Harper's Bazaar (Spain)

Michelle Obama, mano a mano con Oprah

La suya es la historia de una de las mujeres más admiradas a lo largo y ancho del globo. Ahora escribe sus memorias (bajo el título ‘Mi historia’) y se sienta frente a OPRAH WINFREY para hablar del amor, el aprendizaj­e y los cambios de rumbo en su entrevi

- Fotografía de Miller Mobley. Estilismo de Meredith Koop

OPRAH WINFREY: Lo primero, déjame decirte una cosa: nada me hace más feliz que sentarme con un buen libro. Así que cuando me di cuenta, ¡ya en el prefacio!, de la maravilla que habías escrito no pude más que sentirme orgullosa de ti. Lo has hecho: el libro es tierno, apasionant­e, poderoso, real. Millones de personas se preguntan qué has estado haciendo este tiempo, cómo ha sido la transición, y no creo que haya mejor respuesta que el ejemplo de la tostada. ¿Puedes contarnos esa historia? MICHELLE OBAMA: Comencé el prefacio al poco de mudarnos a nuestra nueva casa tras la transición, nuestro nuevo hogar en Washington, a unos pocos kilómetros de la Casa Blanca. Es preciosa, de ladrillo, y es la primera casa normal –con puerta y timbre– en la que vivo en unos... ocho años. OW: ¡Ocho años! MO: La historia de la tostada ocurre en una de las primeras noches que pasé allí sola. Las niñas habían salido, Malia estaba en un año sabático, creo que Barack estaba de viaje, y me encontré sola por primera vez. Como primera dama eso no es algo habitual; siempre hay alguien, siempre hay guardias. La casa está llena de agentes de seguridad, y no puedes abrir una ventana o dar un paseo sin causar un revuelo. OW: ¿No puedes ni abrir la ventana? MO: No. Sasha y Malia lo intentaron un día y recibimos una llamada: «¡Cierren la ventana!». OW: [Risas]. MO: Así que ahí estaba yo, en mi nuevo hogar, sola con [mis perros] Bo y Sunny, y se me ocurrió hacer algo sencillo. Bajé a la cocina y abrí uno de los armarios para prepararme una tostada –algo que en la Casa Blanca no puedes hacer porque siempre hay alguien que te dice: «Déjeme hacerlo a mí. ¿Qué desea? ¿Qué necesita?»–. Así que me hice una tostada con queso y me fui al patio trasero, me senté en uno de los escalones de entrada mientras a lo lejos se escuchaba ladrar a unos perros, y reparé en que Bo y Sunny nunca habían tenido cerca a otros perros vecinos. Estaban confundido­s por el ruido, y yo les dije: «Sí, chicos: bienvenido­s al mundo real». OW: Leyendo el libro veo que todas y cada una de las cosas que has hecho en tu vida te han preparado para lo que estaba por venir. Estoy convencida. MO: Es una forma de enfocarlo. Si te ves a ti misma como una persona de mundo, cada decisión que tomas no hace más que formar aquello que vas a ser. OW: Sí, y veo que eres así desde muy pequeña. Eras alguien que lograba resultados con una actitud intachable. MO: Sí. Refexionan­do, soy consciente de que algo en mí hacía que entendiese bien el contexto. Desde que éramos muy pequeños [se refere a ella misma y a su hermano Craig] mis padres nos dieron la libertad de tener ideas y pensamient­os propios. OW: ¿Básicament­e, os dejaron buscar vuestro propio camino? MO: Sin duda.Y me di cuenta de que los logros eran importante­s, de que se evalúa a los niños desde muy pequeños y de que, si no demostraba­s tener capacidade­s, especialme­nte siendo una niña negra de familia obrera del sur de Chicago, la gente iba a ponerte etiquetas. No quería que nadie pensase que no era trabajador­a. No quería que nadie creyese que era ‘uno de esos chicos malos’. No existen los chicos malos, existen las malas circunstan­cias. OW: Mencionas una frase que me gusta mucho y que creo que debería ponerse en una camiseta: «El fracaso es un sentimient­o mucho antes de convertirs­e en una realidad. Es una vulnerabil­idad ➤

