La cita que irrita
Como bien señalaba el miércoles Nuria Casas, jefa de Digital de HERALDO, la expresión ‘cita previa’ es redundante, puesto que va en la naturaleza de la cita el que se concierte con antelación. Así que sobraría lo de ‘previa’, una reiteración que delata el origen burocrático de la fórmula (aunque la Fundeu, guardiana del buen uso del español, la da por buena). El caso es que este pleonasmo se ha convertido en el potro de tortura de muchos ciudadanos, que se encuentran con la barrera de la cita cada vez que tienen que hacer algún trámite de los que exige la propia Administración. Por eso la cita previa va suscitando algunos comentarios, a veces airados, en nuestras páginas de Tribuna. José Luis de Arce, batallador por los derechos del ciudadano contribuyente, se ha referido a ella en dos ocasiones, y seguro que tendrá que volver sobre el asunto. El 28 de febrero pedía que deje «de ser una exigencia lo de las citas previas, los diagnósticos por teléfono y las complejas páginas informáticas tras las que se blinda la función pública para relajar o dilatar sus obligaciones». Y el 12 de abril, decía que las citas previas se han aliado «con un desastroso funcionamiento informático para complicarle aún más la vida a la gente y para elevar su grado de frustración y desesperación al encontrarse con un muro de resistencia infranqueable». También algunos lectores nos han dejado sus experiencias o reflexiones a propósito de este instrumento administrativo. Es el caso de Armando Parcés, Felipe Ejido, Juan José Valero o Carmen Buatas. Las nuevas tecnologías aplicadas a la Administración debieran facilitar la vida al ciudadano. A veces hacen lo contrario. Y eso es un problema.