Harper's Bazaar (Spain)

Mujeres de rompe y rasga

El poder es para quien desafía las reglas del juego establecid­o. El artista visual francés JR retrata a algunas de esas heroínas de nuestros días, mientras la escritora, guionista y crítica feminista DIANA ALLER revisa el mito de la mujer maravilla. Otra

- Fotografía de JR

Si usted escribe “Madonna” en Google, en 0,87 segundos le aparecerán 164 millones de resultados. Es una de las personas más famosas, más ricas y más influyente­s del mundo. Estas tres variables hablan de una noción netamente masculina en nuestra cultura: hablan de PODER. El poder como sustantivo, como capacidad, como liderazgo, como fortaleza… ¿Qué tiene ella para haber llegado tan alto, tan lejos? Por supuesto, Madonna es un producto resultante del capitalism­o, la oportunida­d, el espacio y el tiempo, coordenada­s que le han sido favorables. Por ejemplo, no es lo mismo estar en NuevaYork que en Cáceres para triunfar a lo grande. Pero, además, es mujer. Si hubiera sido un tío, no habría resultado tan novedoso su discurso ni tan transgreso­r su aspecto (los nuevos románticos ya llevaban puntillas y transparen­cias antes que ella). El espacio conquistad­o no era netamente femenino. Apareció, en fn, Madonna, vestida de prostituta con su animal print, su pelo mal teñido y su potente descaro, para satisfacer su propia ambición y querencias, que no las de los hombres, y supuso todo un desafío –provocació­n, lo llamaban– a las normas establecid­as. Cual dios contemporá­neo, vino a la tierra y nos dijo:“Haz lo que quieras.Yo lo hago”.Y se destapó una senda ancha y clara para jóvenes y mayores, en Singapur o en la referida Cáceres. Aunque resulte evidente recordarlo, el papel asignado a las mujeres se circunscri­be casi siempre a lo doméstico y privado, a los cuidados, al trabajo más duro y peor remunerado, a la maternidad sacrifcada y al descanso, al entretenim­iento y favor sexual de los varones. Se nos pide que seamos discretas, amorosas, pacatas, pero con aspecto de anhelar sexo a todas horas… Madonna abrió camino, y ha sabido mantenerse.Y ahora miles de féminas con fuerte personalid­ad y demostrada valía lo petan en música, cine y disciplina­s artísticas (y científcas y deportivas…), convirtién­dose en iconos de talento y, sí, poder. Jóvenes que triunfan desbordand­o carisma, como la musicalmen­te supradotad­a Janelle Monáe, tan comprometi­da y misteriosa (a propósito de su condición sexual, dijo en su día que solo tenía citas con androides). O como Alicia Vikander, que de su origen nórdico ha hecho un exquisito rasgo para la interpreta­ción. ¿Y qué me dicen de Dakota Johnson? Su casilla de salida ya era prometedor­a por ser hijísima de Melanie Griffith y Don Johnson, pero además la muchacha ha interpreta­do a la pavisosa de Anastasia Steel ( 50 Sombras de Grey y secuelas) y ha salido, relativame­nte, victoriosa. Estas mujeres, y tantas otras que llenan las páginas de todo tipo de publicacio­nes –y la vida digital de likes–, son las triunfador­as de hoy. Pero, ¡un momento! Parémonos a pensar en el concepto tan tóxico que tenemos del triunfo femenino: desde hace años, se diseñan carteles conmemorat­ivos para el 8 de marzo, Día de la Mujer (trabajador­a, si se me permite el pleonasmo) e, invariable­mente, se la representa como un ser multitarea y capacitada absolutame­nte para todo. Se nos muestra con un ordenador, una plancha, un churumbel y una sonrisa. El concepto de superwoman está demasiadas veces vinculado al trabajo. Con todos mis respetos –bueno, en realidad, sin ninguno–, ¿qué mierda es esa? Eso no es una supermujer. Eso es una esclava efciente y callada.Y he aquí el error más perverso: dar por sentado que una mujer, por el mero hecho de serlo, ha de ser efcaz, incansable, asumiendo lo que le echen cual mula de carga. Convertirs­e en una mujer de rompe y rasga (maravillos­a y rebelde expresión, por cierto) no requiere más que desatender algunas facetas, olvidarse de lo que se espera de nosotras nada más que por nuestro género y embarcarse en las tareas que más nos llenen, en las facultades propias. Permitirse errar, ser vaga, dudar, arriesgar o equivocars­e es la mejor garantía para conseguirl­o. ¿Por qué existen Mujeres-Maravilla, supraseres que admiramos y ofrecen una imagen fuerte, valerosa, interesant­e y triunfal? ¿Acaso están hechas de diferente sustancia que nosotras, pobres mortales? Claramente, no: Madonna también tiene problemas, se equivoca, tiene granos, celulitis, pereza, jaquecas, puntas resecas, impacienci­a, ansiedad, agotamient­o, rabia o miedos. Precisamen­te, por eso se sobrepone, posee carácter, intuición y experienci­a.Y, también por eso, ha explotado sus facetas (de actriz, cantante, empresaria, amante, madre, estudiosa de la Kabbalah y mil cosas más). Porque es simplement­e humana. La noción de poder, sépanlo todas las damas que lean esto, implica rebajar la exigencia ajena para engordar la propia: ser lo que en potencia somos. Usted, Dakota Johnson o yo misma. Algo que implica prescindir de disciplina­s que nos son otorgadas sin haberlas pedido, desde los cuidados hasta el amor infnito y gratuito. Basta ya de maniobras disuasoria­s. Las heroínas (usted ya lo sabe) somos quienes fomentamos el amor propio, quienes asumimos nuestros errores y disfrutamo­s de nuestros talentos. Por favor, no nos perdamos intentando encajar en unos estándares que, en realidad, no nos pertenecen. Nada hay tan carismátic­o y atrayente como el éxito y el poder. Y este no necesariam­ente se mide en followers, pero sí en satisfacci­ón, en levantarse tras una caída, en perseverar en lo propio, en querernos y confar en nosotras. Así somos las heroínas de hoy.

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