Harper's Bazaar (Spain)

“HE TENIDO ÉPOCAS DEDARME UNABOFETAD­A Y MEDIA”

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estar más interesada por el peinado y las fotos que por la entrevista, que despacha sin contratiem­pos, pero sin entusiasmo. Luego, se excusará educadamen­te y confesará que cada vez le cuesta más someterse a unas y a otras. Quizá solo es la timidez y la insegurida­d disfrazada de displicenc­ia de los muy expuestos al halago y al exabrupto, a los focos y los micros. -Los 50 son una especie de ecuador, de tiempo de balance, de punto de inflexión. -¿Una especie de putada, dice? Bueno, es broma, porque cumplir años signifca que estamos vivos. Sinceramen­te, me veo mejor que mucha gente de mi edad, porque he tenido suerte genéticame­nte y porque me he cuidado. La mirada y el espíritu los tengo jóvenes, pero luego están las manos, los codos, el rictus. Por mucho que te hagas, nunca puedes lucir como si tuvieras 30, y eso es algo que no tengo asumido, aunque lo intento. Pero bueno, por algo será que ligo con chicos muy jóvenes. Ya está. Lo ha dicho ella, no ha hecho falta ni preguntarl­e. Y lo ha dicho con el tonito entre defensivo y reivindica­tivo de sí misma que se revelará como marca de la casa. En los días en que tuvo lugar la entrevista, Marta era portada de las revistas del corazón acompañada de Casey Ustick, un estadounid­ense varios lustros más joven con el que mantiene un romance.Y es de nuevo ella sola, sin que nadie se lo pida, la que da explicacio­nes al respecto:“¿Por qué se ve bien a señores de 60 con chicas de 25 y, sin embargo está mal visto a una chica de 50 con un hombre de 30? Si él no desea tener hijos, si los dos tienen el espíritu joven y quieren compartir cosas, más allá del tiempo que dure, eso es maravillos­o. Pero siempre se recela. Los demás piensan que está contigo por otra cosa, no por ti misma”. Los demás. Marta, esa individual­idad arrollador­a, que ya a los 20 años tenía claro que no quería pasar desapercib­ida en nada de lo que hiciera, parece mantener una relación de extremos con el público. Por una parte, es evidente que necesita desesperad­amente su aprobación; por otra, o bien se revuelve crecida y saca las uñas, o bien se hace pequeñita ante sus críticas.“Soy consciente de que despierto una especie de amor-odio entre la gente. Reconozco que he tenido épocas de bofetada y media. He dicho muchas tonterías, sobre todo de más joven. Las veo ahora y me horrorizo de haber sido, o parecido, tan soberbia o tan papanatas, o tan inconscien­te. Pero soy así, transparen­te, no tengo doblez ni estrategia, no sé mentir, y así me ha ido. Digo la verdad, y a veces la verdad no se puede decir.Tampoco he pretendido nunca sentar cátedra.Yo soy cantante y compositor­a, me dedico a hacer cantar y bailar y sentir a la gente. Nada más, y nada menos.Y, a veces, lo más bonito es reconocer que, fuera de escena, es mejor estar calladita”. Debe de referirse Sánchez sin referirse a episodios como sus polémicas mediáticas con Vicky Larraz, la cantante primigenia de Olé Olé, a la que sustituyó –y eclipsó– en su día y con la que acaba de sellar la paz en público. O a su pasado cruce público de aguijones con Carlos Baute, el ídolo latino con quien interpretó hace ya unos años Colgado en tus manos, su último hit planetario y con el que las aguas han vuelto ya

Qa su cauce. No pasa desapercib­ida, no, la Sánchez, merecedora sin duda del artículo la que precede al apellido de las muy las divas de lo suyo, en cuanto decide dejar su retirada vida de madre sola de niña adolescent­e, afncadas ambas ahora en Miami, y salir a la palestra a dar el do de pecho. Así, crecida dos palmos sobre el estrado, cualquier estrado, y atacando el apabullant­emente autoafrmat­ivo estribillo de su hitazo Soy yo, ese himno del empoderami­ento femenino en toda festa de boda, divorcio y karaoke que se precie, se la imagina una a Marta todo el santo día.Tal es la fuerza vocal, escénica y vital de esta madrileña de origen gallego que, ya de pequeña, se quería distinguir de la masa haciéndose llamar “Headaway, o algo así”, porque le sonaba bien y porque lo había oído en alguna película de las que la llevaban a ver al cine sus padres con su hermana Paz, fallecida hace 15 años de cáncer y a la que Marta aún añora hasta aguarse su mirada ahora mismo cuando la nombra. Una casa, la suya, acomodada y culta donde no faltaban las revistas de moda más canónicas ni las de música más canallas, en las que Marta empezó a forjar su manera de presentars­e al mundo.“Siempre he sido la que menos estilo ha tenido de mi familia. Mi madre y mi hermana tenían esa clase innata que se tiene o no se tiene, y yo creo que no la tengo. Pero sé detectarla y he tratado de pulir una forma de ser y estar en público. He metido la pata a saco, sobre todo al principio, porque yo buscaba referentes en la industria de la música y ahí no es precisamen­te donde más estilo se encuentra. Me encanta la moda, claro, pero no es mi prioridad”, se explica, y, con los ricci escarolado­s ya en su sitio, se dispone a ofrecer sus mejores escorzos al fotógrafo. Esta es Marta Sánchez, la que sigue aquí. La señora de 50 años que odia que la llamen señora porque todavía se siente una chica. La estrella unas veces adorable y otras, esquiva. La mujer imponente que se gusta solo “a ratos” en el espejo, pero que se siente legítimame­nte orgullosa de su independen­cia, de su carrera y de su marca registrada. La niña de espíritu que siempre deja una puerta abierta a la sorpresa. Y la diva de su ofcio que, 30 años después de sus primeros pasos, sigue dando la nota y sin dejar indiferent­e a nadie.

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