Diseño y CORAZÓN
Entrar en la casa de INÉS SIERRA, diseñadora de interiores en Sierra + De La Higuera, es hacerlo en su lugar más ÍNTIMO y PERSONAL. Un dúplex a las afueras de Madrid donde la magia de la LUZ, las casualidades y el diseño con HISTORIA de los 60 y 70 conviven con materiales naturales, pinceladas de color y recuerdos familiares. Así es el hogar de quien da vida a los hogares.
inés Sierra (Madrid, 1989) se crio en el barrio de Aravaca, a las afueras de Madrid, y es ahí donde sabía que volvería cuando fuera madre. Tras afincarse durante varios años en Londres y vivir la experiencia cosmopolita, la llegada de su primer bebé a principios de este año le hizo replantearse sus prioridades y volvió al lugar donde fue feliz para construir su nueva vida. «Mi familia lleva décadas viviendo aquí. Es una zona llena de parques, muy tranquila y sabía que, a la hora de tener hijos, terminaría priorizando el bienestar frente a todo lo demás», comenta. Además, la serendipia jugó su carta y lo hizo aún más inevitable: su abuelo construyó en los años 70 el edificio donde ahora vive ella. «Después, mis padres tuvieron la suerte de vivir aquí recién casados y, al volver de Reino Unido, nos enteramos de que estaba disponible para alquilar. ¡No dudamos ni un segundo que teníamos que continuar con el legado!». Esta joya de vivienda perdida entre un puñado de callecitas con encanto en el oasis al otro lado de la A-6, es un ático de doble altura y con techo a dos aguas. Especial hasta en su descripción técnica. «Y tiene una luz preciosa», matiza Sierra. Porque, si le preguntas a esta diseñadora de interiores, reconocida por su trabajo en el madrileño estudio Sierra + De La Higuera, qué es lo que más valora una especialista como ella a la hora de elegir un espacio como hogar, te dirá que la luz es su máxima prioridad. Lo cuenta sentada en las sillas de madera que coronan su comedor, frente a un colorido cuadro de Claudia Valsells y con los rayos de un sol de invierno entrando por el gran ventanal con salida a la terraza que ilumina la sala. Es también su espacio favorito, pues de aquí parte la escalera al segundo nivel del dúplex.
Inés confiesa haberse dado cuenta de lo mucho que disfruta de estar en casa desde que vive en esta, hace ya un año. «Es aquí donde encuentro la calma y donde desconecto, ¡aunque parezca mentira!», comenta divertida. No hay más que echar un rápido vistazo por el salón para saber que no miente: cada una de las piezas que lo decoran (mezcladas en alguna esquina con cuidadas cestas con peluches y libros infantiles que reflejan que allí, además de una diseñadora, vive un pequeño terremoto) demuestran estar escogidas a conciencia. Aunque admite que no le resultó fácil enfrentarse a ➤
“COMPRAR ‘VINTAGE’ ES UNA EXPERIENCIA. SON LASPIEZASQUE DANVIDAAUN ESPACIO, QUE LO HACENDIFERENTE. SI NO, TODAS LAS CASASSERÍAN IGUALES”
este proyecto tan personal: «Para mí siempre ha sido mucho más sencillo visualizar y tomar decisiones para un cliente, y no para mí misma». Aunque si algo tenía claro desde el principio es que quería que cada uno de los objetos que la decoraran tuviera una historia detrás; piezas, como dice ella, «singulares». Por eso prefiere comprar en ferias, anticuarios o subastas, apostando siempre por dar una nueva vida a diseños de otro momento que enriquezcan el presente: «Comprar vintage es una experiencia. A veces sucede la magia y das con tesoros. Esas son las piezas que dan vida al espacio, que le dan un carácter diferente. Si no, todas las casas serían iguales», sentencia. Frente al ventanal del salón, entre la terraza con vistas a los tejados del pueblo y el resto de la casa, destaca una preciosa chaise longue, una de sus piezas favoritas. Se trata de un diseño de Dick Cordemeijer para Auping de los años 60, y empasta con las mesitas de centro de diseño escandinavo de la misma época que encontró su padre en una feria de antigüedades. «Me encanta también un sofá de Tobia Scarpa, el primer mueble de diseño italiano que se compraron mis padres y que me regalaron cuando me casé, y una mesa auxiliar de piedra que diseñé yo. A todo el mundo que viene a casa le llama especialmente la atención», explica. El arte toma el espacio en diferentes formatos, y Sierra puede presumir de sumar algunas obras verdaderamente particulares como una escultura de G. Onieva, un cuadro de Fernando Mastretta o uno de Gonzalo Lebrija elaborado mediante la técnica de gofrado sobre papel de algodón que le regalaron sus amigos al casarse.
Sierra terminó en el mundo del diseño por destino: «Con abuelo y padre arquitectos, era difícil no ligarse a este sector», comenta. En 2017, montó su propio estudio, Sierra + De La Higuera, junto a Mercedes Sierra y Javier de la Higuera. «No solo es trabajo, es mi otra familia. Llevamos trabajando juntos 14 años, nos complementamos bien y se transmite en lo que hacemos –cuenta–. Nos gusta hacer proyectos integrales en los que diseñamos parte del mobiliario de la obra. Nos basamos en la tradición del diseño clásico, pero aportando una estética atemporal, materiales naturales y principios modernos de sobriedad». Entrar en la casa de una diseñadora de interiores es como hacerlo en el lienzo de un artista o la partitura de un músico. Es algo íntimo y personal. En el caso de Sierra, era importante la practicidad: entre materiales como la piedra, la madera o el lino, el diseño de este hogar se palpa en cada rincón pero, lejos de ser una casa-museo, gracias a los pequeños detalles (como el de enmarcar y colgar un casete de Eric Clapton como símbolo de los recuerdos felices de su infancia), ha logrado hacer de su refugio uno lleno de vida y corazón.