LUJOSERENO
se regatea el precio de babuchas, caftanes, platos de alpaca, jabones perfumados o alfombras. En este hervidero peatonal, pero atestado de carricoches, motos, burros y todo tipo de carruajes, se encuentra Dar Essalam, el restaurante donde Alfred Hitchcock situó la acción de El hombre que sabía demasiado (1956), ubicado en uno de los cientos de riads reconvertidos en hoteles, hammames o cafés, que mantienen el espíritu de la arquitectura islámica, más inclinada a la mirada interior y la privacidad que al lujo exterior. Otro riad es la morada de Khalid Art Galery, anticuario que ha recibido la visita de Hillary Clinton, Kate Moss o Leonardo di Caprio para curiosear entre sus piezas del siglo XVII y posteriores.“Los franceses robaron las mejores obras de Marrakech. Pero ahora damos gracias a Dios por haberlo hecho, porque quizá un día esos objetos se podrán recuperar. Si ves lo que hace el ISIS en Siria, admites que es mejor robar, porque lo que se destruye se pierde para siempre”, asegura Khalid El Gharib, su propietario. La parte sur de la Medina acapara las visitas más interesantes fuera del centro.Allí están los jardines de l’Agdal (detrás del Palacio Real), la Mellah (antiguo barrio judío, con su mercado de especias), el semiderruido Palacio El Badi (una especie de réplica de la Primer hotel suites spa multiestrellado www.beachcomber-hotels.com
QAlhambra), el Palacio de Bahía o las impresionantes Tumbas Saadíes, con sus columnas de mármol blanco de Carrara y sus cúpulas de cedro. Quien quiera huir de tanto bullicio urbano, puede hacerse con un 4x4 y escapar al cercano desierto de roca de Agafay y a la Meseta del Kik, a través del Valle de Asni, mientras contempla la majestuosidad del Atlas. Son paisajes de belleza devastada, sin atisbo de humanidad en el horizonte, al margen de algún esporádico pastor, diminutas aldeas bereberes y unas pocas cooperativas femeninas de aceite de argán.Todo se ralentiza aquí. Como reza la coletilla favorita de los lugareños:“La prisa mata”.