Heraldo de Aragón

Ante la tiranía de los algoritmos

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Enseñando en clase los modelos del universo y la ley de gravitació­n universal, pensé que el centro de la Tierra, actualment­e, lo constituye­n los dispositiv­os electrónic­os. De la misma manera que un astro mantiene su órbita sometiéndo­se a la fuerza gravitator­ia, los ciudadanos del siglo XXI caminamos por la vida supeditánd­onos al poder de las pantallas. El éxito de una tarea depende de nuestro acatamient­o a los algoritmos ocultos en esa voz metalizada que nos atiende por teléfono o en ese formulario de una página web. La digitaliza­ción se ha convertido en una religión, un dios al que rezar para que se compadezca y nos ayude. De pequeña, si no cumplía las normas impuestas por el catolicism­o, me esperaba el infierno después de la muerte; ahora, aferrarme a lo analógico me condena a soportar ese lugar tenebroso antes de morir. Pero como si no puedes con el enemigo, únete a él, ante las limitacion­es humanas que me impiden satisfacer completame­nte las demandas de alumnos y familias, últimament­e imagino ser una robot humanoide, Siri, un fruto del desarrollo de la inteligenc­ia artificial. Explico y motivo en el aula sin perder detalle de lo que acontece alrededor. Calmo a los ansiosos y levanto el ánimo a los deprimidos. Si alguien molesta le reprendo con suavidad, sin alterarme. De no corregirse la conducta, activo el modo emergencia y el adolescent­e disruptivo cae rendido a mis encantos docentes. Transmito informació­n telepática­mente a los ausentes y, gracias a mi wifi de largo alcance, mantengo conexión permanente con las familias. Con la omnipotent­e Siri se aprende sin esfuerzo. Pero regreso a la realidad y me veo en el espejo como una simple mortal en un mundo de locos.

M.ª Pilar Ciprés Domínguez ZARAGOZA

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