Harper's Bazaar (Spain)

Blanca Portillo, en brazos de la mujer madura

- Por más que le sobre talento y méritos, BLANCA PORTILLO nunca será una diva de la escena: lo que a ella le gusta no es que la admiren en lo alto de un pedestal, sino que la quieran. Con su próximo personaje, la señora Dalloway, volverá a conseguir que la

Blanca Portillo (Madrid, 1963) no habla ‘en letras mayúsculas’; tampoco va dándoselas de ser la grandísima actriz que todos sabemos que es. «Una cosa es lo que hago y otra cosa es lo que soy», dice con ganas de sacudirse esa imagen de mujer dura que, con demasiada frecuencia, los demás se empeñan en atribuirle. «La gente me coloca en un lugar que yo no habito, yo vivo a ras de suelo. Con pico, pala y un casco en la cabeza cada día de mi vida. No tengo la sensación de haber llegado a ningún lado.Y cuando alguien me dice que soy un referente, me da terror».Trabajador­a incansable que se ha puesto a las órdenes de Pedro Almodóvar,Tomaž Pandur, Milos Forman o Álex de la Iglesia, esta actriz y directora de escena puede convencern­os de que es la trágica Medea, la fría jueza de Sé quién eres, el príncipe Hamlet o Segismundo en La vida es sueño, y ahora la Clarissa Dalloway creada por Virginia Woolf. También que es capaz de transforma­rse por un rato en la mujer ultrasofst­icada subida a unos stilettos de infarto que protagoniz­a nuestra sesión fotográfca. «Yo soy de andar por casa, pero otra cosa es que te hagas una foto creando un personaje, y lo disfrutes», confesa en el Teatro Español de Madrid, donde dará vida a Mrs. Dalloway, desde el 28 de marzo, dirigida por Carme Portaceli. PREGUNTA: ¿Cómo lleva interpreta­r, pasados los 50, a este personaje que retrata de forma tan lúcida la madurez femenina? RESPUESTA: Tengo conciencia del paso del tiempo: sé que estoy atravesand­o la mitad de mi vida, que me queda menos por delante de lo que ya he vivido. Así que, cuando apareció Mrs. Dalloway, supe que llegaba para enseñarme cosas. Ella tiene muy presente su pasado, pero vive en su ser de hoy. Consigue que convivan la niña y la joven que fue con su mujer madura. No es que me haga una ilusión enorme el paso del tiempo, pero madurar signifca no perder la idea de que el tiempo pasa y de que ya no es necesario inventarte personajes, sino que ya eres tú. P: Hay muchas ideas preconcebi­das en torno a la mujer madura… R: Parece que, a partir de una edad, la mujer deja de ser famante y empieza a apagarse tristement­e, mientras que los hombres van cumpliendo años y son cada vez más atractivos. Eso, más que un tópico, es una tontería como un piano de cola. Existe la idea de que, de alguna manera, sales del mercado, del foco de atención.Yo no lo creo en absoluto: como conservo mi niña interior muy viva, siento que tengo una experienci­a vital que me hace vivir con más entusiasmo. Mi temperatur­a emocional no solo no ha variado, sino que ha aumentado. No he perdido para nada ni la pasión, ni la energía, ni las ganas, ni la sexualidad. ¡Todo lo contrario! P: Aunque las mujeres aún sufren terribles actos machistas, corren buenos tiempos para el feminismo. R: Es la gran revolución, lleva mucho tiempo gestándose y no tiene marcha atrás.Y el que no quiera verlo, se tendrá que esconder bajo una piedra. Nosotras vamos más rápido que la sociedad, somos mucho más consciente­s, mucho más luchadoras, mucho más reivindica­tivas, mientras que las estructura­s sociales llevan un ritmo más lento. El mundo está construido en torno a un patriarcad­o gigantesco, y eso no cambia de un día para otro.Todavía hay hombres que no ven clara esta lucha, que les molesta y que nos llaman cosas muy feas que prefero no repetir; pero creo que cada vez hay más hombres consciente­s de que la igualdad es obligatori­a porque es una cuestión de derechos humanos: tenemos derecho a no tener miedo por el hecho de ser mujer, a vivir como nos dé la gana sin ser juzgadas ni tratadas por un rasero diferente. P: En un ámbito como la cultura, parece que la libertad de las mujeres es mayor. R: Es más libre, en general, porque somos personas que trabajamos con emociones, al desnudo, sin pudores. Quieras que no, es un ámbito de debate, de transforma­ción, de lucha… Aunque a veces la cultura haya sufrido machismo, ¡no te quepa la menor duda! Antes, las mujeres que se dedicaban a esto eran vistas como unas libertinas. Mi abuela, de joven, estaba un día en un rodaje, el director la vio y le propuso que saliera en la película. A ella le hacía mucha ilusión y se lo dijo a su padre, que le contestó: «No. Como te metas a puta, te mato». Dentro de la profesión, las de la farándula se sentían libres, pero fuera de ella, eran cuestionad­as. Afortunada­mente, a estas alturas, nadie cree que yo, por ser actriz, sea de dudosa catadura moral… P: Usted es una persona comprometi­da en lo social, también en su trabajo. R: Esta profesión es un poco traicioner­a: puedes tener una imagen muy superfcial de ella y se puede vivir de una manera muy superfcial también. A mí eso me revienta, no lo puedo decir de otra manera. A veces, los actores vivimos en nuestra parcela pequeñita, como si eso fuera el top del hecho artístico, cuando es una parte diminuta que puede alimentar mucho el ego. Y a mí eso no me gusta porque devalúa nuestra profesión.Yo quiero cuidar y valorar lo que hacemos porque no soy más ni menos ➤

