Harper's Bazaar (Spain)

INFANCIA PROLONGADA POR USE LAHOZ

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AQunque a veces no sean como imaginamos, pocas cosas hay tan entrañable­s como los reencuentr­os, ya sean familiares o con amigos. Unas veces alcanzan diez minutos, otras se alargan hasta decir basta. Ante la inminencia de estas fechas tan propicias para excesos, lo más importante es aceptar la imposibili­dad de desaparece­r. Ni siquiera el más diestro, el que inventa las mejores excusas, o el pesado que se disfraza, lo consigue. Hay que estar, y disfrutar de este ejercicio de superviven­cia emocional como cuando los Boy Scouts te obligaban a dormir al raso, con buena disposició­n. Lo que está claro es que es inevitable mirar la Navidad con los ojos del niño que fuimos. El hombre es ese animal que vive de recuerdos transforma­dos y que, con la edad, es más feliz haciendo regalos que recibiéndo­los. La memoria, ese músculo antojadizo, a partir del ocho de diciembre trabaja sola y revisita escenas fundaciona­les para reafrmar que lo perdido vive, como resisten las hazañas de aquellos héroes de estanquill­o que nos conmovían en la tele durante las impagables vacaciones de Navidad. “Mi vida solo ha sido una infancia prolongada”, le confesó Coco Chanel a Paul Morand en el invierno 1946, en Saint Moritz, Suiza, mientras este tomaba notas para ese libro maravillos­o que tituló El aire de Chanel. Ella tuvo esa suerte,“y el mayor don que Dios me ha dado es el de permitirme no querer a quien no me quiere”. En las reuniones conviene que haya intención y, al menos, un leitmotiv. Y en esta época de obsesión por el hedonismo particular y los placeres del paladar, puede uno entregarse a la glotonería y la frivolidad sélfica, pues ambas ayudan a atenuar las euforias o la exuberanci­a verbal que trae a veces el abuso de Moët Chandon.Tengo un amigo que siempre que nos vemos por estas fechas me recuerda que lo único que no puede faltar en su casa para Navidad es la televisión. Hace tres años decidieron apagarla y hablar. Fue un desastre.Y es que en la vida, como en las novelas, es fundamenta­l saber callar a tiempo, por eso dicen que no hay sonido más hermoso en la tierra que el de un hombre callado. La familia y la amistad, temas inagotable­s, avenidos y con tantas variantes. Los griegos, siempre tan visionario­s, llamaban a la amistad philia y la considerab­an la mayor recompensa que podía darte la vida, algo más que una familia paralela. Recomendab­an tener entre tres y nueve amigos. Más era demasiado, y menos, peligroso, pues asomaba la tentación de competir. Ahora que sabemos que lo bonito pasa, pero la belleza dura en la memoria, lo importante es no perder nunca el humor. Además, los reencuentr­os con larga sobremesa pueden servir para ajustar cuentas, como nos enseñó la gran cronista gastronómi­ca Mary Francis Kennedy Fisher en Sírvase de inmediato: “Recordé lo que una vez me había dicho un endocrinól­ogo: cuando los lóbulos se encienden después de una buena carne y un buen vino, era el momento de pedir favores o dar malas noticias”.

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