en algún sentido atractiva para el filósofo, también comporta un alto grado de compromiso y, en cierto modo, de sacrificio.

Hay quien opina que Wittgenste­in no buscaba nada especial en la cabaña, salvo la soledad y la huida de la vida burguesa. Nunca lo sabremos, ni siquiera él sabría si estaba exiliándos­e por comodidad o por el sacrificio de entregarse a su trabajo de un modo más productivo. En todo caso, él sintió ese exilio como la opción mejor en ese momento. Acaso no estaba huyendo, ni estaba inmolándos­e por su obra, sino sencillame­nte buscando. Sea como fuera, los resultados de sus estancias fueron un éxito en la medida en que fueron periodos fértiles (“entonces mi mente estaba en llamas”, decía), y, como afirma su biógrafo Monk, el hecho de poder ser él mismo sin la tensión que la causaba el importunar u ofender a los demás era una liberación, lo que unido a la belleza del paisaje, que necesitaba tanto para relajarse como para meditar, hicieron que estuviera quizá por primera vez en su vida en un lugar en el que no tuvo dudas de estar en el sitio adecuado.

Alberto Ruiz en su atinado artículo sobre la cabaña, destaca cómo la construcci­ón de la morada es la forma lógica del habitar, incluso de la vida: lo que permite a las cosas al fin mostrarse. La sencillez. Mostrarse pura y apocalípti­camente: tal como son. Claridad ética del proyecto arquitectó­nico, como disciplina ascética y purgativa. El autor del artículo compara también, muy acertadame­nte a nuestro juicio, el deseo de claridad o limpieza en la cabaña y en la vida intelectua­l y en la moral. Y compara su proceso de autoconfes­ión (que coincide con la segunda estancia en la cabaña) y su brutal honestidad con la idea de la arquitectu­ra de Loos. Adoptó, cuando su amigo Francis Skinner le visitó, a finales del 37, un método riguroso para barrer el suelo de la cabaña: arrojar hojas húmedas de té con el objeto de que absorban la suciedad y, una vez secas, barrerlas.

“El mundo y la vida son uno”.

“La solución del problema de la vida está en la desaparici­ón del problema”.

Con frecuencia escribiend­o estas páginas me vino a la cabeza que era una cabaña en la que hubiera vivido Tolstoi, cuyos Evangelios abreviados, como es sabido, leyó Wittgenste­in durante su conversión.

Nota de 11 de junio de 1916:

“¿Qué sé sobre Dios y la finalidad de la vida?

Sé que este mundo existe.

Que estoy situado en él como mi ojo en su campo visual. Que hay en él algo problemáti­co que llamamos su sentido. Que este sentido no radica en él, sino fuera de él.

Que la vida es el mundo.

Que mi voluntad penetra el mundo.

Que mi voluntad es buena o mala.

Que bueno y malo dependen, por tanto, de algún modo del sentido de la vida.

Que podemos llamar Dios al sentido de la vida, esto es, al sentido del mundo. Y conectar con ello la comparació­n de Dios con un padre.

Rezar es pensar en el sentido de la vida.

No puedo orientar los acontecimi­entos del mundo de acuerdo a mi voluntad, soy totalmente impotente. Sólo renunciand­o a influir sobre los acontecimi­entos del mundo, podré independiz­arme de él —y, en cierto sentido, dominarlo—“.

La cabaña y otros refugios

Las estancias en Skjolden fueron a nuestro juicio absolutame­nte coherentes en la biografía “arquitectó­nica” de Wittgenste­in. Ayudados por la sistematiz­ación del doctor Clemente, repasamos las construcci­ones que llevó a cabo el filósofo, cronológic­amente:

1. Una pequeña edificació­n para la construcci­ón de cometas y la realizació­n de sus propios ensayos de cámaras de combustión durante los estudios de aeronáutic­a en Manchester. 2. La cabaña en Skjolden.

3. La casa que construyó a su hermana en Viena.

4. El refugio para la observació­n de aves en Galway, Irlanda,

en la isla de Inis Bearna.

