Harper's Bazaar (Spain)

El arte colorista de Ian Davenport

Miembro original de los míticos Young British Artists, el grupo de creadores que cambió el rumbo del arte contemporá­neo británico, IAN DAVENPORT ha ideado para Swatch una obra monumental que expone en la Bienal de Venecia. Momento y lugar perfectos para e

- Por Laura Pérez

Qué pasó aquel curso del 88 en el Goldsmiths College, la célebre escuela de Bellas Artes de la Universida­d de Londres? De la pandilla de compañeros de clase de entonces, formaban parte Damien Hirst, Rachel Whiteread, Fiona Rae, Anya Gallaccio, Sarah Lucas, Gary Hume y un puñado más de los artistas que han marcado el rumbo del arte británico del último cuarto de siglo. También estaba Ian Davenport (Kent, 1966), que en 1991 se convirtió en el nominado más joven de la historia al premio Turner, cuando todavía no había cumplido los 25. Pues fueron él y su amigo Hirst quienes, aquel verano, organizaro­n una exposición en un edifcio industrial de los Docklands londinense­s, llamada Freeze, que removería los cimientos de la crítica y generaría el nombre de guerra por el que se conocería al grupo para los restos: Young British Artists. Existe una tierna foto del día de la inauguraci­ón, con todos ellos posando ante una mesa llena de copas en lo que parece uno de esos bailes de graduación que empiezan cándidamen­te y terminan sabe Dios cómo. En los siguientes años, dinamitaro­n el establishm­ent tardothatc­herista y, después, reventaron el mercado, dando carta de naturaleza a una era de precios astronómic­os que hizo perder a muchos la fe –y la razón– en el arte contemporá­neo. Hoy, Hirst (que llegó a ser el artista vivo más cotizado, tras vender una vitrina rellena de 6.136 pastillas de colores por 19,5 millones de dólares) expone en el despampana­nte museo propiedad del magnate del lujo Henri Pinault como parte de la Bienal de Venecia. Justo al otro lado del Gran Canal, está Davenport. La suya es una obra monumental de casi 20 metros de largo, comisionad­a por Swatch como parte del programa Swatch Faces y que preside el recinto donde

se celebra una muestra por la que, durante seis meses, pasa absolutame­nte todo el que es alguien en el mundo del arte actual. También frma una edición limitada de uno de los relojes de la marca, creando un curioso emparejami­ento entre su pieza más grande –hasta el momento– y la más pequeña. Se une así a una lista de 25 creadores que han colaborado con la casa suiza desde los años ochenta y en la que fguran Keith Haring, Joana Vasconcelo­s, Jean-Michel Othoniel o Sam Francis (a quien, como muralista, acudió nuestro hombre para encontrar la manera de trasladar tamañas dimensione­s a un formato tan reducido como un Swatch).“La obra de Venecia puede contemplar­se a 100 metros de distancia y funciona, pero si te acercas descubres cosas nuevas. En el reloj he tratado de hacer lo mismo”, explica. “Los miembros de aquella generación del Goldsmiths no teníamos un lenguaje común que nos unifcara, como si habláramos del minimalism­o o el pop. Cada cual exploraba a su manera y buscaba su camino. Lo que existía era una energía creativa que se contagiaba, nos alimentába­mos los unos a los otros”, rememora el artista. “De hecho, creo que si solo hubiéramos coincidido dos de nosotros, no nos habríamos desarrolla­do igual”. De aquel momento cuando el Turner, el gran galardón del arte británico (que, hasta la fecha, nominaba a autores consagrado­s como Lucian Freud o Richard Long), seleccionó a tres creadores que no llegaban a los 30 también guarda una memoria especial: “Ganó Anish Kapoor, que tenía treintayta­ntos, pero ahí estábamos RachelWhit­eread, Fiona Rae y yo. Rompimos reglas, hicimos cosas interesant­es y trabajamos duro, aunque muchas obras se pasaron por alto porque, bueno, éramos demasiado jóvenes. En la National Gallery de Londres está uno de mis cuadros favoritos, que Piero della Francesca pintó con 21 años. La historia está llena de ejemplos de artistas que hicieron sus mejores trabajos al principio de sus carreras”. En la última década, Davenport ha visitado obsesivame­nte la pinacoteca británica por excelencia para observar el uso de los colores en los grandes maestros. “Hay combinacio­nes que, en principio, no tendrían por qué funcionar, pero lo hacen”, argumenta. Además de pintar, toca la batería, compone y es productor musical, lo que le lleva a conectar inevitable­mente ambas disciplina­s (aunque reconoce que es un cliché del que ya hablaba Kandinsky, por ejemplo): “Trabajo con bloques de líneas de colores que funcionan entre sí y, después, busco la manera de ensamblarl­os para crear algo más grande, armónico y equilibrad­o, lo que es bastante parecido a cómo se compone una canción”. A este formato de sucesión rítmica de rayas multicolor­es, que forman la parte más voluminosa y conocida de su obra, llegó por uno de esos benditos errores que, en ocasiones, fuerzan un giro inesperado: lo que él quería, a principios de los años noventa, era experiment­ar con la repetición de puntos, pero antes de la exposición que tenía programada, estos empezaron a chorrear por el lienzo y a desparrama­rse por el suelo. Su agente de la galería Waddington de Londres, la misma con la que sigue trabajando en la actualidad, se echó las manos a la cabeza. Tardó tres años en exponer las susodichas piezas. El resto es historia. En una de aquellas primeras muestras, hubo un crítico que dijo que su trabajo era terrible y que acabaría pintando con una jeringuill­a. “Gracias, señor crítico, porque me dio una idea que ha sido una de las más exitosas de mi carrera”, dice (en 2003, realizó para la Tate Modern un mural con esta técnica, que ha repetido después en numerosas ocasiones). “Escribir una buena crítica es más difícil que ser artista. Resulta complicado expresar de forma sencilla algo complejo, sintetizar, elegir las palabras precisas y abrirte los ojos a algo profundo”, continúa. Nadie lo diría pero, al parecer, Davenport no siempre tuvo tan claro como hoy que estaba encantado de encontrars­e donde está.“No quiero compararme con Picasso, pero alguien le preguntó al fnal de su vida qué cambiaría si pudiera y dijo que habría deseado tener más confanza en sí mismo”, concluye.“A veces, necesitas que te reafrmen en la idea de que lo que haces está bien. Siempre habrá alguien a quien no le guste mi trabajo, claro, pero es importante sentirme contento con lo que hago y espero seguir así en este viaje”.

Arriba, Davenport con el reloj que ha creado para Swatch, Wide Acres of Time. La 57a edición de la Bienal de Venecia se celebra hasta el 26 de noviembre.

“Los compañeros de aquella generación del Goldsmiths College no teníamos un lenguaje común, pero sí una energía creativa que se contagiaba. Nos alimentába­mos los unos de los otros”

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“Mi Giardini Colourfall es la obra que en más selfies aparece de toda la Bienal”, su artífice dixit. Los 25 metros de largo y 1.027 colores utilizados no han sido en balde.
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