Habanos

Una alianza exquisita

EL MARIDAJE EXITOSO CON UN HABANO REQUIERE UN VINO VERSÁTIL. SIN EMBARGO, ENTRE TANTAS BEBIDAS DISPONIBLE­S A ESCALA GLOBAL, ¿QUÉ ELEMENTOS DISTINGUEN A UN VINO CON ESA CUALIDAD?

- TEXTO / SOMMELIER ROBERTO ÁLVAREZ PEREIRA FOTOS / ARCHIVO EXCELENCIA­S

En la búsqueda sin fin de crear y recrear experienci­as sensoriale­s novedosas dentro de los maridajes contemporá­neos, se ha despertado una pasión universal hacia los performanc­es construido­s por el vino y el Habano, un binomio tan riesgoso como seductor.

Si bien es cierto que ambos productos comparten patrones semejantes en sus procesos de cultivo, fermentaci­ón, añejamient­o y conservaci­ón, no cabe duda de que son muy diferentes desde el punto de vista organolépt­ico, a pesar de que se empleen analogías similares para su descripció­n e interpreta­ción sensorial.

ANATOMÍA DE UNA ALIANZA VS. VERSATILID­AD

Numerosos espacios de reflexión se dedican al análisis de la unión entre el vino y los Habanos, con el propósito de comprender esta atractiva alianza. Se ha escrito mucho sobre cómo se complement­an o contrastan, lo cual ha originado múltiples debates acerca de la idoneidad de una bebida u otra para acompañar un Habano. Resulta indiscutib­le la compatibil­idad del tabaco más famoso del mundo con espirituos­os como el ron, o con vinos como el Oporto y el Tokaji. Sin embargo, la verdadera poética de su acompañami­ento permanece aún en discusión y lo hará mientras nos interese comprender­lo.

El Habano, con la dosificaci­ón de su ligada al formar la tripa, los aportes que realizan el capote y la capa, el añejamient­o, la temperatur­a y la humedad, provoca que cada marca tenga una identidad propia. De igual forma, gracias al impacto del calor sobre sus tercios, es capaz de regalarnos diferentes configurac­iones al paladar e incluso, en un mismo Habano podemos encontrar distintas lecturas organolépt­icas —relativas al sabor, textura, color y olor— a lo largo de su fumada.

Varias marcas de vino se caracteriz­an por su versatilid­ad para dialogar con el Habano. En el vino suceden fenómenos similares, pues los procesos de oxidación que comienzan cuando entra en contacto con el oxígeno en la copa, volatizan nubes de moléculas que, según su densidad y tiempo de deconstruc­ción, empiezan a componer patrones odoríferos y gustativos que activan nuestra memoria sensorial. Este suceso es interpreta­do por nuestra naturaleza y descrito mediante las vivencias culturales de sus actores.

Si el vino no nos brinda un perfil organolépt­ico conocido, es decir, potenciado en su mayoría por aromas que se definen con elementos de nuestra cultura —recordemos que el sabor es construido en un 80 % por el aroma—, probableme­nte no lo veremos digno de alianzas o maridajes. Resulta muy común que, al carecer de un referente cultural interno que nos permita decodifica­r los olores y aromas de un vino o cualquier otra bebida, asumamos una postura en la cual lo subestimem­os hasta no disfrutarl­o o, en el peor de los escenarios, descartarl­o, aunque puede que estemos ante una alianza memorable.

Sabemos que el maridaje exitoso con un Habano requiere un vino versátil. Sin embargo, entre tantas bebidas disponible­s a escala global, ¿qué elementos distinguen a un vino con esa cualidad? Al igual que en el cuerpo humano, el estrés en la vid produce muchas transforma­ciones, varias de ellas beneficios­as para las nuevas corrientes enológicas. Los vinos más versátiles proceden en su mayoría de lugares altos, con estrés térmico o hídrico marcado, en suelos volcánicos del período Mioceno, o ricos en minerales.

Lo más importante a la hora de elegir es la Denominaci­ón de Origen Protegida (D.O.P.). Si buscamos un vino capaz de cambiar positivame­nte en su evolución oxidativa o que al menos su cambio se adapte al otro elemento con el cual se empareja, entonces tendremos éxito. Para lograrlo debemos tener en cuenta que uno de los climas más favorables para desarrolla­r esa cualidad es el continenta­l, marcado por el mar Mediterrán­eo con influencia del Atlántico, lo cual conlleva a inviernos muy fríos y veranos extremadam­ente cálidos y con una acentuada amplitud térmica entre el día y la noche, durante la época de maduración. Estas condicione­s propician que la piel de la uva sea más gruesa, traduciénd­ose en vinos con más concentrac­ión de aromas y color.

Además del clima, también influyen la geología del terroir y las técnicas de vinificaci­ón empleadas. En consecuenc­ia, el resultado moldea por completo los agentes disociador­es del vino, como la acidez y la tanicidad excesiva. La Ribera del Duero es un ejemplo sutil de esa D.O. que puede producir vinos tranquilos, capaces de entablar un diálogo memorable con un Habano. Existen algunas bodegas que vinifican en roble francés del Centro (Quercus petrae) y de Vosgos, como Protos, Vicente Gandia, Conde de San Cristóbal y Félix Callejo, las cuales poseen en su portafolio ejemplos tangibles de vinos aptos para alianzas muy versátiles.

BUSCANDO EL TIEMPO PERDIDO…

Una alianza “gourmet” entre vinos y Habanos con experienci­as sensoriale­s memorables y sorprenden­tes, se produce con dos robustos del portafolio de Habanos, S.A. La primera vitola es un Hoyo de Monterrey, Epicure No. 2, de cepo 50 x 124 mm de largo, de sabor suave, aunque dependiend­o de su humedad y tiempo de guarda puede alterar un poco esa definición de “suave”. La otra vitola es el Montecrist­o Open Master, de igual cepo y longitud que el Epicure No.2, con un sabor medio propicio también a variar ligerament­e influido por las condicione­s de conservaci­ón.

LA RIBERA DEL DUERO ES UN EJEMPLO SUTIL DE ESA D.O. QUE PUEDE PRODUCIR VINOS TRANQUILOS, CAPACES

DE ENTABLAR UN DIÁLOGO MEMORABLE CON UN HABANO

La intención de este maridaje es provocar, buscar lo inesperado, descubrir que existe un componente emotivo dentro del poder de experiment­ar nuevas mezclas, o viejas mezclas renovadas por el tiempo. En palabras del icónico novelista francés Marcel Proust, estamos en “busca del tiempo perdido”, y lo vamos perdiendo por mantener los esquemas y las variables de siempre. Un maridaje inolvidabl­e recupera ese tiempo perdido y nos regala la aventura de descubrirn­os a nosotros mismos a través de aromas y sabores.

En un futuro no muy lejano entenderem­os el “arte de fumar un Habano” o la “versatilid­ad de un Habano”, así como el complejo fenómeno de querer asociarlo con todas las bebidas. En efecto, su carácter versátil promueve el deseo de hacerlo, como parte del patrimonio inmaterial de la nación cubana.

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