Habanos

Los besos de Lima

VIAJAR HASTA PINAR DEL RÍO PERMITE ADENTRARSE EN TIERRAS COMO SAN JUAN Y MARTÍNEZ Y SAN LUIS, DONDE SE CULTIVAN CON ESMERO LAS PLANTAS DE LAS QUE SE OBTIENEN LAS HOJAS QUE DAN ORIGEN AL EXQUISITO Y SINGULAR HABANO

- TEXTO: HABANOS S.A./ ABEL ROJAS BARALLOBRE FOTOS: ARCHIVO EXCELENCIA­S

Para viajar hasta San Juan y Martínez, considerad­a «la tierra del mejor tabaco del mundo», hay que dejar atrás La Habana y tomar la autopista a Pinar del Río, para luego, ya estando en la ciudad cabecera de la provincia más occidental de Cuba, avanzar todavía otros 30 km.

Eso sí: no será difícil comprobar que llegamos a un paraje donde el tabaco es el rey, desandando

ya por la zona de Vueltabajo, que brinda todos los tipos de hojas que se utilizan esencialme­nte para la elaboració­n de los Habanos: para la tripa, el capote y la capa.

Como hay dos formas diferentes de cultivarlo, según el destino final de las hojas en la confección del Habano, en el paisaje se alternan las vegas de tabaco al sol, de un intenso color verde, y otras que crecen medio a escondidas, cubiertas por una fina tela blanca para proteger la plantación de las inclemenci­as del tiempo y la radiación solar directa, lo que permite un mayor crecimient­o y menor grosor de las hojas.

Los campos al aire libre abarcan las mayores superficie­s y proveen las cuatro diferentes hojas que pueden llegar a componer la tripa de un Habano (volado, seco, ligero y medio tiempo). De ellos se obtiene, además, el capote, usado para envolver a ese conjunto preliminar –cuerpo básico de la ligada–, que caso por caso responde a una antigua formulació­n que distingue y diferencia a cada marca de Habanos y sus vitolas.

De las vegas tapadas se extrae la capa, hojas muy delicadas, finas y de suave textura, empleadas en el torcido manual para la terminació­n y elegante apariencia final de estas obras de buen gusto y glamour, salidas de la paciente dedicación y la experienci­a de los tabaqueros cubanos desde el campo hasta la industria.

SAN JUAN Y MARTÍNEZ

A ambos lados de la carretera camino a San Juan y Martínez, estrecha y sinuosa, de difícil transcurso por los coches de caballo o personas en bicicleta que se deben sortear, crece el verdoso cultivo y se hacen visibles entre la neblina, las casas de curado.

Pronto el viajero se da cuenta de que entró a un lugar con costumbres distintas y hasta con un horario propio, que comienza bien temprano en la madrugada, cuando los vegueros, que le saben un mundo a este negocio, llevan los animales a pastar.

Para estos hombres o mujeres dedicados a las faenas de la vega, no hay más que campo y trabajo de sol a sol durante los 90 días que se prolonga la campaña; ni nada en el corazón o la mente que rompa la constante secuencia de atenciones que requiere cada planta en el campo, desde que se siembra la primera postura, hasta que se recolecta la última de sus hojas.

Nadie como ellos para detectar cuál es la época en que es preciso «tapar» las plantas que irán destinadas a las capas de los Habanos, deshijarla­s para que no se «vayan en vicio», abonarlas una y otra vez, echarles pesticidas cuidando que no aparezca el temido «moho azul», y recolectar­las comenzando por las de abajo, y en especial las del medio, las más grandes, finas y de menos grasa, ideales para recubrir los afamados Habanos.

Al filo del mediodía, la jornada casi termina, cuando se sacan en parihuelas las hojas de tabaco recogidas hacia las casa de cura, donde son ensartadas y colocadas en los cujes o varillas en las que dormirán durante varios meses mientras se secan.

Son muchos los que esta región viven para y por el tabaco. De hecho, todo San Juan y Martínez, así como el vecino municipio de San Luis, palpita, ríe o llora al compás de la cosecha, y en sus esquinas se discute por igual de béisbol o fertilizan­tes, de política

El tabaco es el rey en la zona de Vueltabajo, una tierra que brinda todos los tipos de hojas que se utilizan esencialme­nte para la elaboració­n de los Habanos: para la tripa, el capote y la capa

o de lluvias. No es de extrañar en un territorio donde se cultivan unas 250 caballería­s de tabaco de distintos tipos, de ellas más de 40 dedicadas al tapado para la obtención de capas requeridas por los Habanos.

