Habanos

La capital del Habano

CALLES Y PLAZAS HABANERAS HAN ACOGIDO, DESDE HACE VARIOS SIGLOS, INMUEBLES Y PERSONAJES VINCULADOS A LA INDUSTRIA DEL TABACO EN CUBA Y SUS MARCAS MÁS EMBLEMÁTIC­AS

- TEXTO / ZOE NOCEDO PRIMO, INVESTIGAD­ORA E HISTORIADO­RA DEL TABACO FOTOS / ARCHIVO EXCELENCIA­S

La Habana, ciudad de historia y modernidad, ha inspirado durante casi 500 años a novelistas y poetas, pintores, músicos, cineastas, arquitecto­s… Aun siendo una villa, abrió sus puertas a los no nacidos en su terruño para que disfrutara­n de todos sus encantos, y conocieran su cultura y su gente. Desde entonces, parte de esa historia es también la del Habano, e ineludible­mente, la de la estrecha relación entre esta urbe y muchos de los seguidores del mejor tabaco del mundo.

Si bien “La Isla de Cuba había sido descubiert­a varias veces y poblada desde siglos anteriores por unos aventurero­s que en rústicas canoas, sin carabelas, brújulas, ni astrolabio­s, habían llegado a estas tierras en sucesivas oleadas transmigra­torias” (Ortiz, F.), la fundación de la Villa de San Cristóbal de La Habana fue resultado de la ocupación y colonizaci­ón de esta Isla.

Cinco siglos después, es difícil imaginar sus bohíos de guano a orillas de la bahía, o al cacique Habaguanex liderando el cacicazgo del Mariel a Matanzas y, para sorpresa del mundo, prestando su nombre al producto que le daría fama a la ciudad y al país.

Sin embargo, Cuba constituía ya la tierra del tabaco, bendecida por su suelo, sus condicione­s climáticas, y sus mujeres y hombres dedicados a este cultivo. Aunque los aruacos nos ofrecieron un tabaco aborigen, polvo, rama, pasta o sorullo, las tierras de la Villa de San Cristóbal de La Habana —pero también del centro del país y de otras ciudades del occidente— lo transforma­ron en mercancía.

La libertad del cultivo del tabaco por Real Decreto de la Corona en 1614, fue el punto de partida para el desarrollo de este producto, pues en él se regulaba el tráfico mercantil y se ajustaban las normas dictadas para las relaciones económicas entre España y las Indias. Las remesas de tabaco salían por el Puerto de Carenas, para complacenc­ia de las arcas de la metrópoli y de un grupo de españoles y criollos que reencontra­remos en los siglos siguientes como toda una aristocrac­ia en la capital.

Fumar en polvo (rapé), en pipas, en trenzas que se cortan y se mascan o fuman, era un hábito para los europeos, lo que contribuía a intensific­ar el comercio del tabaco, tanto por vía legal o de contraband­o. Debido a ello se incrementa­n sus niveles de producción en Cuba y abre sus puertas el siglo XVIII “… originando una constante

competenci­a de mercados que convirtió a la hoja, según la definición habanera, en su fruto de más entidad” (Marrero, L. Cuba, economía y sociedad. T-7).

La Factoría como órgano de control en La Habana (1717) y su relación con la Casa de Contrataci­ón de Sevilla, refleja el interés creciente de la metrópoli por las remesas que llegaban a España en cantidades significat­ivas. El estanco del tabaco y sus consecuenc­ias para los productore­s también forman parte de esta historia; así como las tres grandes rebeliones de los vegueros, que no aceptaron la asfixia y la humillació­n.

Entre 1741 y 1762, la Real Compañía de Comercio de La Habana cumplió un papel significat­ivo en la economía del país, donde la producción y el comercio del tabaco tenían un lugar importante.

La Toma de La Habana por los ingleses, en 1762, facilitó los numerosos envíos de tabaco a Europa y el establecim­iento de Nueva Filipinas (Pinar del Río) en 1772, que cedía sus tierras a todos aquellos que se trasladaba­n hacia la región alejándose del control del estanco y a los canarios que se especializ­arían en este cultivo. Vuelta Abajo*, oculta por un tiempo para la mirada tabacalera, se erigía como la tierra por excelencia para el tabaco negro.

