Harper's Bazaar (Spain)

ASALTO AL PODER

La temporada actual y su renacido culto al ‘power dressing’ reabren el debate en torno a uno de los códigos indumentar­ios más políticos: el traje de chaqueta y pantalón en clave femenina.

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En 1968, a la reina de las ladies who lunch neoyorquin­as Nan Kempner se le prohibió la entrada a La Côte Basque, el restaurant­e/templo de la alta sociedad de la calle 55. Horror: llevaba un traje de chaqueta y pantalón de esmoquin, una indumentar­ia totalmente contraria al código de vestimenta del lugar. Lejos de amilanarse, la dama se quitó los pantalones y entró en el exclusivo establecim­iento con su americana a modo de minivestid­o. Con un solo gesto, Kempner demostraba la fuerza implícita en la prenda (aquella la frmaba Yves Saint Laurent), mientras se alineaba con el foreciente movimiento feminista. Casi medio siglo después, el debate en torno a este préstamo del armario masculino sigue polarizado. No son pocas las críticas que les han llovido a los sastres de políticas como Hillary Clinton, Angela Merkel o Condoleezz­a Rice en todo este tiempo. Y, sin embargo, los trajes han proporcion­ado algunos de los momentos más celebrados de la historia de la moda: del primer dos piezas en tweed de Gabrielle Chanel, en 1925, a los de franela de Marcel Rochas, en 1932 (el modista siempre se atribuyó la inven- ción del término slacks, referido a los anchos pantalones femeninos), pasando por los armados con grandes hombreras que harían célebres en Hollywood –gracias al diseñador de vestuario Adrian– Joan Crawford, Katharine Hepburn y Marlene Dietrich en los años treinta y cuarenta, hasta llegar al celebrado esmoquin ( Le Smoking) de Yves Saint Laurent, en 1966, con el que Pierre Bergé acuñaría una de sus sentencias lapidarias: “Si Chanel dio libertad a las mujeres, Saint Laurent les dio poder”. Hoy, no hay colección que no recurra al proverbial power dressing, un término desarrolla­do en los años ochenta para designar el estilo femenino de corte sartorial en los ámbitos profesiona­les dominados tradiciona­lmente por el hombre. Podemos culpar al actual clima político y a las manifestac­iones feministas que se han multiplica­do por doquier en los últimos meses, el caso es que si una sufragista necesitase llenar su armario de trajes esta temporada, no tendría pérdida: con hombros potentes enVictoria Beckham y Saint Laurent, fuidos en Céline, de inspiració­n ejecutivo en Max Mara, DriesVan Noten o Jil Sander... Sí, aún funcionan como una armadura, pero cuando al fn deje de ser así, nos gustará llevarlos igual.

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Marlene Dietrich, pionera en sacar a relucir el estilo masculino en Holywood (1933). En versión ochentera de Chanel, con Inés de la Fressange.
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