Pegasus arruina el ‘renacimiento’ del CNI
Entre polémicas, los intentos de los diferentes Gobiernos de sacar a los servicios secretos del epicentro siempre han fracasado
El acto nonato de este viernes 6 de mayo estaba diseñado al milímetro para marcar un antes y un después en el espionaje español. La Casa pretendía aprovechar el 20º aniversario del CNI –realmente, el cumpleaños de la refundación de los servicios secretos– para proyectar la nueva imagen de un centro que, sin llegar a romper con su historia, sí que ha quebrado definitivamente lazos con sus orígenes franquistas. Las celebraciones, en las que Felipe VI iba a tener un papel destacado, buscaban sacudirse para siempre la naftalina y la recurrente chanza de la comparación con la TIA de Mortadelo y Filemón. Esta vez sí, Paz Esteban y sus más cercanos colaboradores estaban convencidos de poder pasar página y devolver el buen nombre a unos servicios secretos que siempre han estado mucho más expuestos al escrutinio público que las agencias de los países del entorno.
Pero esa ceremonia de ‘renacimiento’ ni siquiera se ha llegado a celebrar. Los últimos días de abril, el CNI decidió suspender todos los fastos. Un ‘caballo alado’ desbocado había frustrado el enésimo intento de un gobierno de lavar la imagen de los servicios secretos.
El escándalo de las escuchas del Cesid –Centro Superior de Información de la Defensa, predecesor inmediato del CNI–, se desató en 1995 al destaparse que los espías bajo el mandato de Felipe González llevaban casi una década vigilando y grabando a políticos, empresarios y periodistas sin autorización judicial, empezando por el propio jefe del Estado. Aquel lío monumental le costó la cabeza al entonces vicepresidente, Narcís Serra; al director del espionaje nacional, Emilio Manglano, y al responsable de los comandos operativos del Cesid, el coronel Juan Alberto Perote.
José María Aznar contó con el apoyo de los socialistas para tratar de borrar la imagen de aquellos días con la refundación en mayo 2002, hace ahora precisamente dos décadas, de los servicios secretos bajo la denominación del CNI. Y con la aprobación, además, de un nuevo marco normativo dirigido supuestamente a evitar nuevos desmanes y devolver a la discreción a los espías.
Estriptis sin precedentes
Pero el intento de sacar del plano al servicio secreto duró poco tiempo. En marzo de 2004, la masacre de los trenes en Madrid y la posterior comisión de investigación parlamentaria obligó al CNI, señalado por algunos de haber menospreciado la amenaza yihadista a pesar de la guerra de Irak, a practicar el mayor estriptis de su historia al tener que hacer públicos innumerables documentos reservados. La Casa, que sí que había avisado de forma reiterada del riesgo de acciones terroristas en venganza por la participación de España en la operación para derrocar al régimen de Sadam Husein, había perdido en 2003 en dos atentados diferentes en suelo iraquí a ocho agentes mientras recopilaban información.
El CNI volvió a las portadas en 2009. En julio de ese año, Alberto Saiz, hombre de confianza del ministro José Bono y que había dirigido los servicios secretos desde la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la Moncloa, abandonó sin honores el CNI acusado de haber utilizado fondos públicos para hacer obras en su vivienda o realizar viajes de caza a Senegal y Malí. Él siempre lo negó. Y no fue condenado. Pero el día que abandonó la dirección del CNI nadie le aplaudió. Fue un silencio incómodo que hoy todavía resuena como el único conato de escándalo económico en un centro que maneja millones de forma opaca.
Piratas milaneses
Otra filtración, esta vez de WikiLeaks en 2015, volvió a desnudar procedimientos internos del CNI al revelar que el espionaje español había recurrido a un grupo de piratas informáticos milaneses, Hacking Team, para intervenir comunicaciones. Precisamente, fue la filtración de WikiLeaks la que obligó a La Casa a principios de 2016 a recurrir apresuradamente a la adquisición de Pegasus para seguir pinchando teléfonos.
El segundo gran atentado yihadista en España –con escenario en las Ramblas, Cambrils y Alcanar en 2017– sacó de nuevo del anonimato los trabajos del CNI. El espionaje reconoció públicamente sus contactos con Aldelbaki Es Satty, el imán de Ripoll que dirigía la célula que atentó y que fue fichado como confidente durante su condena en la cárcel de Castellón, en la que estuvo preso desde 2010 a 2014 por un delito de drogas. El CNI tuvo que ofrecer todo tipo de explicaciones para intentar desmontar la teoría de la conspiración aireada por sectores independentistas sobre que los servicios secretos habían permitido, cuando no alentado, los atentados para parar el ‘procés’.
La intentona secesionista de otoño de 2017 sirvió para señalar de nuevo al CNI, al que muchos responsabilizaron de no haber sido capaz de localizar las urnas del 1-O. Ese segundo semestre de 2017 fue aciago. En noviembre fue encarcelado el comisario José Villarejo.
De inmediato, el exmando policial culpó a su archienemigo, el entonces director del CNI, Félix Sanz Roldán. El comisario encendió el ventilador y la imagen de los servicios secretos cayó a mínimos a cuenta del caso de las acusaciones de Corinna Larsen.
El espionaje español había tocado suelo, pero Paz Esteban y los suyos estaban convencidos de que la remontada iba a comenzar el viernes. No pudo ser.