AFRODITA
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merced a unos desfles/ espectáculos –ya fueran de prêtà-porter o de alta costura– que eran un ir y venir de femmes fatales, sofsticadas y sexies en extremo. La de Mugler suponía una silueta en forma de reloj de arena que exageraba hasta el paroxismo la feminidad, enfocada en los hombros (si no se trataba de hombreras, eran toda suerte de apliques y elementos puntiagudos), la cintura (de avispa) y las caderas, y que evidenciaba curvas incluso desconocidas hasta la fecha. No había concesiones en su trabajo, que fue duramente criticado no solo por las feministas de entonces: su ideal indumentario resultaba incluso cruel, con mujeres convertidas en extraños insectos o caricaturizadas como podría hacerlo una drag queen. Con el bustier por bandera, resurgía la sombra de la mujer-objeto. Y, sin embargo, es en la conciencia de su cuerpo como arma de poder (sí, también sexual) donde encuentra la glamazona su verdadero arsenal. John Gallia no, Alexander McQueen, Vivienne Westwood, Walter Van Beirendonck y hasta Hussein Chalayan (un creador cuyo discurso no es ajeno a implicaciones políticas y sociales) han abundado desde aquellos días en un estereotipo que, aunque repudiado por la ortodoxia feminista, resulta especialmente inclusivo: a él puede adscribirse cualquier fémina, sin diferencia de clase o raza. E incluso de cisgénero: la glamazona es un genuino tótem para las mujeres transexuales. Superheroes: Fashion And Fantasy, la exposición del Instituto del Traje del Museo Metropolitano de NuevaYork, en la que se reunieron piezas de todos los antes mencionados, en 2008, fue una prueba incontestable entonces. Las actuales colecciones preotoñales, en las que bustieres y hasta corsés siguen dando la nota, acompañados de hombros prominentes y referencias ochenteras (según la tendencia observada en las dos últimas temporadas), lo son ahora, bien en versión sofsticada comme il faut (Balmain, Zuhair Murad, Alexander McQueen), bien en actual clave deportiva (Gucci, Givenchy). Larga vida a la poderosa Afrodita.