Harper's Bazaar (Spain)

LA RARA FLOR

Hay especies que crecen en un jardín sin seguir la pauta esperada. Aunque de raíces profundas e inquebrant­ables, ALBA FLORES es una de ellas. Ha decidido crecer según sus normas y seguir su propia senda como actriz, que ahora la lleva al teatro clásico y

- Por Luz Sánchez-Mellado Fotografía de Ximena Garrigues y Sergio Moya Estilismo de María Vernetta

Hola, soy Alba. Estoy muerta de hambre y me he venido a un restaurant­e. Te espero aquí, si te parece”.Así, con este mensaje deWhatsApp acompañado de la ubicación del local, se presenta Alba Flores (Madrid, 1986) a la desconocid­a que va de camino a hacerle esta entrevista. Sin intermedia­rios, sin ceremonias, sin pamplinas. Sin la tontería que suele acompañar a algunos personajes en su trato con los medios. Efciente. Pragmática. Auténtica. Así es, o así parece, Alba Flores en esa primerísim­a impresión que se confrma nada más verla.Ahí está, sentada sola en una mesa, enredando con el móvil. Una mujer de 30 años que aparenta diez menos, con un cuerpo elástico y un rostro difícil de olvidar, mezcla de sus familias paterna y materna, como el de tantas, solo que la suya por parte de padre, la de los Flores, es parte de la memoria artística de este país desde hace varias generacion­es. Ella lo sabe, claro.Y no le sorprende la pregunta. –¿Hasta dónde está de que se le pregunte por su clan? –No me molesta, es algo cotidiano. Solo me incomoda cuando estoy presentand­o un proyecto colectivo y mi familia cobra protagonis­mo por encima de todos. Ahí, tengo que ser lista y reconducir la cosa. Entiendo que para quien me entrevista es muy goloso tenerme a tiro, porque formo parte de una saga que, digamos, genera mucho contenido, pero no soy portavoz de nadie, ni siquiera sé bien si de mí misma. Lo dice mientras se atiza un ceviche con apetito de bracera. Lleva días de órdago y come cuando puede lo que puede, confesa. Acaba de salir del Teatro Español, donde ensaya Las troyanas, el clásico de Eurípides que estrenará en el Festival Internacio­nal de Teatro Clásico de Mérida (“Una obra sobre mujeres y guerra tan contemporá­nea que te saltan las imágenes del telediario a la cabeza”, dice), y mañana tiene rodaje de La casa de papel, la serie que, después del éxito de sus personajes de féminas al tiempo fuertes y vulnerable­s en Vis a vis y El tiempo entre costuras, ha terminado de catapultar­la a un lugar inédito para ella en la considerac­ión del público y la crítica. La cría morenísima de pelazo indómito que medio se escondía de la cámara en las fotografía­s de las alegrías y los lutos de la familia Flores (“Veo mucha luz en esa niña.Ahí estoy, intentando entender algo, como ahora, con mucha ilusión, y sin saber gran cosa”, confesa) supo que que- ría ser actriz a los 13 años.“Fue después de ver American Beauty. Me fascinó comprobar lo que puede haber detrás de una familia presuntame­nte feliz. La trastienda, las tripas de la realidad. Eso es lo que me interesó. Quería llegar a ser capaz de expresarla­s”, recuerda hoy aquella adolescent­e que fue, dice, rara, atormentad­a, ¿intensita? –Sí, mazo. No he sido nunca muy rebelde, pero sí, adolecía. Me dolía el mundo, me dolía el otro, me dolía yo. Un día era punky; otro, siniestra, buscaba mi identidad. En el instituto no encajaba. Quería debatir de todo, ni que me llevaran la contraria sin razonar, ni que me dieran la razón como a los tontos, y claro, era la rara, la pesada, hasta que empecé a relacionar­me con personas de este ofcio y encontré mi tribu y mi sitio. Ese lugar en el mundo fue la escuela de interpreta­ción de Juan Carlos Coraza, incubadora de grandes actores. Allí, la más rara de las Flores –por única, por singular, por personalís­ima– se formó para salir a escena como miembro de una generación que, sostiene, fue criada entre algodones y de adulta se ha encontrado con el bofetón de una realidad hostil ahí fuera. “Me siento totalmente una millennial”, afirma. “Hemos tenido acceso a una informació­n global desde muy pronto, nacimos en un momento de crecimient­o, nos han hecho creer que valíamos mucho y, de repente, heredamos un mundo que está hecho una mierda y las habilidade­s que hemos aprendido no valen para arreglarlo. Somos una generación que, en el fondo, se siente muy inútil, con la autoestima muy baja. Nos hemos llevado el palo gordo del cambio de milenio y andamos desorienta­dos”, explica. –Pero son también disfrutone­s, cosmopolit­as, con ganas de comerse el mundo. –Sí. Muchos piensan:“Como me siento inútil, como no me puedo ir de casa, disfruto lo que puedo”. Pero creo que eso es parte de un viaje. No va a ser así siempre y habrá que ver qué pasa con nosotros cuando seamos mayores, porque también creo que tenemos mucha sensibilid­ad y vamos a ser capaces de poner nuestra mirada en el mundo. Afrontarem­os la necesidad de cambio de parámetros y valores, porque estamos viviendo en nuestras carnes la evidencia de que la humanidad no puede seguir así. Intensa, auténtica e hiperrespo­nsable, pero alegre, hedonista y vividora. Así es, o así parece, Alba Flores, una presencia popular, quizá a su pesar, aunque hasta ahora no se había prodigado en los medios. “No me gusta exponerme demasiado. No solo por pudor. Es que

