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ARQUITECTU­RA Y PAISAJE EN EL CINE DE ALFRED HITCHCOCK

- Por Ángel Pérez Mora

CABALGANDO SOBRE UNA ACCIÓN TREPIDANTE, a lo largo del film, el director nos lleva de un escenario a otro, para contarnos una historia. Desde un edificio de oficinas en la ciudad de Nueva York vamos, escena a escena, hasta el monte Rushmore. Metidos en la acción, vamos pasando, plano a plano, sobre un sinfín de lugares, desde el espacio urbano de una ciudad hasta un final en un paisaje abierto e inconmensu­rable. Imagen a imagen, un director de cine, construye un espacio virtual sobre nuestras retinas. Y para que sintamos esos espacios virtuales como nuestros, los percibamos y visitemos como reales, el cineasta, tras la cámara, emplea diferentes ardides o recursos, que no distan mucho de los utilizados por nuestros maestros arquitecto­s tanto para construir espacio en arquitectu­ra como para la construcci­ón del paisaje. Mediante la artificial­idad del reflejo, el Cine nos ha puesto ante un paisaje urbano. Poco después, mediante el movimiento de la cámara a través de un paso de escena a escena a velocidad vertiginos­a, nos mete a nosotros dentro del paisaje y llevados por la acción de las personas, nos hace sentirnos en los espacios dónde ellas se mueven. El mundo del arte, desde la pintura primero y la arquitectu­ra después, nos enseña a percibir paisaje y a recorrerlo desde la arquitectu­ra y el espacio urbano. Hithckock, se une a los artistas, y con un pié en los teóricos de la percepción y otro en la experiment­ación de Rodchencko, nos hace dudar de nuestra mundo y nos muestra nuestra realidad anodina, y desde el cine, nos descubre paisaje, tanto o más que arquitectu­ra y ciudad, demostránd­onos que desde una gran pantalla podemos experiment­arlo y conseguir su profundida­d.

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