que el resto de mis compañeros. Siento un respeto profundo por esta profesión, por todos los que la componen: desde el que escribe, al que cierra la sala cuando acaba la función o el pase. A mí eso me mola mogollón, más que ser actriz. P: Como actriz, usted no es de las que se acomodan. ¿Hay algo que no se sienta capaz de hacer? R: Sí, creo que hay límites, porque no todo es posible. Por ejemplo, podemos hacer una lectura poética de la vida, pero hay cosas de la realidad que no se pueden interpreta­r. Reconozco que, desde el punto de vista actoral, las difcultade­s me atraen: todo lo que me parece imposible me seduce. Llegaré más o menos lejos, pero lo intento, aunque haya cosas que me parecen difcilísim­as. Ahora, cuando veo el texto de Mrs. Dalloway, lo miro con mucho respeto porque no sé si voy a saber hacerlo. P: Pero, a estas alturas, ¿Blanca Portillo tiene miedo? R: ¡Terror! No me asusta solo el personaje, me asusta lo que tenemos que contar: nunca sé si seré capaz de aportar lo sufciente para transmitir esa historia. Me pone en un estado de alerta y miedo, aunque no me paralice.Y como trabajo bastante, vivo en un estado de terror continuo… P: ¿Cuando dirige teatro también? R: En eso estoy muy bien compartime­ntada: tengo media cabeza de actriz y media cabeza de directora. Como intérprete, eres una parte de un todo, y eso es algo que a mí nunca se me olvida: yo no hago una función, la hacen un montón de personas, sea un monólogo o una obra de 500 personajes, y ahí tienes una responsabi­lidad limitada. En la dirección, resulta mucho mayor, porque todas esas partes dependen también de ti. Aunque lo mejor de dirigir (o de producir, que también lo hago) es que puedes crear un grupo humano, y eso es lo que me gusta. Entonces, el nivel de angustia baja, porque hay un montón de gente talentosís­ima aportando inteligenc­ia, capacidad artística, criterio… P: Desde que decidió ser actriz, a los 17 años, ha estado entrando y saliendo de la piel de otros. ¿Eso se convierte en una buena terapia? R: Claro que sí, porque te enfrenta a ti.Y mirarnos a nosotros mismos es un ejercicio muy sano. Si lo hiciéramos más a menudo, seríamos más coherentes y menos dañinos para los demás. Siempre digo que los actores somos personas muy honestas, las que decimos más verdades, porque trabajamos con ellas a for de piel. En la calle se miente más que en la escena: la gente se pone un disfraz que ha ido construyen­do a través de los años, y mienten como bellacos. No hay más que escuchar a los políticos… En cambio, ese ser humano que está en el escenario, al que le presto voz, cuerpo y emociones, es verdadero. P: ¿Qué relación establece con sus trabajos una vez hechos? R: En cine y en televisión, la verdad es que no me gusto mucho. Mientras interpreta­s, sientes unas cosas, pero los demás perciben otras distintas. Si veo esos trabajos, es para descubrir lo que no tengo que volver a hacer. Aunque también hay momentos en los que me digo: «Esto es creíble, es potente». En el escenario, soy feliz porque tengo la ventaja de que no me veo… Lo que importa es que se emocione el espectador, que lo que ve le cambie la vida. Lo que me pase a mí, da igual, eso me lo llevo yo a mi casa. P: Con todo, ¿es capaz de darse cuenta de lo grandísima actriz que es? R: Cuando me llaman La Portillo o aseguran que soy un referente, siempre digo: «Pero, ¿qué están diciendo?». Es muy halagador, y si quien lo dice es un compañero al que admiro, me emociona mucho porque sabe que me dejo la vida en lo que hago. Entonces me siento muy chiquitita y me dan ganas de llorar. Ahora bien, ni yo ni nadie inteligent­e y valioso diría que ha llegado a algo: yo estoy todo el día en movimiento, así que cuando te miran así, no lo entiendo… ¡Si yo soy muy normal! P: ¿Y qué queda de aquella niña a la que le gustaba cantar y bailar ante el regocijo de esa abuela a la que le habría gustado salir en el cine? R: Todo, todo [risas]. Está intacta, no te puedo decir más. De hecho, soy mucho más esa niña que la mujer que creen que soy. ¿Sabes que, si alguien que no me conoce me pregunta qué hago, nunca digo a qué me dedico? Es cierto que hay partes en las que se intuyen cosas de mí, y el espectador valora muchísimo ver algo sincero, real.Yo soy de andar por casa y no quiero que me respeten, sino que me quieran.

«Madurar significa no perder de vista que el tiempo pasa pero también significa ser tú misma»

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Abrigo de cashmere de MALNE, body y mallas negras, ambos de algodón, de WOLFORD, y pendientes con brillantes de OSCAR DE LA RENTA.

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