Harper's Bazaar (Spain)

Marina Abramović, reina de la ‘performanc­e’, a tumba abierta

Ha hecho de su peripecia vital una exposición continua y de su cuerpo, una poderosa herramient­a de expresión. Por eso MARINA ABRAMOVIĆ es la reina de la ‘performanc­e’. La artista contemporá­nea más infuyente recibe en exclusiva a HARPER’S BAZA AR en Mallor

- Por Tolo Cañellas Fotografía de Jordi Socías Estilismo de María Vernetta

“ME HACE GRACIA CUANDO ME TRATAN DE ‘CELEBRITY’”

Pata negra es una etiqueta que le va mucho a Marina Abramovic´ (Belgrado, 1946). Por la altura de su arte, desde luego; no en vano se la llama la madrina de la perfomance, una forma de expresión que ella ha convertido en íntima, tanto como para involucrar su cuerpo e incluso su vida (y desarrolla­r el Instituto que lleva su nombre, “mi legado al mundo”, dice). Y porque le pirra el jamón ibérico. Lo devora acompañado de (ejem) un café con leche durante su estancia en Mallorca, una isla anclada a su pasado (aquí trabó amistad con la creadora visual alemana Rebecca Horn, con la que vivió un mes al año en su casa de Pollença durante una década, en los años ochenta) y a la que ha vuelto para presentar The Freeing Series. Tres trabajos históricos que recogen en vídeo las piezas Freeing The Memory ( Liberando la memoria), Freeing The Body ( Liberando el cuerpo) y Freeing The Voice ( Liberando la voz), realizadas en 1975 y que por su signifcado personal y político son de gran importanci­a para la artista y su posterior trayectori­a. En realidad, se trata de tres acciones muy simples: recitar palabras hasta quedar en blanco, bailar durante horas hasta desplomars­e y gritar hasta perder la voz. De esta manera, Abramovic´ consigue desprender­se de cualquier tipo de energía/emoción para que no haya nada más que vacío (un vacío positivo). En su momento, las obras representa­ron un grito de libertad que quería superar los límites físicos de los países y convertir cuerpo y mente en un territorio libre de restriccio­nes. Vistas hoy en la Galería Horrach Moyà, no pueden resultar más vigentes en estos momentos de incertidum­bre. PREGUNTA: ¿Por qué presentar una obra de calado tan personal en una galería comercial? RESPUESTA: Hacía 20 años que no venía a Mallorca, desde aquella antológica en la Fundación Pilar i Joan Miró. La idea de mostrar The Freeing Series surge de mis conversaci­ones con la comisaria, Helena Juncosa, y es otra forma de mostrar unas piezas en las que hablo de un momento signifcati­vo para mí, cuando dejé atrás mi infancia, mis amigos… Mi niñez y juventud estuvieron marcadas por una educación muy estricta y falta de cariño familiar. Hasta que cogí lo poco que tenía, compré un billete de tren de segunda clase con destino a Ámsterdam y empecé de cero sintiendo por primera vez, a mis 29 años, la sensación de libertad absoluta. Entonces conocí a Ulay y empezamos una relación sentimenta­l y artística, en la que vida y arte se entremezcl­aban. Estas tres piezas simbolizan esa nueva página de mi trayectori­a vital. P: ¿Fue cuando eligió la performanc­e como medio de expresión? R: La verdad es que, en aquella época, ni existía como tal.Yo había estudiado pintura y realizaba piezas sonoras de diferentes maneras, hasta que un día incluí mi cuerpo, a mí misma, y descubrí que era algo muy poderoso. Desde entonces no he vuelto a encerrarme en el estudio. La performanc­e es un estado mental. P: Y ahora resulta que el vehículo artístico favorito de muchos creadores jóvenes. ¿Qué le parece, cómo lo interpreta? R: Estoy encantada de que esté de moda, pero mi manera de entenderla es otra. Una perfomance tiene un ciclo, independie­ntemente de que se documente a través de vídeos o fotografía­s. Mire, vengo directa de la Bienal de Venecia y lo que no pueden ser son cosas como el Faust de Anne Imhof. Intenté verla tres veces, pero nunca estaban los performers cuando iba. Quiero decir que si, en este caso, una pieza –que, encima, está galardonad­a con el León de Oro– no está disponible durante los seis meses que dura la Bienal, para mí no tiene sentido. De todos modos, la performanc­e es como un ave fénix: nace y muere constantem­ente. En los setenta estuvo muy de moda, en los ochenta se apartó y, ahora, a raíz de la crisis, ha vuelto. En unos años volverá a caer en el olvido hasta que vuelva a renacer. P: Usted también es experta en eso, en renacer una y otra vez, según mostraba en la ópera experiment­al autobiográ­fca The Life And Death of Marina Abramovic´ (2011). R: La idea de autobiogra­fía siempre ha rondado mi cabeza. Está ahí desde SSS, la pieza que grabé con [el videocread­or y realizador estadounid­ense] Charles Atlas, en 1989. Nos encontramo­s en Londres y al preguntarm­e qué quería hacer, le dije: “Me lavo los pies y esa será mi historia” o “Me planto una serpiente en la cabeza para sentir su energía”. Cosas así. Él decidió grabarlo todo. A raíz de aquello, empecé a plantearme el desarrolla­r una representa­ción teatral de mi vida, que es bastante complicada y traumática. Así surgieron The Biography Remix (2004), con Michael Laub, y The Life and Death of Marina Abramovic,´ que dirigió Robert Wilson y estrenamos en Manchester. Me lo pasé muy bien con Antony [ahora Anohni] y Willem Dafoe, aunque fue una pieza muy compleja de interpreta­r. Recuerdo que cuando la representa­mos en Madrid, en el Teatro Real, Pedro Almodóvar vino a visitarme al camerino. P: El género operístico parece irle al pelo... R: Sí, en las óperas, las mujeres siempre mueren, se sacrifcan, se suicidan por amor, por el pueblo. Justo ahora estoy trabajando en una nueva, Seven Deaths, un tributo a la gran Maria Callas, con la que tengo muchos paralelism­os. Nacimos con varios días de diferencia, las dos somos sagitario. La pieza estará formada por siete muertes, los siete fnales de siete óperas en las que ella participó. Voy a recrearlos, o sea, que moriré siete veces, como las trágicas heroínas de Tosca y Madama Butterfly. Si todo va bien, se estrenará en 2020 en la Royal Academy de Londres. P: ¿Qué cree que hay después de la muerte? R: Según los sufíes, “la vida es un sueño y la muerte es el despertar”. Y yo estoy muy de acuerdo. No creo en Dios, pero sí en las energías, que son indestruct­ibles y están en constante transforma­ción.

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