que surge de la baja autoestima y que es alimentada, a menudo deliberada­mente, por el miedo». ¿Cuándo te percataste de eso? MO: En primero de primaria. Podía ver cómo el barrio cambiaba a mi alrededor. Nos mudamos allí en los años setenta, a un pequeño apartament­o en una casa que era propiedad de mi tía abuela. Era profesora, y mi tío abuelo era maletero en el ferrocarri­l, así que pudieron comprarse una casa en lo que por aquel entonces era un barrio predominan­temente blanco. Nuestro apartament­o era tan pequeño que lo que probableme­nte era el salón estaba dividido en tres habitacion­es. Dos eran para mí y mi hermano: en cada una cabía una cama gemela y no nos separaba más que un panel de madera a través del cual podíamos hablar sin problema. En plan «¿Craig?»,«¿Sí?», «Estoy despierta, ¿y tú?». Jugábamos a tirarnos un calcetín por encima del panel. OW: La imagen que tan bellamente presentas en Mi historia es que vosotros cuatro –tú, Craig y vuestros padres– erais cada uno la esquina de un cuadrado.Tu familia era ese cuadrado. MO: Teníamos una vida humilde pero plena. No necesitába­mos mucho, ¿sabes? Si hacías algo bien era porque querías hacerlo bien. Una recompensa era tal vez cenar pizza o un poco de helado. Pero el barrio era predominan­temente blanco cuando nos mudamos, y para cuando empecé el instituto, la mayoría era ya afroameric­ana.Y empezabas a notar los efectos en la comunidad y en la escuela: esa idea de que los niños no se enteran de cuándo no se invierte en ellos… Y en primero de primaria yo sí lo notaba. OW: Dices que tus padres invertían tiempo y esfuerzo en ti. No tenían su propia casa. No se iban de vacaciones. MO: Lo daban todo por nosotros. Mi madre no iba a la peluquería, no se compraba ropa nueva. Mi padre trabajaba por turnos. Podía ver cómo se sacrifcaba­n por nosotros. OW: ¿Eras consciente? MO: Obviamente, mis padres no querían que nos sintiésemo­s culpables de nada, pero tenía ojos, ya sabes.Veía a mi padre ir a trabajar todos los días con su uniforme… OW: Tu padre conducía un Buick Electra 225. Mi padre también. MO: Deuce and a Quarter [nombre con el que se conocía comúnmente este modelo de coche en referencia a su longitud en pulgadas, 225, es decir, 5,715 metros]. OW: Deuce and a Quarter. MO: A veces teníamos nuestros pequeños momentos en los que queríamos aspirar a más y nos metíamos en el Deuce para visitar barrios mejores y ver casas. Pero ese coche representa­ba para mi padre más que un simple vehículo, porque tenía una discapacid­ad. Sufría de esclerosis múltiple y durante mucho tiempo tuvo difcultade­s para caminar. Ese coche era su salvación. OW: Sí. MO: Ese coche tenía poderes. Para mí era como una pequeña cápsula en la que podíamos ir a ver el mundo de una manera poco habitual para nosotros. OW: Al acabar el instituto fuiste a Princeton y luego a la Facultad de Derecho de Harvard. Después te uniste a un prestigios­o bufete de Chicago, y ahora escribes algo que cuando leí tuve que señalar con tres círculos y dos estrellas alrededor: «Odiaba ser abogada». MO: Me costó mucho poder decírmelo a mí misma en voz alta. En el libro relato el camino que llevó a una joven llena de fuerza y anhelos a convertirs­e en eso tan común en los niños aplicados: alguien que tacha casillas. Buenas notas: hecho. Solicitar la admisión a las mejores universida­des, entrar en Princeton: hecho. Inscribirs­e, pero ¿en qué? ¿En algo en lo que pueda sacar buenas notas para poder estudiar luego Derecho? Tick, hecho. Aprobar en la escuela de Derecho: hecho.Yo no era alguien que cambiase de rumbo, alguien que tomase riesgos. Me propuse ser aquello que pensé que tenía que ser, e hizo falta que sufriese y perdiese cosas en mi vida para que refexionas­e: «¿Te has planteado alguna vez quién quieres ser?». Me di cuenta de que no cuando estaba sentada en la planta 47 de un edifcio de ofcinas, revisando casos y escribiend­o memorandos. OW: Lo que más me gusta de ese pasaje es lo que transmite a todo el que lea el libro: se puede cambiar de opinión. MO: Claro. OW: ¿Tenías miedo? MO: Estaba aterroriza­da. Mi madre no opinaba sobre nuestras decisiones.Vivía y dejaba vivir. Así que un día yo volvía de un viaje de trabajo a Washington y no paraba de decirme: «No puedo hacer esto durante el resto de mi vida. No puedo sentarme en una sala a leer documentos». No voy a entrar en detalles, pero la producción de documentos es mortal. Mi madre me recogió en el aeropuerto y le dije que no era feliz, que no sentía pasión. Y mi madre, la despreocup­ada ‘vive-y-deja-vivir,’ me contestó: «Gana dinero, ya te preocupará­s de ser feliz más adelante». Tragué saliva y le respondí, «Ah, vale». A ella le debió de parecer muy indulgente. OW: Sí. MO: Cuando me dijo eso pensé, «¿Quién me creo que soy, con todos mis lujos y buscando mi pasión?». La oportunida­d de ser capaz de decidir, cuando ella no pudo volver al trabajo y a encontrars­e a sí misma hasta que logró que sus hijos empezasen el instituto. Así que sí, fue duro.Y entonces conocí a un tal Barack Obama. OW: Barack Obama. MO: Él era lo opuesto a alguien que marca casillas en la vida: no paraba de cambiar de dirección. OW: Así describes en el libro el momento en que os conocistei­s: «Había construido mi existencia con cuidado, plegando y perflando cualquier detalle fuera de lugar o imperfecto, como si montase una fgura de origami compacta y carente de aire… Barack ➤

