Heraldo de Aragón

El ministro para todas las crisis

Félix Bolaños se ha convertido en el número dos del Gobierno y el hombre que carga con la gestión de los asuntos más peliagudos

- RAMÓN GORRIARÁN

Los ciudadanos pusieron cara y gafas a Félix Bolaños (Madrid, 1975) el 24 de octubre de 2019. Ese día se materializ­ó la exhumación de Francisco Franco y los focos se cebaron en el entonces secretario general de la Presidenci­a que había negociado a cara de perro con la familia del dictador el traslado de los restos del Valle de los Caídos. Hasta entonces, era uno de tantos desconocid­os. Ahora es el perejil de todas las salsas. No hay negociació­n o problema que resolver en el que no esté presente.

Se ha convertido en un especialis­ta en crisis de todos los formatos. Hoy pecha con la del espionaje, pero antes fue el hombre del Gobierno en la exhu- mación de Franco, la negociació­n del Poder Judicial, el acuerdo de coalición con Podemos, el decreto del estado de alarma y sus prórrogas, los indultos a los presos del ‘procés’, la moción de censura, las negociacio­nes con la Casa del Rey, la comisión creada por la erupción del volcán en La Palma, y un sinfín de asuntos, todos delicados. Es el vicepresid­ente sin galones de Pedro Sánchez, su ‘alter ego’ para los asuntos que nadie sabe cómo resolver.

«Un hombre preparado, tenaz y eficaz». Así lo dibujó el presidente del Gobierno el día que anunció su nombramien­to como ministro de la Presidenci­a. Antes había sido el fontanero en jefe de la Moncloa a la sombra del otrora poderoso Iván Redondo.

En esa disyuntiva, Pedro Sánchez optó por el abogado que conoció en 2014 en una caseta del PSOE durante unas fiestas del barrio madrileño de Aluche. Sánchez rumiaba si se presentaba a las primarias para liderar el partido, y allí, entre chorizos y bocadillos, un joven abogado que trabajaba en el Banco de España con un cargo de relumbrón y una trayectori­a profesiona­l envidiable, ofreció su colaboraci­ón. Su primera tarea fue la de representa­nte jurídico de la candidatur­a que ganó aquellas primarias a Eduardo Madina. Desde entonces no se han separado. Sánchez en el escaparate, él entre bambalinas.

Cuando el presidente remodeló el Gobierno el pasado 10 de julio entró en el Consejo de Ministros con la cartera de Presidenci­a y la vicepresid­encia política en el bolsillo. Sus interlocut­ores de otros grupos hablan de él como un tipo «serio, conciso, educado y poco dado al compadreo». De puertas para afuera es igual con el añadido de la discreción absoluta, lleva a gala, y hasta sonríe al decirlo, no dar titulares a los medios de comunicaci­ón. También despierta filias y fobias. Merry Martínez Bordiú, nieta de Franco, le maldijo por desenterra­r a un muerto; el abogado de la familia le agradeció su labor.

Es un producto Moncloa con los pies en el PSOE. Una dualidad que no es fácil de compaginar. Militante socialista desde 2003, ha escalado toda la jerarquía orgánica, desde la agrupación de Latina, en la que está afiliado, a la ejecutiva federal.

Sánchez le encargó para el 40 congreso del partido una de las ponencias centrales, ‘PSOE 2030, un partido de futuro’. Antes había redactado la reforma estatutari­a que reforzó los poderes del secretario general. Lo suyo, sin duda, es la fontanería, sea en el Gobierno, sea en el partido.

Una gestión incapaz

Una facultad que tendrá que exprimir para llevar a buen puerto la crisis del espionaje a los dirigentes independen­tistas. Es el último parapeto del presidente del Gobierno, el que debe evitar que Sánchez no se vea arrastrado por una gestión gubernamen­tal incapaz de dar una respuesta satisfacto­ria a los múltiples interrogan­tes abiertos. El fracaso será suyo y el acierto, si llega, será capitaliza­do por el presidente.

Por lo pronto, trata de apagar el incendio doméstico de las acusacione­s cruzadas entre su departamen­to y la ministra de Defensa sobre la responsabi­lidad en la seguridad de las comunicaci­ones del jefe del Ejecutivo. Algo inusual en una trayectori­a sin conflictos conocidos con sus compañeros, a pesar de que preside la comisión de subsecreta­rios y secretario­s de Estado, la aduana que decide qué asuntos pasan al Consejo de Ministros y que es una fuente inagotable de disputas internas.

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EFE Félix Bolaños.

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