Heraldo de Aragón

Charles de Foucauld y Aragón

Huyendo de la guerra de Argelia, algunos seguidores del místico contemplat­ivo francés, que será canonizado por el Papa el próximo domingo, se instalaron en Farlete porque los Monegros les recordaban el desierto argelino

- LA ROTONDA Por Carmen Herrando, profesora de la Universida­d San Jorge

Charles de Foucauld (18581916) decía que el desierto hace santos o vuelve locos. Él fue un santo (la Iglesia así lo reconoce el 15 de mayo), un santo ‘loco’ por el desierto, porque en el Sáhara descubrió que Dios habla en la soledad al corazón de quien confía y espera en Él. La vida de Foucauld fue intensa, apasionant­e: huérfano de padres y criado por su abuelo, el coronel Morlet, entró en la carrera militar, pero abandonó el ejército y dilapidó buena parte de la fortuna familiar; ávido de aventuras, exploró zonas desconocid­as de Marruecos, lo que le valió la medalla de oro de la Sociedad Francesa de Geografía; era tal su arrojo que no dudó en disfrazars­e de mercader judío para llevar a cabo esta empresa. En otoño de 1886 se convirtió a Cristo, y no tardaría en hacerse monje trapense; ingresó en un monasterio francés, pero pidió ir a una trapa en Siria porque buscaba un monasterio mucho más pobre. Tampoco se quedó en esta orden. Tras un tiempo en Francia, regresó a Oriente, esta vez a Nazaret, donde sirvió a las monjas clarisas como recadero y jardinero. Además de buscar el último lugar, allí, tras los pasos de Jesús, dio con la gran intuición de su espiritual­idad: la conocida como ‘vida de Nazaret’, que consiste en la imitación de la vida escondida de Jesús durante los años que pasó en Nazaret, antes de salir a predicar. Los discípulos de Charles de Foucauld se caracteriz­an sobre todo por el trabajo sencillo entre los más pobres, como unos más, sin predicar, sin buscar hacer prosélitos; cultivan la oración contemplat­iva y cuidan la amistad con sus vecinos, viviendo de forma similar a como viven ellos.

Pero Charles Foucauld aún daría más vueltas. En 1901 era ordenado sacerdote en Francia, aunque pronto partió hacia Argelia con intención de acceder a Marruecos,

la tierra que tanto le había marcado, sobre todo al ver rezar a sus gentes; pero no pudo llegar. Vivió primero en Beni Abbés y luego en Tamanrasse­t, entre los tuaregs, como una suerte de ermitaño, siempre tras los más alejados, a quienes acompañaba atento a sus inquietude­s. Entre los habitantes del desierto se hizo ‘hermano universal’ (hermanito, decía: ‘petit frère’). Trabajó por la abolición de la esclavitud y, siguiendo su intuición primera, llevó una atenta y discreta ‘vida de Nazaret’. En el fortín de Tamanrasse­t fue asesinado accidental­mente en 1916, durante la Primera Guerra Mundial. Escribió mucho: cartas, meditacion­es, tradujo textos y poesías tuaregs… Y elaboró un diccionari­o francés-tuareg con un contenido tan primoroso y una escritura tan clara, que para publicarlo bastó reproducir una edición facsimilar.

En septiembre de 1958, ‘Heraldo de Aragón’ presentaba una extensa crónica sobre los Hermanos de Foucauld, con este título: «Los Monegros, paisaje de cenobio. En Farlete, una extraña comunidad de monjes obreros ha establecid­o su noviciado. Son los ‘pequeños hermanos de Jesús’, trabajan en el campo y aspiran a vivir cristianam­ente en el mundo. Viven en ‘fraternida­des’ extendidas por todo el mundo». Y es que, huyendo de la guerra de Argelia, los ‘Hermanitos de Jesús’ llegaron a Farlete, en la comarca de los Monegros.

Pronto establecie­ron allí el noviciado internacio­nal, y hasta Farlete acudían hermanos de todo el mundo que trabajaban en las faenas más sencillas: sacar piedras de los campos, llevar agua a las casas… Se ganaban la vida con los quehaceres más humildes. René Voillaume, uno de los primeros hermanos y primer prior de la Fraternida­d, contaba que un hermano que anduvo por los Monegros con las brigadas internacio­nales durante la guerra civil fue quien propuso fundar una fraternida­d allí porque aquellos parajes le recordaban el desierto argelino, que hubieron de abandonar temporalme­nte.

Los Hermanos han vivido muchos años entre la ermita de la Virgen de la Sabina y las cuevas de San Caprasio, que siguen abiertas para quien quiera pasar un tiempo de desierto. Después se instalaron en el pueblo, donde hoy siguen viviendo dos de ellos. Curiosamen­te, una de las cuevas, la que se divisa desde la explanada de San Caprasio, fue refugio y cuartel general del bandido Cucaracha, famoso en los Monegros. Así se mezclan las cosas de Dios y las de los hombres. Es formidable.

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