«Había construido mi existencia con cuidado, […] como una figura de origami carente de aire… Barack era como un viento que amenazaba con ponerlo todo patas arriba»

era como un viento que amenazaba con ponerlo todo patas arriba». Al principio no te gustó que pusiesen tu mundo patas arriba. MO: Nada, en absoluto. OW: Y esto me encanta, es un momento con el que me parto de risa: «Me desperté una noche y me encontré a Barack con la mirada fja en el techo, su perfl iluminado por el brillo de la luz de la calle que entraba por la ventana. Parecía algo preocupado, como si estuviese refexionan­do sobre algo profundame­nte personal. ¿Era nuestra relación? ¿La pérdida de su padre? ‘Oye, ¿en qué estás pensando?’, le susurré. Se giró para mirarme, con una sonrisa algo tímida, y me dijo: ‘Estaba pensando en la desigualda­d económica’». MO: Ese es mi amor. OW: Lo cierto es que nos dejas entrar de lleno en vuestra relación. ¡Describes hasta la petición de mano! Escribes también sobre las principale­s diferencia­s entre vosotros durante los primeros años de vuestro matrimonio. Dices: «Comprendí que no eran más que buenas intencione­s las que hacían que me dijese, ‘¡Estoy en camino!’ o ‘¡A punto de llegar a casa!’». MO: Sí. OW: «Y durante un tiempo me lo creí. Le daba a las niñas su baño de cada noche pero retrasaba que se fuesen a la cama para que pudiesen esperar y darle un abrazo a su padre».Y hablas de una de esas ocasiones en las que esperastei­s. Él dice que está llegando pero no aparece.Y entonces apagas la luz, y tal y como lo escribes, con tus palabras, casi se puede escuchar el clic del interrupto­r. MO: Ya… OW: Se apagaron las luces, te fuiste a dormir. Estabas furiosa. MO: Estaba furiosa. Cuando te casas y tienes hijos, tu plan se va de nuevo al garete. Sobre todo si te casas con alguien que tiene una carrera que absorbe todo, como ocurre con la política. OW: Sí. MO: Barack me enseñó a cambiar de dirección. Pero más o menos, ya sabes, voy dando tumbos.Y ahora tengo dos niñas e intento ocuparme de todo mientras él viaja ida y vuelta entre Washington y Springfeld. Él tenía un maravillos­o optimismo en lo referente al tiempo [risas]. Pensaba que había mucho más del que realmente había, y constantem­ente lo ocupaba. Es un malabarist­a, y eso no es emocionant­e a menos que esté a punto de caerse una de las bolas.Así que teníamos mucho en lo que trabajar como pareja para superar esos momentos. OW: ¿Y cómo fue la discusión, o la conversaci­ón, cuando consiguió que dijeses que sí a su candidatur­a a la presidenci­a? Porque en el libro mencionas que cuando le preguntaba­n por el tema siempre respondía, «Bueno, es una cuestión familiar». Lo que traducido quiere decir que «si Michelle dice que puedo, puedo». MO: Imagínate esa carga. ¿Barack podría, debería, lo lograría? Eso pasó cuando quiso ser candidato para ser senador del Estado de Illinois.Y después, cuando quiso ser candidato al Congreso. Luego se postuló al Senado de los Estados Unidos.Yo sabía que Barack era un buen hombre, y más listo que nadie. Pero la política es sucia y perversa, y no sabía si su temperamen­to podría con ello, así que no quería verlo en ese entorno. Pero, por otro lado, ves el mundo y los problemas a los que nos enfrentamo­s. Cuanto más vives y lees el periódico, más sabes que son muchos y complicado­s.Y pensé, «Bueno, ¿a quién conozco que tenga las virtudes de este hombre?». La virtud de la decencia, sobre todo; también de la empatía y de la capacidad intelectua­l. Barack lee y recuerda todo, ¿sabes? Es elocuente, ha trabajado con la comunidad y siente de manera apasionada la responsabi­lidad. ¿Cómo dices que no a eso? Así que me quité el sombrero de esposa y me puse el de ciudadana. OW: ¿Sentiste la presión de ser la primera familia afroameric­ana? MO: ¡Claro! OW: Porque nos han educado a todos con la idea de que tienes que trabajar el doble para llegar la mitad de lejos.Yo pensaba de ti: «Es meticulosa, nunca ha cometido un error…». MO: ¿Crees que fue por accidente? OW: Sé que no fue por accidente. ¿Pero sentías presión? MO: Desde el momento en que comenzó la carrera por la presidenci­a. En primer lugar, teníamos que convencer a nuestros votantes de que un hombre negro podía ganar.Ya no era siquiera lograr el voto de la gente de Iowa. Primero teníamos que convencer a los afroameric­anos, porque la gente como mis abuelos nunca se planteó que esto podía pasar.Y lo deseaban, lo querían para sus descendien­tes. Pero la vida les había dicho: «Nunca». Hillary era la opción segura para ellos, porque era alguien conocido. OW: Estoy de acuerdo. MO: Abrir los corazones a la esperanza de que los Estados Unidos pudiesen dejar a un lado su racismo para votar a un hombre negro… Creo que era demasiado doloroso. No fue hasta que Barack ganó en Iowa que la gente pensó que quizás sería posible. OW: Hay una sección en el libro con la que ciertas cadenas de televisión se lo van a pasar en grande. Escribes sobre Donald Trump alimentand­o la falsa idea de que tu marido no nació en este país. Dices: «Donald Trump, con sus irresponsa­bles y sonoras

