LLUÍS HOMAR
El actor se bate con sus demonios, personales y profesionales, en un libro a pecho descubierto.
rompecabezas plagado de historias con nombres propios (de su relación con el director teatral Lluís Pasqual al idilio y futuro desencuentro con Pedro Almodóvar), pero a la vez escorado hacia la mirada introspectiva. “Este libro no ha sido fácil porque he removido cosas que pensaba que tenía resueltas y no era verdad. Pero, al fnal, zambullirme en esas zonas tortuosas de mi vida me ha permitido darles serenidad. Esa posibilidad ha sido un regalo”, asegura Homar. Algo temeroso de que se saquen de contexto algunos episodios que relata (“De que se malinterprete mi intención”, apostilla el coprotagonista de las almodovarianas Los abrazos rotos y La mala educación), el actor asegura que ha evitado la tentación de caer en el ajuste de cuentas: “Nuestra intención fue ser elegantes, que dentro de un tiempo yo no pueda arrepentirme de nada de lo que he escrito”. Intérprete medular del Teatro Lliure, ganador de un Goya por su robot en Eva (Kike Maíllo, 2011) y aspirante eterno a Marlon Brando, Homar cita sus años de terapia como el vehículo que le ha ayudado a reconocer sus lastres. Como germen de sus miedos, un episodio infantil: con dos años y medio, sufrió lo que él llama “un abandono”, cuando su madre cayó enferma y desapareció durante meses. Obsesivo, perfeccionista, con tendencia a establecer relaciones de dependencia en las que el otro se encuentra en un pedestal y él, bajo tierra, nos sube en su montaña rusa emocional para extraer una lección universal: “De los palos se aprende mucho. En mi caso, sin duda”.