Modelo DECONDUCTA
Entender cómo los rostros más bellos de la pasarela se han convertido en las voces más influyentes por el planeta tiene un origen. La top española Vanesa Lorenzo nos cuenta el suyo.
Siempre me sorprendió la capacidad de adaptación de compañeras tan realmente comprometidas como Liya Kebede, Miranda Kerr, Amber Valletta, Doutzen Kroes o, por supuesto, Gisele Bündchen. No sé si en su caso habrá sido algo premeditado, pero mi experiencia personal y mi camino hacia la conciencia sobre la sostenibilidad partió de un gesto aparentemente egoísta. La inquietud hacia una alimentación saludable y la búsqueda del propio bienestar me llevó a introducir productos ecológicos en mi dieta hace unos 20 años, cuando vivía en Nueva York. Por aquel entonces, residía en la zona de Chelsea, en Manhattan, y el supermercado Whole Food era el que regentaba. La experiencia de compra era magnífica, tenías a tu alcance un sinfín de productos ecológicos que era impensable encontrar en España en aquella época; se me abrió un nuevo mundo por explorar en la búsqueda del bienestar.
La conciencia es el primer paso hacia el cambio, aunque es insuficiente. Cada acto cotidiano que realizamos daña de un modo u otro el ecosistema que pretendemos proteger para nuestra supervivencia. El simple ejercicio de encender la luz de manera ordinaria, sin utilizar energías renovables, implica un daño aparentemente ínfimo que multiplicado por la población se convierte en un gran golpe. A esto podemos sumarle tantos otros actos de nuestro día a día: una ducha caliente, poner una lavadora, coger el coche, el uso excesivo de agua en nuestros hogares, pintar la pared, comer alimentos o productos envasados en plástico, la ropa que usamos, etc.
Es complicado ser 100 % coherente cuando constantemente luchas contra los deseos individuales y una forma de vida y de consumo globalizado, tan arraigado en nuestra cultura. Queremos no perder el privilegio de acceder a todo lo que queramos cuando queramos y como queramos. Yo, me incluyo en esa dinámica. Por ejemplo, el simple hecho de comerse una papaya en la península o baleares… ¡Ay, qué bien!, estoy comiendo una fruta con vitaminas, fibra, enzimas digestivas y buen sabor, que además es orgánica, pero… ¿de dónde viene la papaya?, ¿de Brasil, de México? ¡Ups!, quizá esa papaya para que llegue a mis manos ha generado un impacto medioambiental que prefiero desconocer, porque lo que realmente deseo es comerme esa deliciosa fruta tropical.
Algo coherente y comprometido sería apostar por alimentos de
temporada, autóctonos o de producción de cercanía para provocar la menor huella medioambiental, adaptándonos de este modo a lo que la naturaleza rige por sí misma. Crecí en un ambiente de naturaleza, disfrutando de fines de semana y largos veranos en El Ampurdán y su costa brava. En una masía en el campo, con mis abuelos. Había un gran huerto y árboles frutales desperdigados por los alrededores de la casa y gallinas sueltas que se te metían entre las piernas esperando ser atendidas. Recuerdo olores y sabores puros que cada vez están menos presentes entre nosotros por los procesos de conservación, los envases, las cámaras de refrigeración, los pesticidas, etc. Había poco y mucho a la vez. Comer tomates de la mata a ‘bocaos’ o almendras crudas del árbol junto a mi madre y mi abuela no tenía precio. Recuerdo a mi abuelo con su bota de vino colgando, con la piel oscura y curtida al sol, flaco y musculado por el trabajo que requería cuidar del campo, viendo cómo trenzaba las ristras de ajos y trabajaba el mimbre. Convivía con la naturaleza con un respeto y una unión admirables, pasando horas en soledad, acompañado únicamente por la tierra que le daba todo y a la que agradecía con humildad.
Baños al sol en grandes barreños de lata, libélulas volando por encima de la charca, patatas fritas y huevos que sabían a manjar… Esa ha sido mi infancia.
La necesidad de recuperar estas sensaciones que me hacen viajar a mis orígenes se hizo más latente al convertirme en madre. Quizá por eso hoy la idea de un proyecto familiar en el campo unido a la naturaleza es una realidad que llevo a cabo con mis hijas, creando un hogar sostenible, donde el respeto por los animales y la tierra es primordial, hacerles ver el origen de los alimentos y la belleza del proceso de cultivo mediante prácticas de cultivos ecológicos y regenerativos. Apostando por energías eólicas y fotovoltaicas, produciendo nuestro propio compost, reciclando gran parte de nuestra basura orgánica con las gallinas y buscando crear un ecosistema apropiado al entorno repoblando con plantas de especies autóctonas para que den cobijo a una fauna que favorezca al propio ecosistema.
Que apueste por un proyecto así no significa que no me equivoque, lo haga mal, tenga comportamientos contradictorios y muchos de mis actos sigan en la dirección errónea. Pero estoy convencida de que si cada uno de nosotros tomamos conciencia y poco a poco actuamos sobre nuestro entorno más cercano, al final nos convertiremos en un gran colectivo que lucha por algo que nos atañe a todos, el cuidado de nuestro Planeta y nuestra supervivencia. No olvidemos que necesitamos un compromiso por parte de los gobiernos y las grandes corporaciones que, de algún modo, dirigen nuestra manera de consumir.
El cambio empieza en mí y en mi entorno más cercano, es así como quiero educar a mis hijas, que son parte de las nuevas generaciones y la esperanza de una nueva manera de vivir y de relacionarse con la madre tierra, creando un lazo sincero con la naturaleza, abandonando la idea de utilizarla a nuestro antojo, estableciendo una comunión con nuestro entorno para un beneficio común y perdurable, dejar atrás el pensamiento individual… La verdadera necesidad es de doble dirección, necesitamos a la naturaleza y ella necesita nuestro cambio, ahora más que nunca, devolvámosle todo lo que nos ha concedido sin pedir nada a cambio.