Harper's Bazaar (Spain)

A QUIÉN LE IMPORTA

Cuatro millones de personas llegadas de todo el mundo celebrarán este año el World Pride en Madrid. Un momento histórico que conmemora, además, las cuatro décadas de lucha por los derechos LGBT en España. Los protagonis­tas de esta gesta explican qué ha pa

- Por Laura Pérez

Quienes hayan visto la película Mi nombre es Harvey Milk (GusVan Sant, 2008) recordarán una escena en la que el personaje principal, por el que Sean Penn ganó su segundo Oscar, habla con su amigo Cleve Jones, interpreta­do por Emile Hirsch, que regresa de unas vacaciones en Barcelona. “Me encontré con una marcha en homenaje a los gays que habían muerto durante la dictadura de Franco. La policía trató de disolverla, pero esa gente no se largó, les lanzaron pelotas de goma, pero siguieron luchando. Una impactó en una drag queen que sangraba y gritaba, pero continuó peleando. Había sangre, literalmen­te, corriendo por el suelo”, decía el joven (lo cuenta también en el libro WhenWe Rise, sobre el que HBO estrenó una miniserie el pasado febrero). Aquel 26 de junio de 1977 fue la primera vez en nuestro país que los homosexual­es y lesbianas salían a la calle en un acto de visibiliza­ción. Eran unas pocas decenas de valientes. Este año, cuando se cumplen 40 años de tal hito, cuatro millones de personas –según las cifras que maneja el Ayuntamien­to– desflarán por las calles de Madrid durante la celebració­n del Orgullo Gay que, esta edición, se convierte en mundial al coincidir también el Europride y el World Pride. Mucho ha llovido. “¿Cómo conseguís movilizar a tanta gente?”, le preguntó un líder sindical a Boti G. Rodrigo, una de las activistas más emblemátic­as del colectivo. “Con mucha rabia y mucha necesidad”, respondió ella. En 1978 se celebró la primera manifestac­ión en la capital, a pesar de la dura represión de la del año ³

anterior en Barcelona (o, tal vez, precisamen­te por ello). Jesús Generelo, presidente de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays,Transexual­es y Bisexuales (FELGTB) no estaba allí, pero ha vivido gran parte de la lucha. “Mi primer recuerdo es de 1988, cuando marchamos de la plaza de Santo Domingo a la Puerta del Sol. Es un recorrido de apenas 100 metros, pero fue emocionant­e, aunque pasamos un pánico atroz. Había que ser muy valiente. Acudimos 50 o 100 personas y teníamos miedo a la reacción de la gente en la calle, a las cámaras de televisión –porque muchos no habían salido del armario–, a la policía que nos protegía al tiempo que nos provocaba inquietud”, rememora. Aquello, desde luego, estaba muy lejos de ser la festa que es hoy. Cabe aclarar que la Ley sobre peligrosid­ad y rehabilita­ción social (otrora de Vagos y Maleantes) eliminó su artículo referente a los actos de homosexual­idad en 1979 y la Ley de escándalo público, utilizada recurrente­mente para condenar al colectivo, lo hizo en 1983. “Pecábamos de falta de práctica en aquella época porque no teníamos referentes sobre cómo canalizar nuestra lucha, la manera de organizarn­os o las formas de reivindica­r. Hemos ido aprendiend­o con el tiempo, pero aquellos primeros años era algo absolutame­nte espontáneo”, añade Boti G. Rodrigo, presidenta de FELGTB entre 2012 y 2015 y actual responsabl­e de sus relaciones institucio­nales. Después vendrían los años ochenta y la epidemia del sida. “Se llevó por delante muchas vidas y muchos activistas y generó una oleada de homofobia terrible. Cuando estudias los documentos de la época, descubres que se escribiero­n cosas terrorífca­s, como que éramos los culpables e íbamos a destruir la sociedad. La enfermedad también evidenció las carencias prácticas de la falta de derechos, porque tu pareja fallecía y su familia te echaba de la casa en la que habíais vivido. Y tampoco habías podido acompañarl­a al hospital. Existía una desprotecc­ión legal y económica absoluta, también afectiva y emocional”, continúa. Eso espoleó a la comunidad, que ha mostrado históricam­ente una resilienci­a a prueba de bombas, y activó la batalla por una normativa que admitiera las parejas de hecho que cubriera estas necesidade­s.Tal reivindica­ción sacó a la calle a 3.000 personas en noviembre de 1995, con Pedro Zerolo, aún sin cargo político alguno, al frente de la pancarta. Unos meses después, apareció en la marcha del Orgullo la primera carroza, comisariad­a por la revista Shangay, con la drag queen Psicosis Gonsales encaramada en ella. El año siguiente sería Alaska. Aquello empezaba a dejar de ser una manifestac­ión política para convertirs­e en un desfle provocador y festivo, con una afluencia masiva y el madrileño barrio de Chueca, con sus vecinos, comerciant­es, empresario­s y hasta la parroquia de San Antón, volcados con la celebració­n. Mientras, se gestaba algo mucho más grande: la aprobación del matrimonio gay, que hizo de España un referente mundial. “Hemos dejado de exportar jamones para exportar derechos y libertades”, solía decir el entonces ya diputado socialista Zerolo (fallecido en 2015). Boti G. Rodrigo habla de una llamada de José María Aznar y una reunión en La Moncloa con cuatro representa­ntes LGBT en la que el entonces presidente ofrecía una ley de parejas de hecho de amplio alcance, a cambio de desistir en la reivindica­ción del matrimonio. “No”, dijeron, dejando escapar el pájaro en mano para soñar con el ciento volando. “Fue una osadía, porque nos podríamos haber quedado sin nada, pero era una cuestión de dignidad. Conformarn­os con una unión de hecho equivalía a asumir que éramos inferiores al resto de los ciudadanos, que podían casarse. Peleábamos por la igualdad, en todo, en cada ley”, explica. También recuerda una reunión con José Luis Rodríguez Zapatero, cuando todavía era candidato a la presidenci­a, donde ella misma, acompañada de otros tres miembros de FELGTB, le prometiero­n su respaldo en las urnas (“Somos muchos”, le dijeron), si se comprometí­a a sacar adelante una ley que llegó en 2005 y celebraron por todo lo alto en la mítica coctelería Chicote. “Ese empoderami­ento que mostrábamo­s vino porque teníamos un Orgullo de 100.000 personas, no de 2.000”, añade Generelo. Aquel año, según él, fue el punto de inflexión en el que la marcha

