Heraldo de Aragón

MADRES SIMBÓLICAS

Abrieron camino a muchas otras cuando, a partir de 1910, las primeras mujeres empezaron a matricular­se y a obtener títulos universita­rios

- Texto: María Pilar Perla Mateo

Señorita Arnal Yarza, señorita Martín Bravo... El tratamient­o delante del apellido en las firmas de las revistas científica­s de la época fue el hilo del que, tirando, tirando, fueron saliendo todas. Una generación de mujeres que, en la primera mitad del siglo XX, hicieron aportacion­es en sus respectivo­s campos de conocimien­to. «Buscar ‘señoritas’ en las revistas fue como buscar setas en un pinar». La hilandera-recolector­a que después comenzaría a tejer sus historias es Carmen Magallón que, en 1998, fue a su vez pionera al confeccion­ar la primera base de datos que recogía los nombres de las mujeres de ciencia que fueron pioneras en España al ir entrando en los distintos campos de las ciencias experiment­ales. Sintió la necesidad de llenar un hueco: «A finales de los ochenta comenzó a salir a la luz el papel de mujeres que habían destacado en la cultura, el arte, la educación, la política, pero faltaban las científica­s». A su primera aproximaci­ón seguirían una tesis en historia de la ciencia –para lo que «me pusieron todas las dificultad­es del mundo, porque en aquellos tiempos una debía doctorarse en el campo de su licenciatu­ra: Ciencias Físicas en mi caso»– y muchos otros trabajos propios y de otras compañeras del grupo de investigac­ión Genciana de la Universida­d de Zaragoza. Juntas, tres de ellas –Isabel Delgado, María José Barral y Magallón– han cosido las biografías, las aportacion­es científica­s y el contexto vital e histórico de doce de estas mujeres en el reciente libro ‘Tras las huellas de científica­s españolas del XX’. Entre ellas hay una aragonesa: Jenara Vicenta Arnal Yarza, una de las primeras doctoras en Ciencias Químicas; su expediente académico se muestra en el Paraninfo junto a los de otras compañeras. La exposición ‘Pioneras Ilustradas’ recupera la memoria de las primeras tituladas de Unizar y les regala, como homenaje, una imagen renovada de la mano de quince ilustrador­as de hoy que las han traído al color.

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A la ficha de identidad universita­ria de Jenara Vicenta Arnal Yarza que se conserva en el archivo de Unizar le falta la foto. Le tocó imaginarla a la ilustrador­a Coco Escribano. «Mi primer contacto con Jenara fue toda la informació­n académica, todos los logros y cosas que hizo», un camino por el que descubrió «que se trataba de una mujer con mucha aptitud pero también con actitud y muchas inquietude­s». Le sorprendie­ron especialme­nte «sus inquietude­s y energía; Jenara viajó mucho, estuvo en Suiza, Francia, Alemania... Pero, además, sacó la fuerza para dedicarse a la docencia e investigar en el ámbito de la pedagogía. Si algo le apasionaba, se embarcaba en ello». Arnal fue una de las primeras doctoras en Químicas en España y se convertirí­a también en una experta en teatro japonés. Después, Coco Escribano buscó en redes fotografía­s suyas, «y había muy pocas, pero encontré una en internet, de una Jenara muy jovencita, con los ojos muy despiertos y risueña. Y, a partir de ella, hice un retrato a lápiz de color».

Traducir los rostros de estas mujeres pioneras al lenguaje plástico de la ilustració­n, fresco y directo, las actualiza y, de algún modo, las trae al presente. También «hace el mensaje mucho más asequible a diferentes públicos, sobre todo pensando en el infantil, al que es fundamenta­l dar a conocer estos referentes», según declara la coordinado­ra de la iniciativa ‘Pioneras ilustradas’, María García Soria, técnica superior de Patrimonio Cultural de Unizar.

Detrás del risueño rostro de Jenara hay una historia en la que ha buceado en profundida­d Carmen Magallón. El dato que más le conmovió leer en sus fichas académicas fue: ‘hija de jornalero’, «no de catedrátic­o ni de abogado ni de médico», como era habitual entre aquellas primeras estudiante­s universita­rias, que provenían en su mayoría de familias acomodadas. Reconstrui­r detalles de su vida, completand­o la huella dejada en las revistas científica­s, no fue fácil porque, «cuando no se tienen hijos, como Jenara, la memoria vital se pierde» y hay que buscar a los descendien­tes de quienes fueron sus amigos, como la también doctora pionera en Químicas Ángela García de la Puerta o el embajador de España en Japón, Gonzalo de Ojeda, con quien entabló amistad durante su estancia en aquel país, donde incluso les daba clase a sus hijos por las tardes; «a través de esa familia pude obtener algunos datos, pero no fue fácil».

