Harper's Bazaar (Spain)

El Mirador POR BORIS IZAGUIRRE

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Ayer fui a la playa en Miami con mi amigo Manuel, que me instó a parar de escribir porque me oyó un pelín agobiado en el teléfono:“Hay que desconecta­r en el trabajo creativo porque, si no, te haces daño”. Antes de ir a la playa, me llevó al tejado del hotel Betsy, en Ocean Drive. Es una de las mejores remodelaci­ones de la zona art déco, porque han conseguido restaurar áreas originales de la gran decoradora estadounid­ense Dorothy Draper. Está lleno de turistas británicos y en las paredes de los pasillos se reproducen fotos de los Rolling Stones durante sus visitas a la ciudad. Manuel me estuvo poniendo al día sobre las actividade­s del Spring Break, que es este tiempo del año en que el resto del mundo acude en masa a Miami para darse el primer baño, el primer beso y el primer pasote. Hay un festival de música electrónic­a llamado Ultra que es cada vez más sofsticado. En todo: calidad de músicos, vestuario, accesorios, estimulant­es y sexo. Por ejemplo, en la programaci­ón de un evento paralelo de cortos porno que recorren toda la variedad hetero y LGTBI, en clara respuesta a campañas municipale­s o nacionales que señalan o atacan a esas comunidade­s. La atmósfera en ese festival es súper festiva, nada que ver con aquellas salas X que existieron hasta que el vídeo las eliminó. Aquí había palomitas de maíz, cerveza, un poquito de hamburgues­a, chicos y chicas lindísimas, universita­rios sentados junto a sus novios, amigos, rollos y todo lo demás, agarrados de la mano, riendo, susurrando,“sintiendo erecciones en plan tranqui”, como me explicó mi amigo. En un momento de las proyeccion­es, presentaro­n un flme vam- piro, es decir, de gente que se erotiza chupando un poquito de sangre y, la verdad, me entró un pelín de mareo, el típico que algunos sentimos cuando vemos sangre. Pero, poco a poco, fui asumiendo que todo este muestrario de sexualidad servía también para aceptar la trasformac­ión de Miami. Empieza a ser una ciudad con alternativ­as. Para el sexo, para el urbanismo, para la moda.Y para el vampirismo, que en esta parte tan cálida del mundo es por fn una realidad. En mi edifcio están haciendo obras. El Mirador fue construido en 1965, el año en que nací, y, al principio de los noventa, Locomía vivieron en uno de los apartament­os. ¿No es una maravilla? Yo lo encuentro como la mejor credencial. Las remodelaci­ón sustituirá ventanas y balcones que ya no cumplen la normativa antihuraca­nes. También me asombra que, mientras el edificio está en reconstruc­ción, yo intente avanzar con la escritura de mi novela, que está ya fuera de plazo de entrega. Los días no alcanzan y el libro se convierte en una persecució­n. Martirio. Me llaman mis amigos para invitarme a barcos increíbles y yo les digo:“No puedo, estoy escribiend­o”.A lo que ellos responden:“Con lo que veas aquí, tienes para tres novelas”. Nunca es cierto, pero no puedes ser sincero con los amigos porque, de ser así, no los tendrías. Pero es verdad que el gran riesgo de escribir es dejar de hacerlo por atender tu propia vida. Ese es uno de los momentos de crisis en la existencia de todo escritor. Cuando la vida no te deja escribir y la escritura no te deja vivir. Por eso, me fui a la playa con Manuel. Cuando vives delante del océano, seas o no un escritor varado, no hay nada como dejarse atrapar por sus olas. Cada uno de sus golpes, o te devuelve a la vida o te lleva con ellas.

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Miami Beach, ese paraíso que el autor divisa desde la ventana de su edifcio, El Mirador, mientras escribe.
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