Dos calles dividen por la mitad el poblado de San Juan y Martínez: una de ida y otra de vuelta. Al principio, donde desemboca la carretera, está su Parque Central. A un lado de este, una alta verja recuerda que allí comenzaba la finca Hoyo de Monterrey, que aún conserva el pórtico de entrada y la verja original.

Todo el pueblo es una inmensa columnata de portales que se comunican unos con otros. Lo más curioso es que a donde quiera que se mire, se ve el tabaco. Ya sea fumado por los viejos en sus sillones, en las aceras o en los bancos; en las numerosas escogidas diseminada­s por toda la localidad, en la boca de los guajiros que pasan con sus «arañas» tiradas por un solo caballo, o en las casas de curar que se adivinan en el horizonte.

San Juan y Martínez fue fundado entre 1740 a 1745, sin que se tenga una fecha exacta de este suceso, aunque se conoce que ya desde el siglo XVII estos hatos habían sido entregados a colonos españoles.

En realidad el cultivo del tabaco comenzó desde la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se establecie­ron plantacion­es en Los Palacios, Consolació­n del Sur, Pinar del Río y San Juan y Martínez. Sin embargo, no fue hasta el siglo XIX, con la eliminació­n del estanco en 1817 y la supresión de otras trabas comerciale­s años más tarde, que se afianzó la producción tabacalera como renglón fundamenta­l de la región.

El pueblo fue incendiado por los mambises que luchaban contra el dominio español el 21 de febrero de 1896, Día de la Dignidad

Sanjuanera, y solo quedaron en pie los muros de Monterrey y la torre de la iglesia, que todavía es la mayor altura del pueblo.

A pocos kilómetros de San Juan y Martínez se alza la Estación Experiment­al del Tabaco, fundada el 31 de enero de 1937, que es la segunda institució­n científico-técnica más antigua de Cuba. De ella han salido importante­s variedades de tabaco a partir de las cuales se obtienen plantas con mayor número de hojas y más resistente­s a enfermedad­es como el moho azul y la pata prieta.

SAN LUIS

Alejandro Robaina fue el único cubano que ha podido ver en vida un tabaco que llevara su propio nombre. Premio Habano en Comunicaci­ón, murió en 2010, a los 91 años de edad, con lo cual

Se trata de un territorio donde se cultivan unas 250 caballería­s de tabaco de distintos tipos, de ellas más de 40 dedicadas al tapado para la obtención de capas requeridas por los Habanos

desapareci­ó una leyenda activa y se cerró un capítulo glorioso en la historia del tabaco cubano y universal.

Las vegas de quien se convirtió en un ídolo para los amantes de los cigarros Premium, se localizan en la carretera a San Luis, en los perímetros de las Cuchillas de Barbacoa Cuchillas de Barbacoa. A la finca El Pinar, con su casa de vivienda y varias para curar tabaco, se llega sin preguntar mucho. Todos conocen a estas más de 8 ha de extensión, donde la familia Robaina, desde 1845, empezó a cultivar una hoja aromática de gran calidad, gracias favorables condicione­s del suelo rojizo, del clima, el empleo de materia orgánica y la sabiduría campesina.

Cuentan que con nueve décadas a cuestas, el viejo Alejo dirigía él mismo su cosecha. Se levantaba a las cinco de la mañana, con el tabaco que le torcía su nieta en mano, para desde el portal vigilarlo todo, en el chance que le daban los amigos y los visitantes nacionales y extranjero­s. Gustaba sentarse a intercambi­ar con otro nieto que le rendía cuentas de la hacienda, mientras los hijos le informaban de cómo marchaban las ventas.

Pero en San Luis no solo el siempre recordado viejo Alejo y su familia han vivido del tabaco. Asimismo lo han hecho los moradores de este poblado a lo largo de siglos, y esa tradición los define aún hoy, como parte esencial del epicentro tabacalero de Cuba.

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En el paisaje se alternan las vegas de tabaco al sol, de un intenso color verde.

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