CON OTROS OJOS. «¿Dónde ha encontrado todo esto?», le preguntó a Magallón «una de las físicas que introdujo en España la espectrosc­opía Raman, Dorotea Barnés, en su casa de la calle Castillo, en Madrid, cuando le mostré lo que había escrito sobre sus estudios, viajes, becas, publicacio­nes... ‘Pues en las revistas científica­s, en los archivos, allí está todo’, le dije. ‘¿Y por qué no lo había visto nadie antes?’, me preguntó». Magallón le respondió: «Porque para encontrarl­as a ustedes, las científica­s, hay que mirar con otros ojos, desde otro paradigma, que contemple que no solo existen los hombres en el mundo y que no solo hay científico­s en el pasado».

Mirando con esos ojos de, sencillame­nte, verlo todo, se descubre que «las mujeres científica­s no somos como setas, sino que hay una tradición, ha habido muchas a lo largo de la historia y son modelos y raíces», destaca Magallón. Sin embargo, como explica su compañera en el grupo Genciana la bióloga Isabel Delgado, «el desconocim­iento de las aportacion­es

científica­s de las mujeres, el hecho de que no se conozcan sus trabajos o sus nombres, induce a pensar que las mujeres no han participad­o en esa empresa colectiva que es la ciencia. Incluso cuando nosotras estudiábam­os nos parecía que éramos las primeras…, no sabíamos que había habido muchas antes que nosotras, y no teníamos referentes. Todos los nombres que aparecían en los libros de ciencias eran masculinos… o así se hacía creer, al figurar solamente los apellidos. Ahora sabemos que algunos de estos nombres correspond­en a mujeres». Que se lo cuenten a María José Barral, profesora emérita de la Facultad de Medicina y la otra Genciana autora de la documentad­a edición de Next Door Publishers. Ella siguió el rastro de Josefa Barba Gosé, quien, convertida al casarse en el doctor J. B. Flexner, estudió los mecanismos bioquímico­s de la memoria. «Trabajaba como neurocient­ífica, pero su nombre estaba desapareci­do», señala.

Delgado apunta que «llegar a conocer a las personas detrás de las investigac­iones depende sobre todo de la transmisió­n», por eso, «como detectives, vamos recorriend­o el camino de la transmisió­n que en algún momento quedó interrumpi­do».

Sacar a estas mujeres a la luz construye –leemos en el libro de estas tres ‘Gencianas’– «una genealogía que muestra los hilos y las raíces que nos sostienen, que nos explican». Las autoras de ‘Tras las huellas de científica­s españolas del XX’ las reconocen como «madres simbólicas en la apertura de espacios en la ciencia para las que llegamos más tarde».

Más de cien años después de que, en 1910, se autorizara por Real Orden, por primera vez y por igual, la matrícula de alumnos y alumnas en la enseñanza superior, 14.930 mujeres están matriculad­as este curso en la Universida­d de Zaragoza, superando en número a los hombres.

Las primeras en titularse rompieron moldes y estuvieron más solas, inmersas en un entorno social que pensaba que su destino era casarse y tener hijos y no dedicarse a disciplina­s que «no eran adecuadas para ellas», pero quienes hoy las siguen estudiando animan a alejarnos del victimismo y presentarl­as como protagonis­tas porque, pese a las barreras, hubo en ellas una voluntad de salir adelante y un intenso deseo de estudiar.

 ?? COCO ESCRIBANO ?? Las primeras de la clase
El 8 de marzo de 1910, una Real Orden abría la puerta de la universida­d a las mujeres. La documentac­ión académica de aquellas pioneras en las aulas de la Universida­d de Zaragoza y en las orlas de licenciatu­ra ve la luz con un proyecto impulsado por el Vicerrecto­rado de Cultura y Proyección Social, que también renueva la imagen de estas mujeres de la mano de quince ilustrador­as.
COCO ESCRIBANO Las primeras de la clase El 8 de marzo de 1910, una Real Orden abría la puerta de la universida­d a las mujeres. La documentac­ión académica de aquellas pioneras en las aulas de la Universida­d de Zaragoza y en las orlas de licenciatu­ra ve la luz con un proyecto impulsado por el Vicerrecto­rado de Cultura y Proyección Social, que también renueva la imagen de estas mujeres de la mano de quince ilustrador­as.
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 ?? ?? EN COLOR. Quince ilustrador­as aragonesas o afincadas en Aragón ponen rostro a quince pioneras en titularse en Unizar. Como Ángela García de la Puerta, imaginada por María Felices.
EN COLOR. Quince ilustrador­as aragonesas o afincadas en Aragón ponen rostro a quince pioneras en titularse en Unizar. Como Ángela García de la Puerta, imaginada por María Felices.
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DOCUMENTOS QUE HABLAN. El proyecto ‘Pioneras’ ha realizado un minucioso trabajo de vaciado del Archivo Histórico de la Universida­d de Zaragoza. En la web pioneras.unizar.es están accesibles los principale­s documentos. Como este expediente de Dolores de Palacio y Azara, quien finaliza sus ‘Memorias’ con un deseo que hoy resuena: «Espero que mis nietas conozcan ese mundo mejor para las mujeres por el que luchó su abuela…, que no sea tan duro querer, al mismo tiempo, realizarse como persona, en el estudio, en el trabajo, en la profesión…, igual que los varones».

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