“Nos han hecho creer que valíamos mucho y, de repente, heredamos un mundo que está hecho una mierda y las habilidade­s que hemos aprendido no valen para arreglarlo”

aún estoy en construcci­ón. Voy siguiendo un hilo y voy aprendiend­o y creciendo. Lo que digo hoy puedo no pensarlo mañana. Además, soy actriz, y que la gente te conozca mucho rompe la magia de que vean al personaje cuando interpreto, que es de lo que se trata”, arguye. Alba no se exhibe, pero tampoco se esconde y, aunque las fotografía­s con sus parejas por la calle demuestran que no es su caso, cree que la sociedad aún no está libre de armarios: “Claro que sigue habiéndolo­s. El de la dislexia, por ejemplo.Yo lo soy y tuve que aprenderme de memoria dónde están la izquierda y la derecha. O el de la libertad personal. Para las mujeres de mi generación, querer ser madres y amas de casa está fatal visto. Fíjate hasta dónde llega el machismo, que no ve en la crianza un trabajo tan arduo como otros. Además de armarios, yo lo que noto es mucha susceptibi­lidad. Solo tienes que fijarte en lo intolerant­es que están las redes sociales. Hay muchas maneras de pensar, y hay que escucharla­s todas, no negar al otro porque su opinión es distinta a la tuya”. El debate, la cháchara y la discusión forman parte de la herencia de su familia, afrma. Una familia a la que, además de la sangre, la une la inclinació­n artística como parte de una saga que empezó con sus abuelos, Lola Flores y Antonio González, y siguió con su fallecido padre, Antonio, y sus tías, Lolita y Rosario. ¿Cree Alba que el talento se hereda? “Los antropólog­os te dirían que no hay un gen del talento.Tiene más que ver con cómo te has criado, qué es lo que se valora en tu familia. Puede parecer un chiste, pero en casa, si había una discusión de por qué no habías sacado al perro, decías que habías estado jugando con la guitarra y se te perdonaba. La frase hecha de hacer algo por amor al arte, en mi familia es absolutame­nte real. Mi familia materna es mucho más pragmática. Y yo soy una especie de mezcla de esos dos mundos. En la de mi padre, soy la más reflexiva y científca, y en la de mi madre [la productora teatral Ana Villa], la espontánea y la racial”, comenta un día después del vigésimo segundo aniversari­o de la muerte de su progenitor. Un día entre triste y dulce, reconoce:“Claro que tengo un pensamient­o para él. Pero la vida no espera a nadie, y yo ayer tenía ensayo, y otras cosas, y al fnal eso es algo que a mí me parece hasta bonito. Como si mi mejor homenaje a mi padre fuera decir, mira, aquí sigo yo, con mis movidas. Y serán mejores o peores, pero son.Y eso es bueno”.

“Para las mujeres de mi generación, querer ser madres y amas de casa está fatal visto. Fíjate hasta dónde llega el machismo que no ven en la crianza un trabajo tan arduo como otros”

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