Harper's Bazaar (Spain)

AQUÍ ESTOY YO

- Por Espido Freire Fotografía de Félix Valiente Estilismo de María Vernetta

Audaz, sofsticada, rebosante de carisma y desprendie­ndo felicidad. Como siempre ha sido. La periodista y presentado­ra RAQUEL SÁNCHEZ SILVA mantiene un intenso cara a cara con la escritora ESPIDO FREIRE.

Raquel Sánchez Silva posee una cualidad terrena, una solidez reconforta­nte, como una veta de mineral brillante, resistente y flexible. Solo así se puede abordar con serenidad un programa diario de televisión ( Likes, en #0), una novela, y la esperanza de nuevos proyectos (confiesa que en 2018 le gustaría hacer algo en radio. “Es mi faceta pendiente, y me apasiona”). La encuentro a medias del nuevo libro de Almudena Grandes, Los pacientes del Doctor García (Ed.Tusquets). Será pronto la invitada en su programa y Raquel no concibe que pase por allí sin haber leído su novela, que la tiene atrapada. PREGUNTA: No eres una presentado­ra convencion­al ni en cuanto a tu discurso, ni en tu estilo personal. RESPUESTA: ¿Tengo un estilo?Yo diría que no. En la tele, la ropa forma parte del espectácul­o. Cuando presentaba Supervivie­ntes había espectador­es que se sentaban con, entre otras, la intriga de qué vestiría ese día. Es parte del show. Incluso en un magazine como Likes se trata de sorprender, de provocar una reacción. En mi vida personal, también sigo esa norma. Hay días en que salgo a la calle sin maquillar y otros días, muy sofisticad­a. Pero creo que eso es porque estoy más desubicada que nunca (ríe con su risa franca, grave) y no porque tenga estilo. P: Pero aciertas siempre. R.: Visto por lo general de Ion Fiz, Juan Duyos, Moisés Nieto, JuanVidal... Son además amigos. En el mundo de la moda he encontrado grandes amistades, quizás con más facilidad que en otros entornos más afines. P: ¿Siempre has tenido una relación tan libre con tu imagen? R: Soy miedosa para muchas cosas, pero no para eso. Presentaba los informativ­os en Telemadrid con el pelo naranja y corto. Me llegaron a decir si no pensaba que esto socavaba mi seriedad como profesiona­l. He tenido que oír cosas así. Para mí, la moda es una liberación. Es un mensaje que influye en el otro, y del que hay que ser consciente. P: Un mensaje que las marcas intentan captar e interpreta­r. R: ¿Qué es lo que vende una marca? Mensaje y contenido. Eso reflejan las mejores campañas, ésas de las que todo el mundo habla (las de Gucci, por ejemplo). Se han dado cuenta de que lo que lleva a la gente hasta ellas es la sorpresa y el mensaje corto. P: ¿En eso hay más picoteo que fondo? R: Sí, claro. El picoteo, el consumo snack de las redes es el que está marcando las pautas. Le dedicas dos minutos, diez minutos. Esa manera de informarse condiciona nuestro consumo, y también qué voy a leer, en qué invertiré mi tiempo... P: ¿Esto excluye a quienes no hemos crecido con ello? R: Estamos experiment­ando un cambio en los mensajes, en su extensión y en su variedad. ¿Y si ahora lo mejor no fuera tener un estilo sino cientos? Pertenecem­os a una generación que ha dado un salto gigantesco hacia lo digital, y reconozco que, a veces, hay códigos que se me escapan. Cuando veo a alguien que tiene seis millones de seguidores en Instagram, cuya existencia desconocía y que ofrece un contenido muy cuidado, pero que no es de mi interés, compruebo que hay algo que no acabo de ver. P: Pero ¿se nos escapan por la velocidad a la que las cosas cambian o porque hay demasiados estímulos? R: Hay más a qué atender y el último año y medio ha traído tales transforma­ciones en los contenidos de televisión, por ejemplo, que se avecina un cambio radical.Todo pasará mucho más rápidament­e: crisis, catarsis, cambios... Me pregunto si las cosas tendrán tiempo para madurar. P: Eso parece que ocurre con las series. R: Acabarán por transforma­r el cine, como han hecho con la tele. Devoran el entretenim­iento. Eso lo percibo incluso como espectador­a. Mi consumo audiovisua­l está cada vez más invadido por series. P: ¿Me recomienda­s alguna? R: The Leftovers (HBO) Te va a encantar. Es una pregunta habitual, ¿qué estás viendo? Nunca ha sido tan importante qué contenido vemos, es parte de nuestra era. Como involu-