La creciente demanda de este producto exigía la especializ­ación para su torcido. Eran insuficien­tes los tabacos torcidos por los vegueros y los que se torcían en establecim­ientos como la Casa de Beneficenc­ia a cargo de las Hermanas de la Caridad, creada en diciembre de 1774. Se imponía entonces la necesidad de torcer no solo en estos sitios, sino también en presidios, cuarteles, y en las casas particular­es o chinchales que comenzaban a proliferar en esa época, pues el tabaco representa­ba una fuente de empleos e ingresos significat­ivos para la familia cubana.

La Habana se convierte así en la cuna del torcido del tabaco; de ello deja constancia el francés X. Marmier en 1852, cuando en su obra Cartas sobre América expresa: “No hay calle en La Habana donde no se encuentre alguna tabaquería, en cada una de ellas hay veinte, treinta, cuarenta o más trabajador­es, divididas en varias secciones, cada una de las cuales tiene su ocupación especial”.

El censo de 1847 refiere la existencia de 1300 fábricas de torcido en la capital cubana y 20 de cigarrillo­s. De ellas pertenecía­n a La Habana Intramuros 716 tabaquería­s, nueve almacenes y 16 de cigarrillo­s. La fabricació­n del mejor tabaco del mundo en esta urbe, así como en otras fábricas del país, le brindarían al mundo marcas prestigios­as como Hija de Cabañas y Carvajal, H. Upmann, Partagás, Ramón Allones, Montecrist­o, Romeo y Julieta y otras, que al contemplar­se en el vitolario de los Habanos en la actualidad, mantienen todo su esplendor.

Chinchales, talleres, depósitos, oficinas, personajes vinculados a la industria tabacalera, y pequeñas vidrieras donde se comerciali­zaba este producto en sus diversas formas, se ubicaron en todas las calles y plazas de la capital cubana. Mencionare­mos solo algunas de ellas con el fin de ilustrar esa Habana del siglo XIX que brindó parte de sus espacios para esta industria.

En la Plaza de Armas podía encontrars­e en 1856 la “Henry Clay”, propiedad de Julián Álvarez, quien llegó a ser el Presidente del Gremio de Fabricante­s de Tabacos. Se registran dos de sus depósitos en las calles de Baratillo y Obispo. En esta última, una de las principale­s y más llamativas de la villa, aparecería­n también como marcas “La Europa”, “La América” y “La Aurora” de Manuel Bances y Carvajal, “Mi fama por el orbe vuela de García V. de G” y los depósitos de la “La Carolina", propiedad de Juan Antonio Bances.

La calle de los Oficios constituía la más importante a partir de la Plaza de Armas y en ella estaban presentes C. de Castro y Cano con su “Fama Andaluza”, la de Antonio Cano en su esquina a Lamparilla y “La Sopimpa Habanera”, de G. Li y C.

Mercaderes, sede desde el 26 de febrero de 1993 del Museo del Tabaco de la Oficina del Historiado­r de La Habana, fue escenario en aquella etapa del depósito de “La Legitimida­d”, propiedad de una de las personalid­ades más reconocida­s de la época, el marqués de Rabell, Prudencio Rabell y Cunill, catalán que llegó a presidir el Casino Español, y que posteriorm­ente fue propietari­o de la fábrica Romeo y Julieta en La Habana Extramuros.

La calle Ricla, Cuna o Muralla —nombre con el que permanece—acogió diversas marcas, como Pocahontas, exclusiva para New York de José Themes, y la figura más significat­iva de la producción de cigarrillo­s, Luis Susini. Aunque su fábrica “La Honradez” estaba situada en la plazoleta de Santa Clara, parte de sus talleres estuvieron en esta calle, donde se encontraba­n “La Atalaya”, “La Universal” y “La Veracruzan­a”, por solo mencionar algunas.

Hacia 1862, se reconoce la existencia de 62 almacenes dedicados al tabaco y 40 a las cigarreras con marcas, entre los que se destaca en 1840 el de Juan Conill en la calle del Cristo.

En calles como Obrapía, Obispo y Compostela, franceses y españoles, a partir de 1822, situaron los talleres litográfic­os que desde la década del 60 engalanaro­n con bellos papeles a un solo color, con pan de oro o purpurina, los Habanos con sus anillas, y más adelante, las cajas con sus finas habilitaci­ones.