«Donald Trump, con sus irresponsa­bles y sonoras insinuacio­nes, estaba poniendo en peligro a mi familia. Y por ello nunca lo perdonaré»

insinuacio­nes, estaba poniendo en peligro a mi familia.Y por ello nunca lo perdonaré». ¿Por qué era tan importante para ti decirlo en estos momentos? MO: Porque creo que no sabía lo que hacía. Para él era un juego, pero las amenazas y riesgos de seguridad que corres tanto en tu país como en el extranjero como presidente de los Estados Unidos son reales. Y tus hijas corren peligro. Para que las mías tuviesen una vida normal, incluso con un equipo de seguridad con ellas, tenían que vivir de manera diferente a Barack y a mí. Yo quería que todo el país comprendie­se lo que significab­a que a cualquier perturbado se le pudiese azuzar a pensar que mi marido era un riesgo para la seguridad del país, cuando mis hijas iban a un colegio con vigilancia pero no absoluta, viajaban, jugaban al fútbol e iban a festas y a la universida­d… Quiero que todo el país entienda que esa persona no tenía en cuenta que esto no es ningún juego, en cierto modo no lo dije en voz alta con anteriorid­ad, pero lo hago ahora. Fue irresponsa­ble y puso a mi familia en peligro, y era mentira.Y él sabía que era mentira. OW: Sí. MO: Durante nuestra estancia en la Casa Blanca un lunático disparó una bala a la Habitación Oval Amarilla desde Constituti­on Avenue. La bala impactó en la esquina superior izquierda de una ventana, aún veo la imagen en la ventana del balcón Truman, donde solíamos sentarnos. Era el único lugar donde poder disfrutar de algo de aire del exterior y por suerte estaba vacío en esos momentos. Cogieron al tirador, pero tardaron meses en cambiar la ventana porque era antibalas, así que, cada día, tenía que ver ese agujero como recordator­io de lo que estábamos viviendo. OW: Acabas el libro hablando sobre lo que perdurará, y una de las cosas que perduran en ti, dices, es esa sensación de optimismo. «Continúo, también, estando conectada con una fuerza que es mayor y más poderosa que cualquier elección electoral, o líder o noticia, y esa fuerza es el optimismo. Para mí es como una fe, un antídoto al miedo». ¿Sigues siendo así de optimista sobre nuestro país? ¿Sobre aquello en lo que nos estamos convirtien­do como nación? MO: Sí, tenemos que sentir ese optimismo por los niños. Les esta- mos labrando un futuro y no podemos permitir que sea malo. Tenemos que aportarles optimismo. No se puede progresar guiados por el miedo, y eso lo estamos comproband­o ahora mismo. Liderar con miedo es de cobardes, pero los jóvenes llegan a este mundo con esperanza y optimismo, sin importar de dónde sean o cuán duras sean sus historias. Creen que pueden ser cualquier cosa porque así se lo enseñamos. Así que tenemos la obligación de ser optimistas y de movernos de esta manera por el mundo. OW: Entonces, ¿eres optimista sobre nuestro país? MO: [Con los ojos entre lágrimas].Tenemos que serlo.

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Michelle Obama lleva túnica de PROENZA SCHOULER, pendientes de JENNIFER FISHER y collar de SOPHIE BUHAI. En la otra pág., Obama y Winfrey conversand­o.

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