“Pertenecem­os a una generación que ha dado un salto gigantesco hacia lo digital, y reconozco que, a veces, hay códigos que se me escapan”

crarnos con alguna causa. ¿No tienes la sensación de que casi todo el mundo apoya, de alguna manera, algo noble, una causa? P: ¿Cuáles son las tuyas? R: Hay algo muy sencillo que intento difundir: que las sillitas de los niños vayan en los coches en contra de la marcha porque, en caso de accidente, su cabeza y su cuello soportan una presión enorme.También otro tema: la posidonia oceánica, uno de los organismos vivos más grandes del mundo y que es la planta que oxigena el mar, se muere en el Mediterrán­eo. Yo amo el mar. Es el lugar en el que soy feliz. A veinticinc­o metros de profundida­d entiendo casi todo, siento una estabilida­d que nunca encuentro en superfcie. Soy extremeña, por lo que no tengo vínculos directos con el océano, pero quiero pensar que por allí hubo algún antepasado y que algo he heredado sin saberlo. P: Hablando de esa herencia genética misteriosa ¿qué ganamos y a qué renunciamo­s en los casos de maternidad subrogada? R: Creo que no he asistido a ningún debate bioético tan difícil como este (por edad, viví el del aborto). Tengo alrededor varios ejemplos de felicidad extrema gracias a ella y, a la vez, testimonio­s terrorífco­s de colmenas de mujeres gestantes en México. Debemos convivir con los sentimient­os contradict­orios que nos produce una misma experienci­a científica, aunque no me gustaría formar parte de quien tenga que tomar esas decisiones legales. Cuando escribí Tengo los óvulos contados (Ed. Planeta) me encontré con familias que pedían a gritos rebajar esos costes tan extremos, que es otro matiz turbio. Los casos que conozco, en EEUU, han sido luminosos, claros y con fnal feliz. Bien es cierto que no he tenido acceso a los otros… P: ¿Crees que habrá soluciones para estos nuevos problemas? R: Confío en la bondad de las personas. Si hay mucha gente bondadosa, por ley matemática habrá mucha gente preocupánd­ose por cosas importante­s. Piensa en el sida.Yo recuerdo aquel primer pánico, miro a mis hijos y sé que su experienci­a médica será completame­nte diferente. Su esperanza de vida, sus enfermedad­es, el cáncer, la malaria… También en esto vamos a vivir un salto muy importante. Pero nacimos demasiado pronto ¡Vamos a llegar tarde a la festa! Ellos van a conocer un mundo sin nuestros demonios. P: Esos temas ¿aparecerán en tu nueva novela? R: Es un reto con muchas historias distintas que convergerá­n al fnal; o eso espero. Con los niños es muy complicado encontrar la concentrac­ión y el tiempo. Si algo me ha enseñado la maternidad es lo poco que controlas de tu vida. Aprovecho un ratito, escribo a ratos perdidos, no vivo absorta en este trabajo, como me ha sucedido en otros anteriores. Quizás, por eso, el texto es tan fragmentad­o, refeja mi día a día. Refexiona sobre la bondad y la maldad. En la vida, hay dos grandes decisiones: ¿vas a destruir o vas a construir? y ¿vas a ser feliz o no? La felicidad requiere un trabajo, es para gente disciplina­da. Querer ser feliz es ir a contracorr­iente, la sociedad te lleva a la queja. Lo difícil es remar contra ese viento. P: ¿No hay un poco de narcisismo en esa búsqueda? R: Yo estoy intentando dar ese salto a la felicidad por lo que me rodea, por los demás. Hay que responsabi­lizarse de lo que hacemos, no con una prudencia cobarde, sino con la intención activa de ser feliz por las personas de tu alrededor. P: Pero plantar el malestar en los otros es fácil... R: Muy fácil. Lo vemos todos los días en redes. La ira y la rabia crecen como una colonia de cucarachas. Dicho esto, eso no signifca que me considere una buena persona.Tengo mis aristas, como todo el mundo, pero en eso estoy, en suavizarla­s. P: Hay quien opina que la televisión tiene buena culpa de ello. R: Yo trabajé en Supervivie­ntes con famosos, y en Pekín Express con concursant­es anónimos, y los vi sufrir a todos por igual. Me ayudó a empatizar, a quererlos. La maldad es otra cosa. Lo importante pasa en otro lugar, no en un programa de entretenim­iento. La maldad de mi novela, por ejemplo, es otra. La cotidiana, la de la persona que se levanta queriendo hacer infeliz a alguien. No me parece justo culpar a la televisión con todos los males del mundo, lo que se dice en ella tiene mucho eco, duele, eso es cierto, lo sé por propia experienci­a. Pero no convierte el mundo en un sitio mejor o peor.

“La felicidad requiere un trabajo, es para gente disciplina­da. Querer ser feliz es ir a contracorr­iente, la sociedad te lleva a la queja. Lo difícil es remar contra ese viento”

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