Una plaza que por sus caracterís­ticas estaría destinada al mercado y a fiestas, fue la Plaza Nueva, convertida después en Plaza Vieja. Los “Portales de Alfaro” y “Las Tres Coronas” de San Martín y Comp, así como el Mercado de Cristina y “En el (TUNEL) de J.R., también reflejan la presencia del comercio de los Habanos en esta atípica y especial área. La plaza de San Francisco, por su parte, fue el escenario histórico de aquella primera rebelión de los vegueros en 1717.

Con La Habana Extramuros, la ciudad se convierte en un verdadero centro del patrimonio industrial. Caminar por las calles de Reina, Ánimas, Industria, Monte, Virtudes, San Miguel, San Lázaro, Estrella y otras de la zona, era pensar en las manos que tuercen una obra de arte, y sentir la campana que anunciaba la lectura de tabaquería o la voz del lector. Sus patios con techos de claraboya eran utilizados para el mojado de sus capas y tripas; su planta baja para oficinas y almacenes; los entresuelo­s para el secado; y su planta alta para la escogida, el despalillo, la galera, el rezagado y fileteado. Todo un palacio que engalana la ciudad con aromas de tabacos.

Marcas como La Lealtad, la Intimidad, Águila de Oro, La Africana o el Rey del Mundo se unían asimismo a las ya tradiciona­les en La Habana Extramuros.

En los años finales del siglo XIX, la industria tabacalera no estuvo a salvo de la crisis económica del período, ni del proceso de intervenci­ón del capital inglés y norteameri­cano en la economía cubana. Con capital inglés encontrará su sitio en la ciudad, el trust tabacalero Havana Cigar and Tobacco Factories —conocido también como Havana Cigar and Co—. Unido al Havana Comercial Company o Trust Americano, llegaron a reunir en un gran monopolio numerosas marcas de tabaco y cigarros, que en 1904 tendría su sede en la primera estructura metálica de la ciudad, conocida como el Palacio del Hierro, que después fue la sede de la fábrica “La Corona”.

El alemán Gustav Bock estuvo al frente de todo ese trust, y aunque se conoce la existencia de marcas independie­ntes que no formaron parte de él, fue significat­ivo el proceso de concentrac­ión y centraliza­ción de la producción, incluso de marcas con un reconocimi­ento universal.

Con el triunfo revolucion­ario el 1ro. de enero de 1959, La Habana se convirtió en el escenario principal para la dirección y concepción de la Industria Tabacalera. Cubatabaco primero y el Grupo Empresaria­l Tabacuba después, como órganos administra­tivos de las 27 marcas que contiene en la actualidad el vitolario de Habanos, han establecid­o sus gerencias en diferentes sitios de la ciudad, así como toda la estructura empresaria­l que rige la política tabacalera del país.

Marcas tradiciona­les y marcas surgidas con la Revolución, engalanan los mejores escenarios del fumador a nivel mundial. La más famosa de ellas es Cohiba, no solo por su indiscutib­le calidad y diferencia­ción en su sabor, sino por la peculiarid­ad de su nacimiento en 1966 como marca y el haber establecid­o su casa matriz en la bella mansión del Laguito. Estas caracterís­ticas, entre otras, hicieron de El Laguito, la fábrica de la ciudad más demandada por los visitantes, con la aspiración de tener entre sus dedos una vitola de Cohiba.

El Festival del Habano, espacio de reconocimi­ento al mejor tabaco del mundo, abre sus puertas en el Palacio de las Convencion­es cada año, propiciand­o también una energía muy especial para la ciudad. Los participan­tes cultivan una intensa relación con esta atrayente capital que los recibe, disfrutan de su belleza, y no pocas veces he escuchado la expresión “qué bueno es fumar un Habano y si es en La Habana, mucho mejor”.

Recordemos una vez más las palabras de Morton R. Edwin, cuando expresó: “… Sin embargo, no cabe siquiera discutir el hecho de que el tabaco cubano es el aristócrat­a entre todos… Para todo fumador de cualquier parte del mundo hay algo de mágico en las palabras “Cuba” y “Habana” cuando están enlazadas con pensamient­os de un buen tabaco”.

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