“Cuando te ves rodeado por un millón de personas, dejas de salir a la calle con gafas de sol y los cuellos subidos, como hacíamos en las primeras manifestac­iones. Fue como abrir una presa de la que brotó el agua como un torrente”

madrileña empezó a convertirs­e en lo que es hoy. Según las cifras de la prensa, en 2006 acudieron casi dos millones de personas al desfle. En 2007, la capital fue elegida sede del Europride, y allí se plantaron dos millones y medio. “Cuando te ves rodeado por un millón de personas, se deja de salir a la calle con gafas de sol y los cuellos de la camisa subidos, como hacíamos en las primeras manifestac­iones. Fue como abrir una presa de la que brotó el agua como un torrente”, afrma. En esta transforma­ción han jugado un papel fundamenta­l institucio­nes como la librería Berkana de Madrid, especializ­ada en contenido gay y lésbico. Fundada en 1993 por Mili Hernández García y Mar de Griñó, fue el primer comercio declaradam­ente homosexual de la zona, el primero que se atrevió a abrir un escaparate y, con el tiempo, un punto de reunión clave para el movimiento. Allí acudía gente de toda España en busca de libros que no existían en ningún otro lugar (hablamos de la era pre-Amazon, claro) y también de apoyo cuando los dramas se vivían de puertas para adentro. El pasado marzo, una campaña de microdonac­iones la salvó del cierre al que la situación económica de los últimos años, el cambio de hábitos culturales y la gentrifcac­ión de esa fortaleza para el movimiento que ha sido el barrio de Chueca la había abocado. “Cada vez hay menos sensación de colectivo, pero sí mucho turismo”, se quejaban sus dueñas en las páginas de El Diario. “Está muy bien la festa y el chunda chunda, pero es necesario construir una base cultural para que esto funcione”, añaden. Haber convertido la celebració­n del Orgullo Gay en una fiesta hedonista, en la que se ha perdido el carácter político y combativo, es una crítica recurrente entre ciertos sectores. Para el caso, se prevé que el acontecimi­ento de 2017 deje 150 millones de euros en Madrid, con una programaci­ón de eventos que incluye la exposición histórica Subversiva­s en CentroCent­ro (sobre las cuatro décadas de lucha LGBT en nuestro país), un congreso sobre derechos humanos (con la presencia de Stuart Milk, sobrino del legendario activista estadounid­ense y presidente de la fundación que lleva su nombre, que entregará aquí su premio anual a aquellos que más han contribuid­o a la defensa de los derechos de las minorías sexuales en el mundo), jornadas deportivas, conciertos y festas repartidos por toda la ciudad y, como plato fuerte, un desfle al que, se calcula, acudirán más de tres millones de personas. Jesús Generelo lo tiene claro: “Todo tiene sus pros y sus contras, pero no está reñida la celebració­n con la reivindica­ción. Existe un componente comercial innegable, pero eso nos ha ayudado a tener más poder de convocator­ia. Si cuando marchábamo­s 100 personas, exponiéndo­nos y mostrándon­os a una sociedad que nos condenaba a la invisibili­dad, nos hubieran dicho que acabaríamo­s organizand­o esto, no nos lo habríamos creído”.

El World Pride 2017 se celebra en Madrid del 23 de junio al 2 de julio. Subversiva­s puede verse en CentroCent­ro hasta el 1 de octubre. www.worldpride­madrid2017.com

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En la exposición Subversiva­s. 40 años de activismo LGTB en España, se mostrarán documentos, publicacio­nes, pancartas y fotografía­s históricas, como las que aparecen en estas páginas. A la dcha., Boti G. Rodrigo, durante la marcha del Orgullo Gay de...
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Desde arriba, en sentido horario: manifestac­ión del Orgullo Gay en Madrid, en 2012; una niña con la bandera arco iris pintada en la cara, en una de las carrozas del desfile; pegatina conmemorat­iva de 1982; manifestac­ión en Barcelona, en 1982, y acto...
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