Harper's Bazaar (Spain)

INTERCAMBI­O DE HISTORIAS

La iniciación literaria de la escritora estadounid­ense de origen indio JHUMPA LAHIRI tuvo mucho que ver con los libros de sus padres y los cuentos que inventaba su abuelo bengalí. Alrededor de aquella educación sentimenta­l, la autora, Premio Pulitzer en 2

- Por Jhumpa Lahiri Ilustració­n de Jordi Labanda

Cuando era niña, los libros, y las historias que contenían, eran lo único que sentía que podía poseer. Aun así, no se trataba de una posesión en sentido literal; mi padre es biblioteca­rio, y quizá porque él creía en la propiedad colectiva, o quizá porque mis padres pensaban que comprarme libros era un despilfarr­o, o quizá porque antes, en general, la gente adquiría menos cosas que ahora, yo tenía muy pocos libros que pudiera considerar realmente míos. Recuerdo la primera vez que codicié uno que, al fnal, me permitiero­n poseer.Tenía cinco o seis años. El libro era diminuto, de unos diez por diez centímetro­s, y se titulaba Nunca tendrás que buscar amigos. Vivía entre los caramelos y los cromos Wacky Packs de la tiendecita que había frente a nuestra primera casa de Rhode Island. El argumento era banal; más que un cuento, parecía una tarjeta de felicitaci­ón larga. Pero recuerdo la emoción de ver que mi madre me lo compraba y de llevármelo a casa. En la portada, bajo la declaració­n “Este libro pertenece a”, había una línea en la que tenía que escribir mi nombre. Lo escribió mi madre, y también escribió la palabra madre para indicar que el libro me lo había regalado ella, a pesar de que yo no la llamaba “madre”, sino “mamá”. Para mí, una madre era una especie de tutor suplente. Pero me había regalado un libro que, casi cuarenta años más tarde, todavía permanece en una estantería de la habitación de mi infancia. En mi casa había cosas para leer, pero eran escasas, y no me suscitaban mucho interés. Había libros sobre China y Rusia que mi padre necesitaba para su posgrado en Ciencias Políticas, y ejemplares de la revista Time que leía para relajarse. Mi madre tenía novelas, relatos breves y montones de números de la revista literaria Desh, pero estaban en bengalí y yo no podía leer ni los títulos. Mi madre guardaba sus lecturas en una estantería metálica del sótano, o junto a su mesilla de noche, en zona prohibida. Recuerdo un volumen amarillo de poemas líricos del poeta Kazi Nazrul Islam que para ella era una especie de texto sagrado, y un diccionari­o de inglés de tapas granates, gordo y manoseado, que mis padres sacaban para jugar a Scrabble. En algún momento compramos los ➤

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