La gran evasión
Esta es la crónica de un día en las carreras en el santuario más antiguo del mundo del deporte: el hipódromo de Ascot. Donde la moda, la equitación y la realeza se agitan… pero no se mezclan. Bienvenidos de la mano de Longines a la tradición más solemne (y atrayente) del Reino Unido.
Un lujoso Land Rover con los cristales tintados nos adentra en el complejo del hipódromo de Ascot, la localidad en el Royal Borough of Windsor and Maidenhead, en el condado de Berkshire. Miles de personas recorren las calles elegantemente vestidas para llegar a los accesos. Carruajes tirados por caballos procesionan por las avenidas del pequeño pueblo, que cuenta con algo más de 11.000 habitantes, pero que en estos días de carreras multiplica su población por casi 30. Caminando, otros tanto. Ellas, con vestidos y faldas hasta la rodilla y obligados sombreros con una base mínima de 10 centímetros. Ellos, chaqué negro o gris y sombrero de copa. Por esto último el coche nos deja en el parking del Royal Ascot Tennis Club. Allí hemos alquilado el sombrero de copa que, tras varias pruebas, damos con nuestra talla. De ahí nos dirigimos al estacionamiento del Royal Enclosure, la zona más exclusiva (y real) del recinto.Aquello nos recuerda a una película de época revisitada. Cientos de ostentosos vehículos,
Aston Martins, Audis, Mercedes, Jaguars…, se agolpan en la hierba señalizada a modo de pequeñas parcelas. El aparcamiento se transforma en un camping de lujo. Ladies and Gentlemen se apostan en estos diminutos solares, que heredan de generación en generación, para disfrutar de un ágape servido por sus mayordomos. Parece que el espectáculo comience aquí. Pues el parking se convierte en una escena de Sentido y sensibilidad, eso sí, con un servicio aún mucho más exclusivo. Hay quienes decoran sus mesas plegables con mantelería bordada, candelabros de plata y cristalería de Lalique.Aquí más es más. Sorteamos el campamento improvisado (aunque aquí nada es improvisado) y nos adentramos en la entrada oficial del Royal Enclosure. A nuestra derecha, bajo un arco floreado, la guardia del estilo, donde están a la caza y captura de los infractores estilísticos.Allí se mide el largo de la falda, el ancho de los tirantes o la copa de los sombreros. Si no cumples con los requisitos, te invitan educadamente a cambiarte.Tras pasar por un recatado photocall, accedemos a un laberinto de escaleras mecánicas que distribuye las diferentes zonas: Queen Anne,Village y Windsor Enclosure (que van desde la grada, donde las normas son menos estrictas, a pie de pista, donde no se aplica ningún código de indumentaria) y el Royal Enclosure (salas reales y espacios privados con una alta seguridad y donde el protocolo es férreo). Llegamos hasta la sala que Longines –la marca relojera que patrocina Ascot y cronometradora oficial de las carreras– ha puesto a nuestra disposición. Tras unas cristaleras… la inmensidad. El santuario más
antiguo del deporte. Cientos de metros de pelouse que no alcanza la vista, por donde han pasado algunos de los mejores purasangres y jinetes de la historia, y escenario de algunos de los momentos más icónicos de la equitación.Tierra verde con siglos de leyenda.
Porque su historia comienza hace ya 311 años, cuando un buen día la reina Ana de Inglaterra, gran aficionada a los deportes ecuestres, paseaba en carruaje por el bosque de East Cote, muy cerca del castillo de Windsor. Fijó su mirada en aquel claro de hierba, el perfecto para el galope de caballos.Aquel claro lo adquirió la Corona por solo 558 libras y la reina ordenó que se preparara para organizar las primeras carreras. El 11 de agosto de ese mismo año, el bautizado Royal Ascot Racecourse acogió su primera carrera, Her Majesty’s Plate, dotada con un premio de 100 guineas. Participaron siete caballos y se celebraron tres carreras de más de seis kilómetros cada una.A la muerte de Ana Estuardo, en 1714, las carreras desaparecieron debido al desprecio del rey Jorge hacia todos los deportes en general. La competición regresó a Ascot en 1720 y fue un siglo después, en 1825, cuando el rey Jorge IV inició la primera procesión de carruajes reales, tradición que se ha mantenido desde entonces. Este año, todos poníamos la mirada en el primer carruaje del desfile. La reina Isabel II, la mayor fan de las carreras de Ascot, abría siempre el cortejo. Esta vez, justo cuando se celebraba el 70.o aniversario de su entronización, a Lilibeth le fallaban las piernas y por recomendación médica le aconsejaron no acudir. Elizabeth fallecería meses más tarde. 2022 sería la primera carrera con la ausencia –para siempre– de la reina de todos los británicos. Pero fue entonces él, King Charles III –entonces aún príncipe heredero– quien desfiló en esa primera carroza junto a su esposa, hoy la reina consorte Camilla, acompañados por su sobrino, Peter Phillips, hijo de la princesa Ana, dejando un asiento vacío en honor a la reina Isabel II. Más atrás, en otro carruaje, el príncipe Guillermo y Kate Middleton, que eligió esta vez un vestido blanco de lunares negros, de Alessandra Rich, muy similar al que lució la princesa Diana en Ascot en 1988.
La familia real se aposenta. Comienzan las carreras.Y las apuestas. Cinco días. 30 carreras. Los mejores purasangres del planeta.Aristócratas, jeques, nobles y la flor y nata de la sociedad británica. Casi 8 millones de euros en premios. 2.000 limusinas. Casi medio centenar de helicópteros aterrizan al lado del hipódromo. Es el inicio de la temporada social veraniega en Inglaterra. Es la cita ecuestre más importante del mundo.Y la quintaesencia del estilo. n