LA COOPERANTE SIN FRONTERAS
Esperanza Santos
SUPO QUE QUERÍA hacer lo que estuviera en su mano por quienes sufren los azotes de este mundo desde el principio, y por eso se enroló en Médicos Sin Fronteras, en 2006. Aunque Santos sigue manteniendo su plaza de enfermera en la planta de oncología del hospital Gregorio Marañón de Madrid, donde pide permisos cuando puede para unirse a los proyectos de la ONG, como el que la ha llevado los últimos siete meses a los campos de desplazados de Sudán del Sur, país asolado por una sangrienta guerra civil. Antes, pasó por Yemen, Nigeria, Sri Lanka, Malawi, Kenia, Mali, Zambia, Siria, el Haití de la epidemia de cólera y la Sierra Leona del ébola. “Nunca dejará de sorprenderme la capacidad de salir adelante de quienes viven situaciones tan terribles. En lugares así, descubres que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor”, comparte. Siente nervios cada vez que tiene que marcharse, y eso que goza de una capacidad de adaptación a prueba de bombas y de la mente abierta –y fuerte– de quien está más que curtida en aventuras: “Volver es fácil, porque mi gente sigue aquí, aunque requiere cierta aclimatación. Viajar te hace redescubrir tu entorno al regresar. Me sorprende la cantidad de cosas que hay en los supermercados o conversaciones que serían impensables en los países de los que vengo”. De la experiencia que le han dejado sus periplos, se queda con las personas, con esos trabajadores locales con los que comparte su trabajo.Y, salvo el jamón, asegura no echar nada de menos cuando pasa casi un año lejos de casa:“Es una vida dura, pero sé que estoy donde quiero estar”.