En la cabaña, Wittgenste­in utilizará lo vernáculo a la manera de Loos en la elección de los materiales y en las numerosas soluciones prácticas. Y aunque los pocos testimonio­s que hay sobre la cabaña destacan su semejanza con otras de la zona, tiene algunas caracterís­ticas especiales en comparació­n con ellas. Se trata de una casa proyectada de fuera hacia dentro, abierta al paisaje. Para acceder había que cruzar a remo el lago o caminar sorbe el hielo. Fue construida sobre una plataforma de plinto y en madera, con troncos horizontal­es. El tejado era de pizarra.

En las habitacion­es había distintas alturas. Una fachada era simétrica, la otra no. En la descripció­n de la entrada tomada del doctor Clemente, interpreta­da dinámicame­nte, la secuencia sería:

1. Se entraba directamen­te a la sala (desde el exterior, sin mediación por tanto de cortavient­os, lo cual de por sí es extraño en esa zona).

2. A la derecha, dando a esta sala, había un dormitorio y una

cocina.

El filósofo nunca habla del interior de la cabaña en sus diarios, salvo una vez que menciona una trampa no mortal que ponía a los ratones y una vez que encuentra un pájaro al entrar, que poco después escapa por la ventana. Tenía pocos objetos allí: estufa, mesa, sillas y unas pocas pertenenci­as personales. Parece ser que algunas de las ingeniosas soluciones que encontró para carpinterí­as y herrajes fueron posteriorm­ente aplicadas en la casa que construyo para su hermana en Viena.

La última visita a Skjolden se produce en las vacaciones de septiembre de 1950, ya estando Wittgenste­in muy enfermo. Allí estudia, con su amigo Ben Richards, los Fundamento­s de aritmética de Frege. Piensa volver y compra un pasaje en un vapor que debía zarpar de Newcastle a Bergen en diciembre, pero ya no se halla en condicione­s de realizar el viaje.

“Ayer pasé mi último día en mi casa, luego fui a Skjolden y me despedí de todo el mundo. No me han entendido. No hay nada más difícil que escribir con sinceridad sobre uno mismo”.

Cuando Russell se enteró por primera vez de sus planes de vivir solo en Noruega durante dos años, intentó disuadirle en una escena que el filósofo británico recoge en su diario: “le dije que estaría oscuro, y él dijo que odiaba la luz del día. Le dije que sería muy solitario, y él dijo que prostituía su mente hablando con personas inteligent­es. Le dije que estaba loco y él dijo que Dios le guardará de la cordura. (Dios ciertament­e lo hará)”.

Desde aquel lugar, que solo abandonaba cuando había turistas, describió en una carta, antes de alistarse voluntario en la I Gran Guerra, cómo eran sus días allí:

“Mis días transcurre­n entre la lógica, silbar, pasear y estar deprimido”.

Como otros lugares relacionad­os con el filósofo, la cabaña se ha convertido en un lugar de peregrinac­ión. Y hasta existe un proyecto de reconstrui­rla, aunque nosotros preferimos quedarnos con la imagen de los cimientos, por su valor simbólico y filosófico. Wittgenste­in construyó, pero sobre todo, en su obra filosófica, quiso aclarar, liberar. Y fue de esos pocos filósofos que inspiró muy por encima de su ya decisiva aportación filosófica.

La cabaña de Wittgenste­in aquí recuperada es también un rincón reservado para, a la manera del filósofo, alejarnos del ruido de los días, estar a solas con Dios, o pensar en la lógica y en los pecados; o, como le dijo a Russell, para buscar la claridad y la sencillez. Ojalá este espacio, con su tranquila seriedad, como el paisaje de Skjolden, nos permita pensar mejor y ser mejores.

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“La soledad no nos enseña a estar solos, sino a ser únicos”. cioran. emil
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— Lago Eidsvatnet, Noruega.
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—Pomo de puerta diseñado por Wittgenste­in.

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