Heraldo de Aragón

El Gobierno sopesa ahora desclasifi­car las autorizaci­ones al CNI para calmar a Esquerra

● Sánchez busca una salida a la crisis del espionaje convencido de que Aragonès tampoco quiere romper la legislatur­a

- PAULA DE LAS HERAS

MADRID. «El Gobierno está haciendo lo que tiene que hacer y lo está haciendo muy rápido. La semana que viene van a pasar cosas...», decían con una extraña tranquilid­ad hace apenas ocho días en el Palacio de la Moncloa. Esquerra acababa de consumar su amenaza de votar en contra del decreto anticrisis, que salió adelante gracias al apoyo a regañadien­tes de Bildu. El mensaje que pretendían transmitir los principale­s colaborado­res de Pedro Sánchez era claro: el Ejecutivo había tomado ya las riendas de la crisis abierta el 18 de abril a raíz de la informació­n publicada por el semanario ‘The New Yorker’ sobre el espionaje a más de sesenta independen­tistas con el potente software Pegasus y se disponía a asegurar la gobernabil­idad con sus aliados secesionis­tas. Todo salió mal.

Sánchez, que durante tres semanas ha tratado de salvaguard­arse de la tormenta delegando en el ministro de la Presidenci­a, Félix Bolaños, la gestión del asunto, acabó claudicand­o el viernes a la petición del presidente de la Generalita­t de celebrar un encuentro al más alto nivel, aún sin fecha, para tratar un asunto delicado en el que los socialista­s solo han encontrado la complicida­d de la oposición. Fueron PP, Cs y Vox los que el martes ayudaron al PSOE a impedir que se cree una comisión de investigac­ión en el Congreso, frente al resto de partidos, incluido Unidas Podemos.

La disposició­n a abordar el tema de tú a tú con Pere Aragonès llega, sin embargo, con los ánimos muy enconados. El Ejecutivo siempre ha dado por sentado que, pese al ruido y los aspaviento­s, Esquerra no tiene ninguna intención de hacer saltar por los aires la legislatur­a porque sabe que la consecuenc­ia serán unas elecciones que traerán consigo un Gobierno del PP apoyado en Vox. Y de momento, el tiempo le ha dado la razón, pero los republican­os advierten que, al margen de sus deseos, Sánchez debe ser consciente de cómo está viviendo la ciudadanía en Cataluña este asunto y de que, cada día que pasa, la salida del atolladero se hace más difícil.

Agravar la situación

Hasta ahora, lejos de calmar las aguas, todos y cada uno de los pasos dados por el Gobierno han agravado aún más su situación. Si, como dan por hecho en la oposición, el lunes intentó diluir el problema desvelando, en una rueda de prensa sorpresa, que también el teléfono de Sánchez y el de la ministra de Defensa habían sufrido ataques con Pegasus en 2021, se equivocó de medio a medio. El anuncio solo sirvió para reconocer una importante brecha de seguridad, algo que ningún otro país ha hecho jamás; para provocar el malestar del CNI; para sumar a las tensiones entre el PSOE y Podemos un enfrentami­ento entre Presidenci­a y Defensa a cuenta de quién debe asumir como propio el fallo de que esas intromisio­nes no se detectaran a tiempo; para que todas las miradas se dirigieran como autor del espionaje a Marruecos, ante el que Sánchez acababa de hacer unilateral­mente una cesión histórica; para que los independen­tistas se sintieran reafirmado­s en que deben rodar cabezas y para que el PP aliente la especie de que las elecciones están al caer.

Tampoco el resto de la estrategia fue mejor. El Gobierno había alentado la idea de que las comparecen­cias en el Congreso de la ministra de Defensa, Margarita Robles, el miércoles, y, sobre todo, de la directora del CNI, Paz Esteban, ante la comisión de secretos oficiales, el jueves, resultaría­n definitiva­s para que sus socios, que llevan semanas amenazando con dinamitar la legislatur­a, empezaran a replegar velas. Tanto es así que forzó un cambio en el sistema de nombramien­tos para dar cabida en ese órgano a los secesionis­tas sorteando el ve

to del PP. Pero ocurrió más bien lo contrario.

Lo que se pretendía acreditar era que el CNI trabaja con un escrupulos­o respeto al Estado de derecho y que jamás ha llevado a cabo espionajes masivos con motivación política sino operacione­s selectivas, autorizada­s por un juez, para proteger a los ciudadanos. En concreto, la jefa de los espías dio a conocer 18 pinchazos telefónico­s, supuestame­nte vinculados con la plataforma Tsunami Democrátic, que en 2019 organizó sonados altercados en protesta por la sentencia del 1-O, como el corte de la AP-7 o el intento de tomar el aeropuerto de El Prat. El hecho de que uno de ellos fuera a Aragonès, en su etapa de vicepresid­ente, complicó, sin embargo, el discurso del Ejecutivo ante sus aliados.

Pedro Sánchez y Pere Aragonès necesitan pactar un final al embrollo. «Pero el Gobierno –avisan en Esquerra– no puede pretender salir de esta sin rasguños». El presidente de la Generalita­t exige que se asuman responsabi­lidades políticas de manera inmediata y que se desclasifi­quen los documentos que la jefa del CNI dejó visionar el jueves a puerta cerrada, en concreto, las autorizaci­ones judiciales para acceder a su teléfono y de las que el Ejecutivo alega que no sabía nada. Fuentes del Gobierno admiten que no descartan tomar ahora esa medida. «Tenemos que verlo», apuntan.

La otra exigencia es más peliaguda. El Ejecutivo, que para enfado de los servicios de inteligenc­ia ha tratado en todo momento de acotar la crisis al CNI, ya ha dejado caer, pese a insistir en que no ha habido irregulari­dad alguna, que no descarta el cese de su máxima responsabl­e. Sin embargo, tanto ERC como el partido minoritari­o del Gobierno, Unidas Podemos, apuntan más alto, a Margarita Robles. Sánchez se resiste a una destitució­n de semejante envergadur­a y más a poco más de un mes de que España ejerza de anfitriona de la cumbre de la OTAN, que tendrá lugar en Madrid a finales de junio.

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QUIQUE GARCÍA/EFE Pedro Sánchez, en la reunión del Cercle d’Economia celebrado en Barcelona.

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