EL ÁRBOL PRIMIGENIO
España jamás había conocido un árbol de Navidad hasta que Pepe Alcañices y su mujer, Sofía Troubetzkoy, duques de Sesto, se lanzaron a decorar un enorme abeto en el vestíbulo de su casa, para compartirlo con sus vecinos de Madrid. Casi años después querem
Una súplica la de mi querido José María Alzola en su biblioteca aquella tarde previa a unas vacaciones lejanas que no han vuelto a repetirse hace ya un lustro: «Es crucial que leas esta biografía y me la devuelvas sana y salva, porque está descatalogada y es casi imposible volverla a encontrar…». El libro se titulaba Una rusa en España, de Ana de Sagrera. En él, además de conocer el increíble trabajo de esta autora (impecable biógrafa de fascinantes personajes de la España del siglo XIX), descubrí las profundidades de Sofía Troubetzkoy; una de las mujeres más bellas, elegantes e infuyentes de la Europa de su época. No solo a niveles de moda y estilo de vida, sino también en el plano político, ya que vivió desde su infancia rodeada de poder. Primero en la corte del zar Nicolás I (del que siempre supo que era hija, aunque su madre estuviera casada con el príncipe Troubetzkoy), después en el París de Eugenia y Napoleón III al casarse con su hermanastro, el duque de Morny, y luego al enviudar, cuando puso sus ojos en el duque de Sesto, que la llevó a Madrid (ciudad de la que había sido alcalde). De nombre José Isidro Osorio y Silva, se hacía llamar por sus vecinos ‘Pepe Alcañices’, en honor al antiquísimo marquesado que ostentaba, concesión del emperador Carlos I.Y es que lo de Pepe Alcañices, su incalculable fortuna como primer ganadero de España, sus patillas XL, la superyeguada que criaba en el Soto de Mozanaque y un árbol genealógico que era prácticamente porno-heráldico con bucle de grandezas de España y antepasados inmortalizados por Velázquez en grandes formatos como La rendición de Breda, eran encantos que derretían a las damas casaderas de enton- ³