MARRUECOS
Rachel Johnson celebra una fiesta para recordar en la suntuosa Villa Ezzahra, en el oasis del Palmeral.
NUNCA CONVENCEMOS A NADIE para que venga a nuestra granja en Somerset. Con razón, siempre nos responden que está a cinco horas de Exmoor, si tienes suerte. Obviando que, además, en invierno hace frío, llueve y está oscuro, iba a tener que esforzarme mucho para lograr ser la anftriona relajada, natural y estilosa que siempre he querido ser. El reto lo iniciaba con una invitación a una festa en una gran fnca en Marrakech, bañados por el sol y a solo tres horas en avión de Londres. En la suntuosa Villa Ezzahra, en el oasis del Palmeral. La casa está lujosamente decorada en la cálida paleta de colores de las especias del zoco –canela, paprika, pimentón– y llena de arte.Todo es aromático y exótico, en una época del año en la que Europa es gris y deprimente. Nos despertó la llamada del almuédano y el canto de los pájaros, para disfrutar de un amanecer rosa y el gélido rocío sobre el cuidado césped. Teníamos tres días para disfrutar del paraíso e iba a ser complicado tener tiempo para todo. Además de gimnasio, mesa de pimpón y pista de bádminton, había un hammam, adonde se dirigieron varios invitados para que les dieran masajes sobre mesas de mármol; otros jugaban al tenis o descansaban junto a la piscina mientras que el servicio, que incluía a nuestra maravillosa gobernanta María, trabajaba a nuestro alrededor vistiendo inmaculados uniformes blancos. Con naranjas y pomelos madurando en los árboles, la piscina resplandecía bajo el sol durante el día y brillaba bajo la luna creciente por la noche, cuando los jardines se poblaban de faroles y luces, tragafuegos, cantantes bereberes y bailarinas de danza del vientre que nos amenizaban la velada. El sábado nos dirigimos a la medina donde yo quería comprar de todo –pulseras bereberes de plata, cerámicas de intenso rojo, pufs de kilim–. Para reponer fuerzas tomamos café y té de menta en una cafetería en la plaza Djemaa El Fna para después visitar el Museo Yves Saint Laurent. Caminamos por el Jardín Majorelle, una fascinante mezcolanza de verdes palmeras y frondas exóticas, y el Museo Bereber, proyecto que apasionaba a Pierre Bergé, socio de Saint Laurent. Acabamos el día con una excursión al hotel Amanjena, en la pomposa habitación que alquiló Victoria Beckham para celebrar el 40.º aniversario de su esposo David. El domingo no fue un día de descanso sino de viaje a la base de la cordillera del Atlas. En nuestra última noche obligué a los hombres de nuestro grupo a que se pusiesen las tradicionales chilabas blancas y babuchas. Fue todo tal éxito que he olvidado el deseo de dar festas en Exmoor. Darlas en el extranjero es mucho más divertido.